PERSONAJES HISTÓRICOS DEL CAMPO DE GIBRALTAR (XX)

Eduardo Torroja y el mercado de Algeciras

  • El conocido como Mercado Ingeniero Torroja es un sobresaliente ejemplo de colaboración entre la arquitectura funcional y la moderna ingeniería basada en el hormigón armado

El Mercado Ingeniero Torroja recién terminado en 1935. Véase el escudo de la ciudad que en sus primeros años estuvo situado sobre el dintel de las cuatro entradas

El Mercado Ingeniero Torroja recién terminado en 1935. Véase el escudo de la ciudad que en sus primeros años estuvo situado sobre el dintel de las cuatro entradas

El primer mercado público de Algeciras estuvo situado, en un principio, en la popularmente conocida como calle Panadería, en su parte más ancha existente entre las calles Emilio Santacana y Rafael de Muro. Se trataba de un espacio que fue ocupado por puestos desmontables en los que se vendían frutas y verduras, de ahí que la gente comenzara a denominar aquel lugar como “Plaza de la Verdura”, hasta que en el año 1819 el Ayuntamiento decidió trasladar los puesto de venta de verduras y de frutas a la Plaza Baja, que había diseñado, un siglo antes, Jorge Próspero de Verboom.

El espacio central del nuevo mercado, que tenía una planta cuadrangular y estaba formado por cuatro crujías, se hallaba ocupado por numerosos puestos o casillas de madera perfectamente alineados y separados por calles de unas doce varas de anchura aptas para el trasiego de gente y de caballerías. La nueva plaza se denominó de Nuestra Señora de la Palma. Entre los años 1852 y 1862 se dotó toda la plaza de baldosas, sacadas de las canteras de la dehesa de La Punta, con el fin de mejorar el pavimento y facilitar el desplazamiento de vendedores y clientes. En 1893 se cambiaron las baldosas por adoquines. Sin embargo, en 1928 el Consistorio decidió sustituir el edificio central y las antihigiénicas casetas de madera que contenía por un nuevo edificio más acorde con las normas que sobre esa clase de instituciones públicas se estaban imponiendo en todo el Estado.

En el plan de obras del año 1929, el Ayuntamiento incluyó la propuesta de edificar un nuevo mercado que se empezó a construir en la llamada huerta del Ancla (donde hoy se halla el Instituto Ventura Morón). Sin embargo, cuando se instauró la II República, en el mes de abril de 1931, las obras, que casi estaban concluidas, se paralizaron. En los años cuarenta y cincuenta, en ese edificio se hallaban ubicadas la Oficina del Arbitrio Municipal y, en la planta semisótano, la pescadería.

Abandonado el proyecto de construcción del nuevo mercado en la huerta del Ancla y obsoleto el de la Plaza Baja, el Ayuntamiento encargó un nuevo proyecto, pero en esta ocasión para la erección de un moderno edificio que sustituyera a la tosca construcción que albergaba los puestos del mercado desde 1827 en la Plaza Baja. La idea fue del ingeniero Eduardo Torroja Miret y la ejecución de la obra corrió a cargo del prestigioso arquitecto Manuel Sánchez Arcas con el concurso del constructor Ricardo Barredo.

La apuesta revolucionaria de Torroja era la supresión de cualquier tipo de soportes interiores, permitiendo un espacio octogonal diáfano de cuarenta y ocho metros de diámetro cubierto con una bóveda de casquete esférico abierta en su centro mediante un atrevido lucernario o claraboya cenital de diez metros de diámetro, rodeada de ocho marquesinas cilíndricas o voladizos que habilitan los vanos para la iluminación lateral del edificio. La bóveda se adaptaba a la planta poligonal descansando sobre ocho soportes. Era la primera vez que se construía una bóveda de ese tamaño sostenida por ocho pilares perimetrales y sin apoyo central. Los puestos irían distribuidos en círculos concéntricos en el interior y adosados a los muros perimetrales. En un principio no se ubicaron puestos de venta en el exterior, aunque posteriormente se autorizó la instalación de puestos desmontables en las calles perimetrales que aún se mantienen. Las obras se iniciaron en el año 1933 y se terminaron en 1935.

Lucernario o claraboya cenital que cubre el Mercado Ingeniero Torroja para proporcionar la entrada de luz y que sustituye la inexistente clave de la bóveda. Lucernario o claraboya cenital que cubre el Mercado Ingeniero Torroja para proporcionar la entrada de luz y que sustituye la inexistente clave de la bóveda.

Lucernario o claraboya cenital que cubre el Mercado Ingeniero Torroja para proporcionar la entrada de luz y que sustituye la inexistente clave de la bóveda.

Otros proyectos relevantes, hoy ejemplos de la arquitectura funcional de la primera mitad del siglo XX, del insigne ingeniero que ideó el mercado algecireño, obra señera y conocida a nivel internacional, fueron: la cubierta de la tribuna del Hipódromo de la Zarzuela, en Madrid, el Puente de Hierro de Sancti-Petri, el anfiteatro del Hospital Clínico en la Ciudad Universitaria, el Frontón Recoletos y la Cuba Hiperbólica de Fedala, en Marruecos, entre otros.

Eduardo Torroja Miret había nacido en Madrid en el año 1899. En 1917 ingresó en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de su ciudad natal, acabando la carrera con gran brillantez en el año 1923, cuando ingresó en la Compañía de Construcciones Hidráulicas Civiles, en la que estuvo trabajando hasta el año 1927. En ese año, con su amigo el arquitecto Manuel Sánchez Arcas, fundó una oficina de arquitectura e ingeniería en la que, ambos, llevaron a cabo importantes proyectos, entre ellos el de la construcción de la Central Térmica de la Universidad Universitaria, por el que fueron galardonados con el Premio Nacional de Arquitectura en 1932. Por sus novedosos diseños arquitectónicos, en los que integraba la ingeniería y la arquitectura, recibió prestigiosas condecoraciones, como la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio y la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil.

Sin embargo, su compañero y amigo, Manuel Sánchez Arcas, no tuvo la misma suerte, pues represaliado tras la Guerra Civil por sus tendencias políticas, tuvo que exiliarse a la Unión Soviética y, después, a Polonia, donde colaboró realizando proyectos para la reconstrucción de la ciudad de Varsovia que había sido destruida por los alemanes en 1944, muriendo en Berlín oriental sin haber podido regresar a España.

Vista parcial de la plaza Nuestra Señora de la Palma y del Mercado Ingeniero Torroja. Fotografía tomada en torno al año 1955. Vista parcial de la plaza Nuestra Señora de la Palma y del Mercado Ingeniero Torroja. Fotografía tomada en torno al año 1955.

Vista parcial de la plaza Nuestra Señora de la Palma y del Mercado Ingeniero Torroja. Fotografía tomada en torno al año 1955.

El conocido como Mercado Ingeniero Torroja de Algeciras es un sobresaliente ejemplo de colaboración entre la arquitectura funcional y la moderna ingeniería basada en el hormigón armado. Hoy día es considerada una obra fundamental para la comprensión de la arquitectura española del primer tercio del siglo XX.

Desde que finalizó sus estudios, Torroja comenzó a interesarse por una de las facetas de la ingeniería y la arquitectura que imperaba por aquellos años en Europa: los valores de simplicidad y funcionalidad que tan bien se podían expresar con un nuevo material como era el hormigón armado y pretensado. En ese mismo campo, Manuel Sánchez Arcas, después de acabar la carrera de arquitectura en Madrid en 1921, viajó a Londres donde amplió sus conocimientos y se puso en contacto con las más modernas tendencias en arquitectura del momento. Antes de colaborar con Eduardo Torroja en la construcción del mercado de Algeciras, había redactado con él otros importantes proyectos. Juntos colaboraron y participaron, en 1934, en la fundación del Instituto Técnico de la Construcción y Edificación, del que Torroja sería su primer presidente, y en la revista Hormigón y Acero.

Para el hijo de Eduardo Torroja Miret, también ingeniero, José Antonio Torroja Cavanillas, el ejemplo típico del pensamiento de su padre lo constituye el mercado de Algeciras, su obra más apreciada. Ejemplo de integración de la estructura y los requisitos arquitectónicos –escribe Torroja Cavanillas–: “la cúpula es también el cerramiento, los soportes no necesitan de puntales exteriores, que hubiesen ocupado un espacio no disponible, la luz penetra por los lunetos periféricos y por el gran lucernario central. La simplicidad es acusada. Para Eduardo Torroja, la forma geométrica limpia y desnuda se bastaba a sí misma para expresar el concepto estético”.

Eduardo Torroja Miret falleció en Madrid el 15 de junio de 1961.

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