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Pepe Baena Pintor de lamparones

Pepe Baena Pintor de lamparones

12 de abril 2015 - 01:00

"Yo quiero que la gente cuando vea mis cuadros… le entre hambre" dice Pepe Baena, 35 años, pintor de brocha fina. Acaba de clausurar en San Fernando una exposición en la que muestra unos pocos de "lamparones". Pepe, en la era de los nuevos materiales, las texturas imposibles, la realidad aumentada y la ética disminuida, hace arte con un papelón de churros o con un cucurucho de choquitos del freidor. Retrata los lamparones, las manchas del aceite en el papel de estraza, y el café con leche, con tal precisión que hasta parece que el "manchao" (término gaditano que define la mucha leche y poco café) está todavía caliente.

Baena es de los de pelos largos y barba dejada crecer a su libre albedrío. Habla en gaditano, nada de guaisplaisdelparaguay. Dice mucho quillo y lleva camisa de acuadritos, por fuera del pantalón… es más cómodo y también disimula el poquito de felicidad que ha desarrollado su abdomen con esto de la afición a pintar bodegones. Su profesión es cámara de video y desde el año 2006 trabaja como operador en la Diputación de Cádiz. Dice que su profesión le ha ayudado mucho "en los encuadres".

Baena no es un tío rarito. Cuando ve el papelón de churros y el manchao calentito… hace lo que haríamos cualquiera, se lo come y antes de que se enfríe, porque no hay nada más soso que un churro frío, que pasa a ese estado de la vida que conocemos como "lasio". Baena coge su móvil, de esos más grandes que la mano de Pau Gasol y con muchos megapíxeles y le hace la foto al papelón, "luego me lo como, Pepe" y ya en casa, con la digestión hecha, reproduce la foto a base de brocha fina. Pinta con acrílico y sus cuadros, en los que emplea tres o cuatro días, me recuerdan a aquellos artistas franceses que pintaban la felicidad en jardines verdes, muy verdes.

Pepe pinta la felicidad del siglo XXI. Quizás esta ya no se represente con un jardín, sino con cuarto y mitad de choquitos del freidor… felicidad urbana, de a diario. A Pepe le dio por pintar hace cuatro años. "Fue una picá" comenta. Se apuntó a las clases de Ortiz Ventura y luego conoció al autor que más le ha marcado, el pintor gaditano Cecilio Chaves "con el que he hecho amistad".

De todos modos lo del arte lo tiene en casa. Su mujer, Elisa Soberli, tiene un taller de restauración. Tienen dos hijos y la pareja se esmera ahora para abrir un estudio en el que trabajar juntos.

Lo primero que pintó fue un reloj… pero no de los de minutero, sino de los de 9,98 el kilo. Los "relojes" son un pescado que a veces se encuentra en la plaza. Llaman la atención, son coloraos, de tamaño como para que caiga de una sentá y tienen unos ojos grandes, que parece que están mirando y que se van a acordar de toas tus castas si no lo compras. Pepe es de plaza los sábados. Le gusta perderse por la nave del pescao en busca de mojarras terciás, pargos pa asá, chocos pa guisá y pez espada pal niño.

Los relojes los pintó tal como se los encontró en el mostrador, brillantes, provocadores, acostados sobre una capa de hielo y con su precio escrito en papel de estraza.

Después ha pintado sardinas, tazones de caracoles y hasta avíos del puchero. Siempre le ha gustado lo cotidiano. Pintó paisajes de Cádiz, pintó La Caleta. Le gusta pintar barcas que casi se bambolean en el cuadro y autobuses de los de ir al Balneario, pero ahora le ha dado por los bodegones. En su última exposición los ocho cuadros eran de comé.

Le pone a sus cuadros "un poquito de cachondeo". Prepara su próxima obra. Muestra en el móvil la foto de tres impresionantes ejemplares de langostinos de Sanlúcar. Lo titularé: "Caminero, Quico y Futre… tres del Atlético de Madrid", ¿qué te parece?...y me enseña el escudo del equipo, tatuado en el ánimo. Le propongo que pinte también las dos bolas de ensaladilla de las Palomas y que le ponga "Dos chicharitos: Mágico González y Pepe Mejías".

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