Real Balompédica - Sevilla Atlético | La crónica

La Balona esquiva la catástrofe en el último segundo (1-1)

  • Los albinegros salvan un punto que vale su peso en el oro en el 95'

  • Gerard Oliva establece la igualada en un error clamoroso del meta Javi Díaz

  • Los linenses vuelven a dejar imagen de impotencia ante un rival que tira dos veces a puerta

  • El árbitro acierta en dos decisiones polémicas, pero se come una agresión al autor del tanto

Toledano se dispone a felicitar a Gerard Oliva, que festeja su gol

Toledano se dispone a felicitar a Gerard Oliva, que festeja su gol / Erasmo Fenoy

Definitivamente el Dios del fútbol, que a la vista está algo tiene de balono, escribe con renglones torcidos. Estaba la Balompédica literalmente KO. Al borde mismo de un precipicio que se antojaba interminable. Perdía 0-1 ante un rival directo en la pelea por evitar el infierno. Y en el 95 y medio Gerard Oliva se dio la media vuelta en el punto de penalti y le pegó mal. El balón iba mansito hacia las manos de un Javi Díaz que ya sabe lo que es jugar el Primera. Pero el esférico se le escurrió al meta entre unas piernas mal colocadas y se fue poquito a poco al fondo de las mallas. No hubo ni saque de centro. El gol supone el empate más agónico que haya logrado la Balompédica desde ni se sabe. Un punto que no es bueno -no hay que engañarse por el subidón de adrenalina final-, pero que tal y como estaba la cosa supone un balón de oxígeno para los de casa, que entre otras cosas dejan enganchado al filial nervionense en la pelea por seguir en Primera RFEF. Las miserias y las grandezas de este bendito deporte en una sola jugada.

Pero la igualada, que ahora sabe a buena porque llegó cuando algunos aficionados incluso se habían marchado ya del estadio, tampoco puede eclipsar la imagen de impotencia de la Balona. Si de una obra de teatro se tratase habría para ponerle mil pegas al planteamiento y al nudo, pero no, como es obvio, al desenlace.

El equipo de La Línea, jugándose la vida, dio durante gran parte del choque una sensación enorme de impotencia. De no saber cómo meterle mano a un equipo de chiquillos, con mucho talento en la mayoría de los casos, pero chiquillos. Los de casa emanaban falta de casi todo, pero especialmente de argumentos futbolísticos. Y es que si están aún fuera de los puestos de la tragedia es más gracias al botín de la primera parte de la competición que a sus méritos actuales, que son más que discutibles.

El primer tiempo fue anodino a más no poder. Presidido por el legítimo miedo de unos y de otros.  Ése que te invade cuando te asomas al vacío. Es verdad que las únicas opciones de remate las tuvieron los de casa, con un Alhassan Koroma que por una vez parecía estar por la causa. Un remate del internacional sierraleonés, otro de Dorrio y uno más de Jesús Muñoz salpicaron la primera media hora de contienda. Eso sí, en ninguno tuvo que intervenir el meta visitante.

Y cuando el primer tiempo agonizaba el Sevilla Atlético (esta vez franjiblanco más que franjirrojo), que no había dado señales en ataque, se estiró por primera vez. Luismi Cruz soltó un pase preñado de calidad a la espalda de la defensa, Jesús Muñoz equivocó el momento de quedarse parado y cuando Iván Romero controló el balón ya solo le quedaba cruzarlo lejos de Nacho Miras. Cero-uno.

Con ese golpe se fue la Balona a vestuarios. Y volvió para jugar un segundo tiempo que fue un monólogo. Una lucha estéril -al menos hasta el 95'- de un equipo que quería asediar al rival, pero que carece de argumentos para hacerlo dando la sensación de miedo. Los locales tuvieron el cuero ante un enemigo encerrado, pero casi nunca encontraban la fórmula de que pareciera que el gol estaba al caer.

En el 62', es cierto, pudo cambiar la historia. Iván Martín se plantó solo delante de Javi Díaz, pero estrelló el balón en la salida del meta. Ni un gol en toda la temporada. Ni uno. Monteagudo buscó la solución con los cambios, pero la angustia seguía creciendo. Las miradas de preocupación entre los aficionados, que en la mayoría de los casos seguían el desarrollo del juego en silencio, se sucedían.

En el 71' llegó la acción más polémica. Adrián Peral sacó con la mano -si es que no tocó dentro- un balón que se colaba. Pero el línea dio fe de que el último remate, el de Jesús Muñoz a una cuarta del marco, estaba precedido de fuera de juego. Una de esas jugadas de las que Guardiola dijo en su día que era difícil comprender cómo acertaban los liniers. Pero esta vez es de justicia admitir que lo hizo.

Cuando no estuvo tan acertado fue un ratito después. Cuando no vio -o al menos no advirtió al árbitro- una agresión delante misma de sus narices en el rostro a Gerard Oliva. Una acción que se juzgaba por sí sola, porque el atacante balono sangraba de manera abundante. Una jugada que hubiese dejado al rival con diez en el último tramo de la contienda, pero que al línea se le pasó por alto.

La Balompédica quería pero no sabía cómo. Sin fútbol, sin un centro lateral como mandan los cánones... y menos más que en el 85', después de un inoportuno resbalón de Fran Morante, Iván Romero fue incapaz de superar a Nacho Miras, porque hubiese sido el fin. Tampoco hubiese sido de recibo que el filial nervionense, que a esas alturas ya defendía con cinco, hubiese marcado en sus dos únicos acercamientos con criterio al área rival.

Y llegó la prolongación. Y el partido que se acababa. Y el siempre discutido Gerard Oliva que se tomó su revancha personal y anotó un gol de esos que ni se imaginan. La Balona sigue caminando por el alambre y rezando para que el Costa Brava protagonice este domingo en Sanlúcar un sorpresón como el del Betis Deportivo con el Andorra. Quién sabe si al final ese gol in extremis mitad de Gerard Oliva mitad de Javi Díaz no será recordado como el de la salvación. Qué manera de aguantar. Qué manera de sufrir. Cualquiera diría que Sabina le cantaba a esta Balona que va a llevarse a más de uno por delante que a su Atlético.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios