El parqué
Jornada sin apenas avances
Picaresca financiera
En 2001 el periodista Manolo Fossati preguntó a Ángel Romero, párroco de la iglesia de San Miguel de Jerez, conocido por todo el mundo como el cura de San Miguel, si tenía algo de lo que confesarse. El sacerdote dio un respingo: “¿Confesarme?” Lo único que había hecho era invertir el dinero que los feligreses habían donado para el mantenimiento de la techumbre de la iglesia, unos 15 millones de pesetas, para que se multiplicara como los panes y los peces. Nada más lejos del pecado de avaricia. A más dinero, mejor techumbre.
Pero si los mercaderes que entran en el templo son unos pícaros de cuello blanco nos olvidamos de la techumbre. El párroco de San Miguel había caído en la trampa que inauguró el siglo de las estafas en España: Gescartera. Durante lo siguientes años se sucederían otras tres grandes estafas que hicieron volar los ahorros de al menos 100.000 andaluces, aunque las cifras no pueden ser exactas porque muchas de esas inversiones se hicieron con dinero negro por lo que el dinero se esfumó sin que afloraran los afectados.
Los bufetes de abogados organizaron asociaciones de timados y se pusieron a litigar para intentar recuperar el dinero entregado tanto a Gescartera como a Afinsa y Fórum Filatélico, a Nueva Rumasa y a Bankia. Todos estos casos y algunos más están recogidos en Fiascos S.A., el libro recientemente publicado por el periodista económico Miguel Ángel Noceda en la editorial Debate. La conclusión de Noceda tras bucear en estas estafas es que “el ser humano es débil cuando aparece la posibilidad de hacer dinero fácil”. Y sí, el dinero puede multiplicarse, aunque no exactamente como los panes y los peces. Para ello hace falta un instrumento: se llama información. Y si es privilegiada mucho mejor.
“El ser humano es débil cuando aparece la posibilidad de hacer dinero fácil”
De Gescartera sólo se recuperó uno de cada diez euros invertidos a través del Fondo de Garantía de Depósitos y nunca una cantidad superior a 20.000 euros; en Bankia se reintegró a los inversores de las preferentes -en gran medida jubilados- la mayor parte de lo depositado; lo de Nueva Rumasa se dio todo por perdido, aunque algunos de los titulares de los pagarés se pusieron en cola de los concursos de acreedores de las empresas de los Ruiz-Mateos; y en el caso de las inversiones en sellos de Fórum Filatélico y Afinsa Hacienda aún está devolviendo a plazos parte del dinero a quien lo reclame vía IRPF.
Junto a estas grandes estafas, otras más pequeñas demuestran que vivimos la edad dorada del timo, que, además, con las criptomonedas ha encontrado un campo de acción infinito. Feedzai, una consultora que se dedica a identificar actividades sospechosas y gestionar el riesgo de fraude, ha lanzado un estudio titulado precisamente El Estado de las estafas en España, en el que se calcula que los españoles perdieron en estafas en el pasado ejecicio unos 7.750 millones de euros.
Y es que en el mundo de la estafa está el gran estafador, pero también la pyme de la estafa. Sólo en el último trimestre de 2024, la Policía detectó en Andalucía 71.000 estafas informáticas. El pasado 30 de julio la policía detuvo en Logroño a un gestor malagueño que trabajaba para una compañía de seguros que había conseguido embaucar en muy poco tiempo a 200 pequeños ahorradores de su cartera levantándose cien millones de euros antes de emprender la huida. En abril la Policía detuvo en Granada a seis estafadores que prometían grandes beneficios a través de inversiones en criptomonedas. Cuando fueron capturados habían captado ya a más de 200 pardillos en sólo unos pocos meses.
Sorprende que más de cien años después de que un tal Carlo Ponzi timara a gran escala a los inmigrantes italianos de Nueva York con cupones de respuesta postal, en la que esta considerada la primera estafa piramidal, exactamente la misma fórmula siga utilizándose con éxito. Consiste en prometer una alta rentabilidad, muy por encima de mercado, en un producto que pueden ser sellos, empresas de ponedoras de huevos o simplemente complejos paquetes financieros cuya única complejidad es el humo. Los primeros dividendos se pagan con la atracción del dinero de nuevos incautos hasta que no hay suficientes incautos para sostener la pirámide. Para crear la pirámide sólo tiene que haber detrás un charlatán, un buen charlatán.
En el caso de Gescartera ese ‘charlatán’ era un joven madrileño llamado Antonio Camacho Friaza, con buenos contactos con la Iglesia y con la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Gracias a lo primero, consiguió inversores como aquel párroco de Jerez, pero también la universidad privada católica San Pablo CEU, Manos Unidas, las agustinas misioneras y varios arzobispados. Gracias a lo segundo, Camacho pudo navegar fuera del radar de los reguladores con su fraudulento chiringuito. Gescartera creó una red de captadores, que tenía sucursal en ciudades como Jerez o Sevilla. En realidad, quienes trabajaban para Gescartera consiguiendo pequeños inversores creían que realmente estaban vendiendo duros a cuatro pesetas, pero cuando llegó el juicio en 2008, quince años después de que Gescartera empezara a operar y siete después de que se descubriera el pastel, se demostró que Camacho no era más que un Ponzi renacido. Camacho fue condenado a 11 años de cárcel y cuando salió montó con cierto éxito una asesoría fiscal y financiera.
“Quería rentabilizar el dinero que iba a ser de mis hijos y confiaba en Ruiz-Mateos”
La estafa de Nueva Rumasa, que se acompañó de una monumental campaña publicitaria en toda la prensa nacional, se cebó especialmente con Jerez porque muchos de los tenedores de los pagarés eran antiguos empleados del holding que se sentían en deuda con José María Ruiz-Mateos, sobre el que pensaban que se había cometido una gran injusticia con la expropiación. Como contaba uno de los afectados a Diario de Jerez: “Quería rentabilizar el dinero que iba a ser para mis hijos y tenía absoluta confianza en Ruiz-Mateos”.
Los casos Forum Filatélico y Afinsa sólo cabe imputarlos a una especie de locura colectiva por la cual 459.000 ciudadanos -85.000 de ellos en Andalucía- se lanzaron al negocio de la compraventa de sellos. El agujero superó los 6.281 millones de euros. Casi veinte años después de que se intervinieran las sedes de estas empresas, Hacienda cumple la sentencia de un juzgado de lo mercantil de Madrid que ponía fin al concurso de acreedores y ofrece a los afectados recuperar parte de lo invertido en sucesivos ejercicios a través de la casilla 305 de la declaración de IRPF que computa la estafa como pérdidas patrimoniales. En realidad, Hacienda lo ha hecho a regañadientes ya que consideraba que eran inversiones de riesgo de particulares y que si habían perdido el dinero, perdido estaba. Mientras, los afectados defendían que al hacer esas inversiones ellos habían pagado los impuestos estipulados, por lo que el Estado también se había beneficiado de esas operaciones.
Caso distinto es el de las acciones preferentes, una derivada de la crisis financiera provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2009 que acabó con el sistema financiero paralelo de las cajas de ahorros en nuestro país. Casi todas las cajas emitieron preferentes, pero el caso más sonado fue el de Bankia por el número de afectados, más de 200.000, unos 10.000 de ellos en Andalucía, según los cálculos que hizo en su día la asociación de consumidores de banca Adicae.
Para salvar los muebles de las cajas madrileña y valenciana se organizaron en 2011 unas fusiones que darían como resultado algo parecido a un banco, Bankia, y se nombró al superministro de Economía de Aznar y ex presidente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato, para que lo pilotara. Lo más grave de la política de Rato en Bankia fue la agresiva comercialización de un producto financiero complejo y de alto riesgo para captar capital por el que se prometía en el primer año un beneficio del 7,5%. Si la operación no se explicaba correctamente podía parecer un simple depósito a plazo fijo en el que el capital invertido no corría peligro. Como Bankia venía de ser una caja de ahorros contaba entre sus clientes con decenas de miles de pequeños ahorradores ya jubilados que eran prácticamente analfabetos financieros. Se dio la orden a los directores de todas las sucursales que fueran a por ellos, que los camelaran. Muchos de esos directores llevarían esa carga sobre su conciencia porque ellos sí sabían lo que estaban haciendo y no fueron pocos los que luego caerían en la depresión.
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