El paso del Estrecho
A vista del Águila
En los años setenta se produjeron grandes aglomeraciones de viajeros magrebíes con la intención de cruzar el Estrecho
Antes de que se estableciera la OPE, Miguel Ángel Del Águila las fotografió
El crecimiento del puerto de Algeciras
Desde los míticos tiempos en que Hércules separó Europa de África, el estrecho de Gibraltar ha sido linde, pero también canal que los seres humanos nos hemos empeñado en cruzar. Normalmente, el tránsito se ha realizado en pequeñas escalas, aunque no han sido raras las migraciones masivas concentradas en periodos temporales muy concretos, lo que ha venido provocando grandes problemas debido a las peculiaridades que el tránsito entre las dos orillas posee.
Tradicionalmente, estos movimientos multitudinarios tuvieron poco de pacíficos: desde el traslado de millares de vándalos hacia orillas africanas o los posteriores árabes, bereberes, almorávides o benimerines, a lo largo de la historia numerosos grupos de población han cruzado en masa las difíciles aguas del canal en busca de lo que no tenían o con otros afanes menos confesables.
Estas migraciones históricas poco tuvieron que ver con las que se produjeron a partir de los años setenta del pasado siglo, cuando más de tres millones de viajeros y casi un millón de vehículos querían alcanzar cada verano las costas africanas como colofón de un viaje vacacional a sus tierras de origen. En fechas muy concretas se llegaban a concentrar en el puerto de Algeciras hasta cincuenta mil personas al día, cuando la capacidad de embarque no llegaba ni a la mitad. Como consecuencia de todo ello, se instituyó en 1986 la Operación Paso del Estrecho. Años antes, Miguel Ángel Del Águila fotografió escenas de unos espacios cuya masificación llegó a ser noticia.
Los primeros colapsos
A principios de agosto de 1975, el fotógrafo se desplazó hasta las lindes del paseo Marítimo recién colmatadas y captó esta imagen de los primeros atascos que sufrieron viajeros africanos. Cubrieron sus viejos automóviles belgas y franceses con mantas y colchas para defenderse de un sol implacable de poniente que secaba al instante la ropa recién lavada y puesta a orear sobre improvisados cordeles y ajados barriles de combustible que separaban las parcelas.
Camisetas de tirantes, calcetines, trapos, ropa interior, toallas, reflejan el sol de agosto mientras los viajeros se refugian en la ardiente sombra de vehículos sin aire acondicionado con las puertas abiertas a la espera de un aire de mar que el terral negaba. Nadie asoma entre los coches encarados a unos barcos que tardaban en embarcar a tantos viajeros, los cuales agotaban alimentos pagados a precios de manjares a la espera de un billete que nunca llegaba.
Al fondo, la ciudad contempla la escena siendo a la vez telón de fondo. Aún quedaban restos de la antigua Algeciras de volúmenes armónicos cuyas ventanas traseras se abrían a un mar cada vez más apartado. Solamente dos bloques del paseo actúan de heraldos de nuevas perspectivas aún por llegar, mientras la torre de la Palma se muestra como centinela de unos cambios que grúas y pilares de hierro rubrican desde su base, junto a una Escalinata a la que ya se le acababa el tiempo.
Atasco en el Llano
Ocho años más tarde, también a primeros de agosto, Miguel Ángel del Águila subió hasta una alta terraza del principio del paseo Marítimo y captó esta imagen hacia un norte colapsado. A la izquierda, el constante trajín de una ciudad con coches aparcados en batería y doble fila, mientras los viandantes los sortean y los autobuses de la CTM que acaban de salir en grupo de la Marina los evitan.
Sin embargo, la mirada se dirige hacia el centro, hacia un caos donde apenas se atisban puntadas de orden. La perspectiva muestra un conjunto de automóviles que cubre casi todo el Llano Amarillo, aunque vela su disposición formando interminables líneas paralelas en busca de un oneroso embarque. Mar de techos, mar de cristales, mar de metal, mar de equipajes que ocultan un mar de miradas que lo ven muy cerca, pero al que no acaban de llegar. Entre los álamos de la Marina, las palmeras canarias del paseo y el bosque de mástiles de la flota pesquera, la tierra ganada al mar bulle en una espera que bordea las redes extendidas en horizontales líneas de mar sobre la tierra. Cientos de vidas atrapadas entre líneas de álamos, hileras de palmeras y bosques de mástiles que hoy han desaparecido, como la multitud que custodiaban.
El Paso en primer plano
Finalizaba el mes de julio de 1982 cuando el fotógrafo abandonó las visiones cenitales y se acercó a los individuos que quedaban atrapados cada verano al borde del mar a la espera de cruzarlo. Era bien temprano cuando captó esta imagen donde los viajeros desbordan las lindes portuarias y se extienden por la ciudad pareja.
Frente a una Escalinata aún en pie, algunos viajeros ocupan la calzada: automóviles y autocares del lugar se mezclan con otros de matrícula francesa y con furgonetas cuyas bacas rebosan de equipajes apenas cubiertos con lonas de plástico. Brazos cruzados de hastío, mujeres con el torso vuelto, viandantes que cruzan los carriles con lo puesto, un padre que atraviesa con su hijo sin seguir los reglamentos y una madura pareja que muestra su cansancio sentada en la mediana mientras untan algo al pan que les servirá de alimento.
Sobre el césped, junto a las yucas y los carrizos que empezaban a brotar, junto a esparragueras en macetones de piedra artificial, un acotado prado urbano plagado de envoltorios se convierte en espacio donde dos viajeros se aíslan de espaldas a un mar que se empeña en no llamarlos a la espera de una Ítaca cercana y distante, en una ciudad extraña, entre abandonados envoltorios e hirientes hojas de yucas.
También te puede interesar
Lo último