El crecimiento del puerto de Algeciras

A vista Del Águila

Las instalaciones portuarias se han caracterizado por un crecimiento que forma parte de la memoria colectiva de los ciudadanos

Miguel Ángel del Águila fue capaz de captarlo

Un dique flotante visto desde el rompeolas de la isla Verde.
Un dique flotante visto desde el rompeolas de la isla Verde. / Miguel Ángel Del Águila
José Juan Yborra

Algeciras, 03 de febrero 2022 - 05:00

En poco más de una centuria, el puerto de Algeciras ha traspasado sus menguados límites iniciales que se circunscribían a la desembocadura del río de la Miel y a su tramo final, donde las mareas apenas eran capaces de regenerar sus aguas. Cuando Miguel Ángel Del Águila retrató sus instalaciones ya se había unido la tierra firme con la isla Verde y desde ella se prolongaba desafiante hacia el norte un enjuto rompeolas que protegía la honda rada interior de los temporales y las temidas sudestás.

A partir de los sesenta siguieron prolongadas obras en las que se le fue ganando espacio al mar. Por entonces ya no fueron suficientes los bloques de caliza que eran extraídos de la cercana cantera de los Guijos y que llegaban hasta la costa en traqueteantes vagonetas que destilaban el aire de los recuerdos en sepia.

Para colmatar hectáreas de yodo y mar fueron necesarias técnicas y materiales capaces de dar forma terrestre a superficies marinas que muchos asociábamos con la inmensidad que otorgaba la perspectiva infantil: playas y cantiles, líneas de costa y planos de agua se fueron cubriendo de una tierra que apartaba horizontes pero ampliaba expectativas en las que se basaba el incesante crecimiento de un puerto que tiene en el mar su razón de ser y en la ciudad su orilla más cercana.

El tramo de costa entre Garavilla y el escarpe donde se alza el hotel Cristina.
El tramo de costa entre Garavilla y el escarpe donde se alza el hotel Cristina. / Miguel Ángel del Águila

Caminos sobre el mar

Una clara mañana de noviembre de 1980, Miguel Ángel Del Águila enfocó desde las proximidades de la isla Verde los últimos días de vida del tramo de costa que discurría entre la desaparecida Garavilla y el escarpe donde se alza el hotel Cristina. Toneladas de tierra habían ido colmatando las aguas a la par que los camiones dibujaban caminos en ciernes que iban cubriendo el mar. Poco se ve ya de él: solo un lago sobre el que se reflejan los blancos muros de la conservera y otra lámina sobre la que apenas son capaces de reflejarse las tupidas sombras de los jardines de Marzales.

Por aquel entonces la playa del Chorruelo ya había desaparecido. Sobre ella se había trazado una carretera asfaltada orillada por blancos peñascos de caliza sobre los que la marea marcaba sus oscuras líneas de nivel. Discurría sobre arenales donde se había alzado el Kursaal, antiguo casino e Instituto de Segunda Enseñanza; la medieval torre del Espolón, recordada por ajados grabados y acuarelas; los cimientos del inconcluso casino-balneario o la conservera que desde principios de los sesenta se erigió entre el barrio de Pescadores y el mar. La calzada discurría también bajo la recatada finca de San Bernardo, solar algecireño de los Larios, donde María Josefa Fernández de Villavicencio casó a sus hijas en largos crepúsculos de fiestas bilingües, aristocráticas sedas y vistas a un mar que se fue colmatando y alejando y dejó sin sentido a los antiguos casinos, balnearios, conserveras y palacios con miradores a horizontes cada vez más lejanos.

Los bloques de hormigón con los que se realizó la ampliación occidental de la antigua dársena de Villanueva.
Los bloques de hormigón con los que se realizó la ampliación occidental de la antigua dársena de Villanueva. / Miguel Ángel del Águila

Sillares efímeros

Comenzaba a declinar junio de 1970 cuando el fotógrafo subió los primeros peldaños de la Escalinata para tomar esta imagen. En primer plano, los bicolores cantos rodados y los sólidos muros de piedra que ascendían hasta la trasera de la capilla de Europa apenas hacían barruntar la triste suerte que más tarde correría la sólida construcción erigida quince años antes para poner en comunicación directa el recién construido paseo Marítimo con la plaza Alta.

En la imagen, el paseo se muestra poco transitado: alguna furgoneta bajo las altas farolas de luces de neón y algunos viandantes con veraniega indumentaria que dan la espalda al eje de perspectiva: los bloques de hormigón equilibradamente depositados con los que se estaba realizando la ampliación occidental de la antigua dársena de Villanueva. Aquí no se recurrió a los blancos bloques de caliza de los Guijos, sino a estructuras prefabricadas con las que se erigió un efímero lienzo de muralla sobre el mar que podría rememorar pretéritas construcciones que en el medievo rodeaban el escarpe de la ciudad.

Por encima del provisional baluarte apenas sobresalen las techumbres de las lonjas, el depósito de la Isla Verde y las últimas plantas de los edificios de Pescados y de Gaitán de Ayala. Solo altivas arboladuras de la armada y algún que otro mástil pesquero apuntan un mar que se muestra oculto, sugerido solamente por el vuelo de una solitaria pavana.

Un dique flotante visto desde el rompeolas de la isla Verde.
Un dique flotante visto desde el rompeolas de la isla Verde. / Miguel Ángel del Águila

Diques flotantes

En abril de 1986 Miguel Ángel Del Águila tomó esta fotografía desde el rompeolas de la isla Verde donde se observan nuevas obras de ampliación del puerto. Para ellas no se recurrió a la caliza de las canteras cercanas, ni a toneladas de zahorra, ni siquiera a módulos prefabricados de hormigón con los que se podían erigir pasajeros lienzos de modernas murallas. El proyecto era de tal calado que para colmatar las profundas cotas marinas se utilizó el moderno sistema de diques flotantes, cuyas estructuras competían con las grúas pórtico que perfilaban el horizonte.

La de la imagen es capaz de ocultar el de una ciudad también en expansión que muestra nuevos contornos de blancos edificios de alturas superpuestas en la Reconquista, las Colinas o San José Artesano, que se asoman por levante a un mar cada vez más lejano. La línea de costa aparece yerma, sin vegetación en sus desmontes. Solo una masa verde se asoma junto a la ermita de los Cervera por un lado, mientras que al otro, una bien perfilada sierra se muestra incólume y eterna bajo la claridad de aquella mañana de poniente. Partió el camión aparcado junto al muelle; partió el hombre que labora en el cantil; partió el dique flotante y el puerto siguió creciendo con el ímpetu de adolescencias indomables antes de alcanzar la madurez plena.

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