Vicente Vela García: de Loewe al surrealismo, la creación que no cesa
Observatorio de La Trocha
Su carrera nació con un paso decisivo, con una fuerte proyección desde sus primeros compases, con un temprano y esplendoroso éxito expositivo en Madrid y Barcelona
Entre sus obras consta la creación del anagrama de las 4 eles mayúsculas cursivas enfrentadas para la marca Loewe
Una exposición rinde homenaje a Vicente Vela, el pintor de Algeciras que revolucionó Loewe y dejó huella en el arte español
Vicente Vela García (Algeciras, 1931-Madrid, 2015) fue el tercer hijo de una familia compuesta por Luis Vela Raseo (ferroviario) y Amparo García Lobato. Le precedieron María y Luis y a él le siguió Amparo, la artífice de que las obras de su hermano Vicente se encuentren depositadas y expuestas en el Museo Municipal de Algeciras.
En 1937 y 1943 la familia tendrá un tránsito nómada entre Jimera de Líbar, Campillos y Jerez de la Frontera en 1943, donde se afincará la familia, buscando siempre la mejora de oportunidades formativas para sus hijos. De este periodo guardará la anécdota que mejor describe su encuentro con la magia del color y la pintura y que figura como antesala de este catálogo.
En Jerez de la Frontera comienza sus estudios de bachillerato en el instituto Coloma y allí se produce uno de los encuentros más enriquecedores para su futuro como artista plástico: uno de sus profesores, Alberto Durán, le presentó al asesor de publicidad de las bodegas Palomino y Vergara, Luis González Robles (1916-2003), promotor de exposiciones, crítico de arte y futuro director del Museo Español de Arte Contemporáneo (1968-1974). Una de las tres personas que marcarán su proyección artística.
En la Escuela de Artes y Oficios de Jerez entraría en contacto con Carlos Ayala, Joaquín Cañete, Manolo Daza, Eladio Gil, Jesús González, Juan Gutiérrez Montiel y Juan Padilla, entre otros, que con el tiempo se consolidarían como futuros creadores de una gran generación de artistas jerezanos. No había dudas de que su paso definitivo era continuar en la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría en Sevilla, gracias a una beca de la Diputación Provincial de Cádiz, y de allí pasar a la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid (1952 a 1957), en la que conocería a Eduardo Sanz, Alfredo Alcaín, Antonio Zarco, Isabel Villar y César Olmos.
En Madrid fue decisivo su rencuentro con Luis González Robles, de cuya mano entró de lleno en el mundo de las exposiciones, que inició, casi sin tiempo para respirar, en 1958 con 27 años. A partir de esa fecha clave para su devenir artístico se desarrollaría la múltiple visión personal de su realidad pictórica. Su primer contacto con el público lo tuvo en la Galería Clan de Madrid y a ella le seguiría la barcelonesa Jardín y su participación en la colectiva “Arte español de vanguardia” en el club Urbis, de nuevo en Madrid. Puede decirse que su carrera nació con un paso decisivo, con una fuerte proyección desde sus primeros compases, con un temprano y esplendoroso éxito.
A la par de su proyección nacional, comenzaría su derrotero internacional, de nuevo de la mano de Luis González Robles, el gran promotor de las exposiciones organizadas por el Ministerio de Exteriores fuera de nuestras fronteras. Gracias a él y a su buen hacer como artista renovador de la pintura emergente nacional, no tardaría mucho en abrírsele las puertas del mundo, haciéndose habitual en los circuitos internacionales.
Entre 1958 y 1966 su proyección artística, tanto internacional como nacional, crece y se nutre con una intensa fecundidad… Con 30 años ya tenía colgadas algunas de sus creaciones en varios de los principales museos y galerías de varios países, en los que se fue haciendo asidua su presencia. Su obra se enriquece con el diseño industrial de las producciones de los complementos de lujo para la compañía Loewe, gracias al arquitecto Javier Carvajal. Debía acabar agotado con tanto trajín, pero gracias a ese esfuerzo titánico consiguió el sueño más deseado: su independencia económica.
Durante esta fase de su hacer pictórico, su estética se ciñó al universo informalista. Su obra se encuentra dominada por las masas cromáticas y el desarrollo de lo curvilíneo, a través de una pincelada larga y vibrante, con ritmos concéntricos y en los que la luz surge del interior del campo cromático, como si quisiera escapar del mismo cuadro.
Su reconocimiento le llega con su consagración oficial con la Exposición 1970 en el Museo Español de Arte Contemporáneo en Madrid. Durante esta etapa también expondrá su cosmovisión artística sobre el papel en su primera exposición marroquí en 1965, y que verá recompensada con el primer premio de dibujo en la fase regional de la Exposición Nacional de Arte Moderno en 1970. Ya ha alcanzado un lugar estable en el olimpo de la plástica contemporánea. Es considerado una de las grandes figuras del arte abstracto español, en el que destaca por su sobriedad cromática y la armonía de unas composiciones, que surgen de una prodigiosa inspiración.
A partir de 1970 comienza una lenta pero determinada evolución hacia nuevas exploraciones. La muerte de su padre va a ir cimentando una nueva forma de crear, que verá la luz a partir de 1986, cuando se atreve a abrir su catarsis interior con La partida, ese cuadro-testimonio a partir del que se libera, de una narración interior traumática, a través de su visión del misterio de la resurrección después de la muerte.
Pronto su currículo, en el que la pintura y el diseño le eran bien favorables, se amplía con la escenografía. Hará decorados para obras de Buero Vallejo (La Fundación, 1974 o La Detonación, 1977), Antonio Gala (¿Por qué corres, Ulises?, 1975 o Anillos para una Dama, 1980), o Miguel Sierra (Alicia en el París de las Maravillas, 1978).
En la década de los 80 se encamina de nuevo hacia una figuración sui géneris, sobre la que se va definiendo y asentando su poética surrealista a través de figuras enigmáticas vendadas y amortajadas, que sobrecogen al espectador. Sus imágenes se encuentran pobladas de guiños a la pintura metafísica, futurista o surrealista. Las obras de esta época se caracterizan por la búsqueda de sentimientos de deshumanización.
Esos motivos-protagonistas de sus obras van adquiriendo cada vez una relevancia destacada como los obreros mecánicos y tecnológicos, prototipos de una sociedad robotizada, carente de alma humana. Sus humanoides se comportan como obreros y artistas mecánicos. Es como si se hubiera adelantado a los enigmáticos robots de Elon Musk.
A partir de 1990 su obra da un nuevo giro dando paso a un tumulto caótico, en el que todo parece un vertedero, como si se tratara de un revoltijo. Son composiciones en las que se entremezclan objetos acumulados en un fondo marino, en el que podemos encontrar objetos mecánicos, piezas arqueológicas y tecnológicos, sumergidos en el azul del mar. En estas creaciones mezcla con frecuencia lo clásico con la chatarra.
A través de estas metáforas mediterráneas aglutina toda la fuerza de su vivaz expresión, que ahora va a estar dominada por la expansión de la policromía más traslúcida posible, de ahí que se la pueda evocar como lirismo cromático. El estudio de la luz es la denominación común de sus obras, creadas mediante un poderoso atractivo visual, capaz de hacernos buscar el sentido puramente conceptual de su corpus creativo, envuelto siempre en una atmósfera alucinante.
Si 1958 fue un año clave para su pintura, también lo fue para su incardinación en el mundo del diseño. Este año entabla relación con la firma Loewe. A él se le debe la creación en 1970 del anagrama de las 4 eles mayúsculas cursivas enfrentadas simétricamente y a las que se conoce familiarmente como el cangrejo. Para sus colecciones se inspiró en el arte español, en los grandes del Prado, y en el Modernismo catalán, pero con un aliento muy contemporáneo, lo que le dio su seña de identidad a la Casa. Vela era considerado el alma creativa de la empresa, para la que diseñó productos de referencia como los frascos minimalistas y todo tipo de complementos. Fue director creativo de la firma durante 40 años (1958-1998).
Vela forma parte destacada de la plástica española de la segunda mitad del siglo XX y primeros años del siglo XXI, siendo su período 1958-80 el más destacado en su proyección internacional, en el que sobresale por su calidad, originalidad y capacidad de sorprender, en el que domina un lirismo cromático envolvente, dominado por un movimiento dinámico y una textura viviente.
Su obra muestra los sentimientos más intensos de un yo descontento con la deshumanización, la violencia o el dolor. Trata de dar con ella una respuesta interior a la aventura de la búsqueda incansable de una creación concreta plasmada sobre un lienzo. Su pintura está llena de experiencias visitadas por la imaginación y esto le ha facilitado el paso decisivo para rechazar lo circundante y crear su propio universo en el que el espacio pictórico se encuentra sometido a los embates de su alma y a la magia que se desprende del propio acto de creación, que es la guía sus pinceles.
Andrés Bolufer es licenciado en Geografía e Historia. Especialista en Historia del Arte de la Asociación Cultural La Trocha, Historiador y miembro de la Sección 1ª (Historia) del Instituto de Estudios Campogibraltareños, del cual es Consejero de Número.
También te puede interesar
Lo último
Contenido Patrocinado
Contenido ofrecido por CEU en Andalucía