Ren, un algecireño en Ucrania: "Sé lo que hacen los rusos con los combatientes extranjeros. Prefiero morir peleando”
Soldado de 26 años, abandonó el Ejército de Tierra en 2024 y se alistó junto a los combatientes internacionales que luchan contra la invasión. Ahora forma parte de un equipo de asalto en el frente
Las familias de más de veinte soldados españoles muertos en combate en Ucrania aguardan la repatriación de sus cadáveres
La imagen de los tanques rusos atravesando la frontera ucraniana en febrero de 2022 devolvió a muchos el miedo a las invasiones que carcomieron Europa en el siglo XX. Para otros fue el desencadenante para dejar su trabajo e irse a combatir. El empujón final para agarrar un macuto y viajar al mortal frente de la última guerra abierta en el Viejo Continente. Ren, el apodo bajo el que oculta su nombre, atiende a este periódico desde un punto situado en el este de Ucrania. Su vida corre peligro: “Ahora te contesto, atacan mi zona y ando bastante liado”.
Cuando los ataques rusos cesan, nos contesta. Agarra su móvil y cuenta que dejó su trabajo como militar en el Ejército de Tierra español para enrolarse en las brigadas internacionales ucranianas. No quiere dar detalles de su vida por su seguridad y la de su familia. Se crió en Algeciras, estudió un grado en un conocido centro educativo de la ciudad y practicaba deporte en la piscina del polideportivo municipal. Con el paso de los años dio el paso al mundo militar hasta acabar en una guerra a miles de kilómetros de España. “Estaba cansado de ver las noticias por televisión, había la posibilidad de estar en primera línea”, resume para describir el motivo de su decisión.
Lleva más de un año en un país en guerra abierta contra una potencia nuclear. En Ucrania ya ha echado algunas raíces. Tiene un zorro como mascota, enseña diariamente a otros reclutas conocimientos básicos para el campo de batalla y cada cierto tiempo se va de misión al frente. Trabaja a sueldo del gobierno ucraniano, que paga a los combatientes internacionales entre 500 y casi 3.500 euros mensuales, dependiendo de la función. No le gusta que le llamen mercenario: “Las personas usan ese término por una guerra entre Ucrania y Rusia. Les resulta difícil comprender que hay 70 nacionalidades diferentes, pero no venimos aquí únicamente por dinero. Personalmente, yo estoy para ayudar. No me considero un mercenario”.
Nos quedamos atrapados en nuestra posición y los drones nos lanzaron gas venenoso. Te quemaba la piel, te ahogaba y te irritaba los ojos"
El algecireño conoce bien los combates. Muestra de ello es su mano derecha. “Seguimos hablando cuando salga del hospital”, nos cuenta. Acude al centro médico para curarse de las heridas que la metralla de una granada lanzada por los rusos le dejó. Diestro, necesita agarrar el fusil e ir en breve al frente. Pero este no ha sido el único susto que ha tenido.
“Quería morirme, vomitaba sangre”
Pasan los días. La comunicación se corta, responde a los mensajes a cuentagotas. Los tiempos no corren a favor de Ucrania. Ren se encuentra enrolado en un equipo de asalto. Toma posiciones enemigas, lucha en bosques y en zonas urbanas. En las trincheras, una palabra que parecía olvidada en los conflictos del siglo XXI, estuvo una única vez. Dice que fue suficiente. El peligro le persigue en cada paso que da. En cada esquina. No tiene escapatoria. “Recuerdo un combate el año pasado, por estas fechas, en mi cumpleaños. Teníamos que asaltar una posición y el enemigo usaba drones. Nos quedamos atrapados en nuestra posición y los aparatos nos lanzaron gas venenoso. Te quemaba la piel, te ahogaba y te irritaba los ojos. En ese momento, y por desesperación, comenzamos a arrancar el material que cubría la pared del búnker. Era una especie de papel de aluminio, colocado posiblemente para que las señales de nuestros equipos no fueran detectadas, pero necesitábamos ventilar. Fue una situación muy desagradable, horrorosa. Deseaba morirme”. Pasó varios días ingresado en el hospital vomitando sangre, tenía los pulmones dañados. Se recuperó totalmente, asegura, y volvió a los combates. Después de cada acción se comunica con su familia.
Pasé Navidad y fin de año solo. El 2 de enero de 2025 salí de Toretsk. Deseaba estar muerto. Estuve un mes sin sentir partes del cuerpo por el frío"
Los daños físicos, si no te matan, se curan o se arrastran. Más adelante, para cuando se pueda, tocará ver los mentales. Importantes en una guerra, el personal sanitario no los trata en un hospital de campaña. Pero tienen algo en común con las secuelas físicas: algunos te acompañan toda la vida. Ren combatía en una estratégica ciudad cerca de Bajmut, en el oblast -región- de Donetsk. Su control supone para Rusia facilitar las operaciones y suministros a la vecina ciudad de Konstantinivka, que separa a las tropas rusas de su objetivo final en la zona, la gran ciudad de Kramatorsk. “Estuve atrapado 43 días en esa ciudad, no había quién nos pudiese evacuar. Me llegaba información confusa: habían minado todo, los coches estaban destruidos… No me daban respuestas y pensé en muchos escenarios. Pasé Navidad y fin de año solo. El 2 de enero de 2025 salí de Toretsk. Deseaba estar muerto. Estuve un mes sin sentir partes del cuerpo por el frío, soporté temperaturas de menos 20 grados". Entre charla y charla prepara sus cosas para ir de nuevo de misión. “Ahora te contesto, voy a mirar la mochila para llevar al frente”.
Abatir al enemigo: "No te da reparo por la otra persona"
A diario, miles de soldados rusos pertenecientes a uno de los mayores ejércitos del mundo patean ucranio. Los combates se suceden por toda la línea del frente. Es una guerra estancada. Se tardan semanas, meses en conquistar poblaciones del tamaño de un pequeño pueblo. La batalla por el control de Bajmut (41,6 km²) llevó casi un año. Es una “picadora de carne”, así denominó la Casa Blanca la guerra de Ucrania. Las cifras son inciertas. Se estima en más de 200.000 los soldados rusos muertos y en 80.000 los ucranianos. También combatientes extranjeros, entre ellos decenas de españoles.
Sientes estrés, miedo… Pero no siento pena ni lástima, iré a eliminarte si mi vida o la de mis compañeros se encuentra en peligro. Sientes ansiedad y adrenalina"
En los últimos días ha caído en combate un combatiente asturiano. “La sensación de estar con el enemigo delante es rara. Sientes estrés, miedo… Pero no siento pena ni lástima, iré a eliminarte si mi vida o la de mis compañeros se encuentra en peligro. Sientes ansiedad y adrenalina”. ¿Qué pensamiento pasa por la cabeza antes de apretar el gatillo? El ritmo de la voz le cambia, se piensa la respuesta. “No voy a responder a si he eliminado a un enemigo. Simplemente pasas un límite, pierdes un poco la empatía o el amor hacia un humano. Es como, no sé, usar la bici. Una vez que no necesitas ruedines, vas hacia delante. Pues esto igual, no te da reparo por la otra persona”.
Los días de Ren en Ucrania no son monótonos. Nos manda un vídeo -para una única visualización- de madrugada. “La virgen… uf, suena que flipas”. El cielo oscuro. A lo lejos, el zumbido de un dron. Segundos después, una explosión. Suenan cristales rotos y varias alarmas de coches se activan. “Le están dando duro a Jarkov”. Los drones son los aparatos que dominan el cielo en las guerras de este siglo. Lo vimos en la que enfrentó a Armenia y Azerbaiyán, destrozando el equipamiento armenio. En la Franja de Gaza los bombardeos indiscriminados contra la población civil por parte del ejército israelí van acompañados de una banda sonora, los aviones no tripulados de reconocimiento y ataque. Y en Ucrania no es menos. Rusia lanza oleadas de más de 600 drones. Es un sonido de un mundo dominado por las nuevas tecnologías.
Lo peor son los drones, el sonido te hiela la piel, te mata. Escuchar un dron es saber que estás muerto, es imposible escapar"
“A los ruidos de la guerra te acostumbras. La primera vez que escuché una explosión dije 'hostia' y me tiré al suelo. Ahora ya los reconoces. La artillería suena potente y varios impactos seguidos. Los morteros son más fáciles de seguir, se escucha la explosión y el zumbido. Te queda rezar y tirarte al suelo. Lo peor son los drones, el sonido te hiela la piel, te mata. Escuchar un dron es saber que estás muerto, es imposible escapar. Hay drones kamikazes, drones que te tiran granadas, drones que te lanzan fuego, drones con escopetas, con fusiles, drones que atrapan otros drones, drones de reconocimiento… Cada vez hay más. Al principio, era una guerra común, pero ahora el ritmo lo marcan los drones, muchas veces peleas contra ellos”.
En la guerra de Ucrania se ven desde drones que compras por AliExpress por poco más de 100 euros hasta la última tecnología turca. Estos y muchos tipos más de aparatos occidentales son usados por el ejército ucraniano. En el caso ruso, su mejor baza son los drones de fabricación propia e iraníes. Toda esta situación carcome las cabezas de los civiles y los militares. “Yo, bueno, sufro mucho estrés 24 horas al día, no sé cuándo voy a salir. Pero intento hacer deporte por las mañanas, leo un poco. También entreno a los reclutas nuevos. Chequeo el equipo diariamente para ver si tengo que ir de misión”. Ren no conoce la desconexión laboral. Es un estrés contínuo pensando en el siguiente combate: “He estado varias veces en situaciones en las que he pensado: me van a matar. Sé lo que hacen los rusos con los combatientes extranjeros, no respetan las reglas de los prisioneros de guerra. Prefiero morir peleando”.
Un arsenal variado
Se va al frente. Llegó el día. Va a un punto al oeste de Ucrania. “Aquí usamos fusiles M4 (de fabricación estadounidense), AK47 (hechos en Rusia) y también armas suecas”. Los más de 270.000 millones de euros en ayuda occidental se hacen notar. “Yo tengo una M4 modificada. No hay una disciplina sobre el tipo de arma que usar. Aquí he visto a gente usar MP5 (un subfusil de pequeño tamaño) e incluso armas de la Segunda Guerra Mundial. Hay mucha diversidad”. Dejará su teléfono en lo que es su nueva casa. Va camino al frente. Estará combatiendo entre una semana y 12 días. Lo que no se deja es un collar con un anillo que le regaló su mejor amigo en Algeciras y una especie de rosario ortodoxo que le dieron en Ucrania. “Salgo en cuatro horas, de madrugada”. El periodista dice de tomar una caña cuando vuelva. Ren contesta con dos emojis de jarras de cerveza. Diez días después, el móvil se ilumina. Es Ren, regresa a la base. “Estoy bien. Ahora descansaré hasta nuevo aviso”.
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