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El matrimonio Santacana Mensayas procedía de Reus –como el general Prim– y crearon en Algeciras una destilería

Después de una buena conversación con aquella prometedora jovencita, le aconsejé que estudiara Ciencias Políticas

Muerte del teniente coronel Ceballos.
Alberto Pérez De Vargas

Algeciras, 12 de junio 2022 - 02:00

Nogue –en la calle Prim o General Mola, según épocas y pareceres– era una papelería que hacía de librería y de quiosco de periódicos. Su nombre procedía del de su propietario, Eduardo Nogueiras, que era otro de esos cuantos paisanos de origen gallego que tanto contribuyeron al progreso de nuestra ciudad. Pasaba en ella buena parte de mi tiempo libre, en los atardeceres, sobre todo del invierno, compraba el Marca y observaba a los clientes. Luis, el encargado, era una de esas personas un tanto introvertidas, modestas, reservadas que, sin embargo, resultan gratas. Creo que era novio de la hija de don Eduardo, pero el caso es que llevaba aquello magistralmente. Tenía una miopía importante y eso suponía entonces llevar unas gafas con cristales parecidos al fondo de una botella, gruesos y con capas de aumentos bien visibles.

La calle formaba parte del paseo por excelencia de los años cincuenta. Era, de hecho, el último tramo, el que desde el edificio de la eléctrica Sevillana a un lado y el Frente de Juventudes al otro, descendía hasta el Escudo de Madrid o “Los Ratones” (como se le llamaba popularmente). Una de nuestras grandes mercerías, tan legendaria como Ramírez, en la esquina de General Castaños (o Carretas) con José Antonio (antiguo tramo alto de la calle Real). El edifico ha mantenido su formidable aspecto, como ocurre con el de Fillol, precisamente frente a donde estuvo Ramírez. En éste se podía encontrar cualquier cosa, sin embargo para los botones, en tanto que juego de mesa emulador del fútbol, lo suyo era acudir a una pequeña tienda de la esquina norte de la calle Convento con San Antonio. El escaparate de Ramírez estaba lleno de misterio, permanente, inalterable; habría servido para ilustrar el rodaje de una de esas películas de miedo que nos echaban de vez en cuando en el cine Delicias.

José Ortega Díaz, que nos regala un relato sobre esa calle, en las páginas de AEPA2015, e incluso se entretiene en hacer una breve semblanza de los generales Prim y Mola, cuenta que la calle se llamó primitivamente (hasta 1903) “Torrecilla”, debido a una torre medieval que hubo en ella. El caso es que en la esquina del actual Hogar del Pensionista, hubo un pósito, un edificio con aspecto de torre, generalmente cilíndrica y de altura considerable, que se utilizaba de antiguo para almacenar el grano cuando lo había en abundancia y en previsión de futuras carencias. El pósito se constituyó en una referencia mientras existió, hasta el punto de que en una ocasión sirvió para dar nombre a uno de los cuatro distritos electorales en que, para unos comicios, se dividió Algeciras. Los dos distritos de la parte baja de Algeciras fueron en aquella única ocasión llamados “Pósito” y “Caridad”. El primero aludía, más o menos, a la mitad colindante con el mar y el segundo a la mitad interior hacia la llamada Puerta de Tarifa. El pósito, cuya interesante historia recoge Juan Barreno González en AEPA2015, debió de ser, como lo era el Hospital Civil, uno de esos lugares que acaban convirtiéndose en el referente de una zona urbana.

El Escudo de Madrid hacia 1955.

Ya más abajo, al sur y hacia el río, desde Los Ratones y la Cervecería Universal, se agrupaban los bares, las ferreterías, las droguerías y las zapaterías, y un tiempo antes, las destilerías. Hasta una confitería, La Favorita, y una gran tienda de tejidos, Tejidos Millán. Delante de La Giralda, de Manuel Pérez de Vargas, estaba el Quiosco Moya, un pequeño reducto comercial del que vivía la familia formada por Antonio Moya y María Navarro. Me he referido a ellos en ocasiones y no faltarán muchas más, porque me actualizan un tiempo y me avivan la memoria acerca de una gente entrañable cuyo recuerdo me llena de buenas sensaciones. Hay toda una historia con matices tristes y alegres en torno a esa maravillosa familia que tuve el privilegio de sentir como mía. La familia de Manuel Pérez de Vargas procedía, como todas las de su apellido, de Casares. Él era comisario de policía y poseía una destilería, una distribuidora de bebidas alcohólicas y una pequeña red de bodegas, entre las que estaba La Giralda y también La Bahía, en la calle Convento, esquina con Coronel Ceballos. En esa empresa empezó a trabajar y se hizo contable, el que sería el primer alcalde constitucional de Algeciras, Francisco Esteban Bautista, felizmente entre nosotros. He podido confirmar el grato recuerdo que de ese histórico y buen alcalde se tiene en la ciudad.

Noticia de prensa (R. Godino).

A propósito del nombre de esa calle –Coronel Ceballos– conviene hacer algunas consideraciones. No es cuestión de enumerar los errores percibidos en nuestra geografía urbana, pero sí aprovechar la alusión a esa céntrica calle de Algeciras, para señalar el que se comete en el rótulo que aparece con su denominación oficial. AEPA2015 hace años que advierte en sus páginas que el rótulo de la calle está equivocado. La intención al llamarla Coronel Ceballos era perpetuar la memoria de un héroe militar algecireño, el Teniente Coronel (ascendido a Coronel a título póstumo) Federico Julio Ceballos (Julio es apellido), que nacido en 1851 murió en combate en 1909. El hecho de que otro militar también llamado Ceballos, Francisco de Ceballos y Vargas (1814-1883), tuviera una larga y brillante ejecutoria, confunde a nuestros munícipes y a sus asesores culturales, si es que los hay. Tras una más que brillante carrera militar, Francisco fue nombrado Ministro de la Guerra en el Gabinete presidido por el historiador, periodista y gran político malagueño, Antonio Cánovas del Castillo, que nacido en la capital malacitana en febrero de 1828, fue víctima de un atentado mortal en el balneario de Santa Águeda de la ciudad guipuzcoana de Mondragón, en 1897, siendo presidente del Consejo de Ministros bajo el reinado de Alfonso XIII.

Cánovas del Castillo hacia 1869

La calle Sol, tal vez se llamaría así por situarse, como ocurre en San Isidro con la del Buen Aire, tan de este a oeste, que el sol la recorre de principio a fin. La Corporación de 1910, presidida por el alcalde Ricardo Rodríguez Gamba, rotuló a la calle Sol con el nombre de “Coronel Ceballos”, en memoria del militar algecireño y no del que fuera ministro, un santanderino nacido en Torrelavega que jamás tuvo algo que ver con Algeciras. Las fechas de nacimiento y muerte también están equivocadas, se refieren al ministro y no al héroe algecireño, muerto en la campaña de Melilla, el 18 de julio de 1909, como señala, entre otros detalles y en páginas de AEPA2015, nuestro admirado Roberto Godino. “La muerte de Ceballos –escribe Godino–, como muchos otros acontecimientos bélicos de la época, aparece en una estampa coleccionable, con el número 5 de la serie 1, dedicada a la Campaña de Melilla de 1909, con el título “Muerte del teniente coronel Ceballos””. Se da la circunstancia de que el alcalde Rodríguez Gamba sería el que propició, al frente de otros notables, la creación, en 1911, de la Escuela de Artes y Oficios, una institución educativa consustancial con la historia social de Algeciras.

Manuel Tapia Ledesma, con su admirable trabajo, lleva años haciéndonos saber más de nuestra tierra. Mi gratitud por ello, es grande. Como la que debo –como la que debemos todos– a los relatores e investigadores de nuestra realidad, próxima o remota. Lo cito ahora porque ha difundido recientemente en Europa Sur los antecedentes familiares de dos de los hermanos Santacana Mensayas, Emilio y José, que fueron alcaldes de Algeciras. El primero de ellos, debido a su exquisita formación, sería el alcalde de la Conferencia de 1906 y el único de los regidores algecireños que ha llegado a tener una estatua en la ciudad.

Quizás debiéramos valorar en la familia Santacana Mensayas la importancia de quienes, como sus padres, en este caso catalanes, llegaron un día a nuestra ciudad, se establecieron en ella y crearon riqueza y bienestar. El matrimonio Santacana Mensayas procedía de Reus –como el general Prim– y crearon en Algeciras una destilería. Tapia la sitúa en el número 29 de la calle Larga, entendiendo que entonces esa calle, llamada así por su longitud, iba desde la actual Muñoz Cobos –no está claro si esta última era parte o no de la calle Ancha– hasta e incluyendo la calle Monet. Es precisamente en este último tramo donde estaba la destilería de los Santacana, un poco más abajo, por lo tanto, de La Giralda de Manuel Pérez de Vargas. Las destilerías, como las fábricas de luz, eran industrias muy frecuentes de la época, los aguardientes secos y anisados formaban parte de los gustos de sectores sociales diferenciados. La copita de anís era muy de la burguesía y la copa de aguardiente mañanera, muy propia de la clase trabajadora.

Rótulo de la calle Coronel Ceballos.

El encargado de la destilería de los Santacana era un hombre muy estimado en la ciudad, como su hijo, José Luis Nieto, y su nieta, Inmaculada –en la actualidad política del momento–, también emparentada con el inolvidable Florencio Ruiz Lara, “Flores el gaditano”, y sobrina de Victoriano, uno de los hermanos Mera, tan significados todos ellos, como su padre, José, en la historia social de Algeciras. José Luis era uno de esos personajes que permanece en tu recuerdo y aparece y reaparece cada vez que haces referencia a cualquier cosa del anecdotario popular. Me referí a él en este recuadro, hace casi exactamente un año (el 20 de junio del pasado año), en el ambiente de la calle Trafalgar de los años ochenta. Él, su compadre Antonio Madreles, uno de los grandes del cante, y yo frecuentábamos aquella joya de la hostelería que era Chez José Luis. Precisamente en ese escenario atendí, a petición suya, a Inmaculada, cuando se disponía a acceder a la Universidad. La entrevista sucedía en el tiempo a mi implicación en el diseño de los estudios de periodismo. No estaba yo especialmente animado con lo que se pretendía y ella se decantaba por esa carrera. Después de una buena conversación con aquella prometedora jovencita, hija de mi amigo, le aconsejé que estudiara Ciencias Políticas y quizás después se acercara a la práctica periodística. Así lo hizo y he podido saber después que se sintió satisfecha con la elección.

A fin de poder contar una de las anécdotas más ingeniosas de José Luis Nieto y aunque sé que estoy ante buenos entendedores, adelantaré que los de por Algeciras solemos llamar en blanco a una sopa de buen pescado, pescadilla sobre todo, que se suele preparar ocasionalmente para quien anda mal del estómago. Quizás el nombre se deba a que ha de hacerse, en todo caso, con pescado blanco hervido y apenas sin aderezos, tal vez con alguna patata y un poco de cebolla. O puede que el nombre aluda a su aspecto blanquecino. Pues bien, José Luis trabajaba en el Banco de Bilbao de la calle Real y un director recién llegado, le preguntó –sabiéndole natural y buen conocedor de la ciudad y de sus gentes– por un cliente que había solicitado un préstamo. Nada más leer el nombre del solicitante, José Luis dijo en voz baja y a título confidencial, dirigiéndose al director: “este devuelve hasta los en blanco”.

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