Campo Chico

Al principio de la calle Ancha

  • En el patio de la casa de la calle Ancha, subidos en donde podían, López Canales y Torés se asomaban al interior del Piñero

  • Me pregunto qué será de nuestra palmera con el paso del tiempo y el desdén endémico con que tratamos todo lo nuestro

A la izquierda, la casa junto al piñero.

A la izquierda, la casa junto al piñero.

Entre el Café Piñero y la Comandancia de la Guardia Civil, en la calle Ancha de Algeciras, había una casa con su patio, como tantas otras, y en sus bajos una barbería llamada La Deportiva. En esa casa nació nuestro gran artista Antonio López Canales –que no es de San Roque, aunque fuera esta querida ciudad hermana la que albergara su niñez y adolescencia− y en esa casa también, vivió de pequeño el no menos nuestro, Crescencio Torés Butrón que, en cambio, bien que de padres algecireños, nació en Cádiz. Nada menos que junto al Teatro Falla y a la Facultad de Medicina, en el corazón intenso del casco histórico de la capital.

Son dos personajes de los que por numerosas razones debemos estar orgullosos. El uno debiera ser desde hace mucho Hijo Predilecto de Algeciras y el otro debiera ser Adoptivo, variante de Predilecto para los no nacidos en la localidad. Nuestro alcalde tendría que tomar la iniciativa sin esperar a segundos, sería una prueba de su sensibilidad ciudadana. La obra pictórica de López Canales es grandiosa y está consagrada, en gran parte, a la escenografía urbana que compartimos sus paisanos.

Sus iniciativas –TRIA75, entre otras− han tenido una trascendencia cultural inconmensurable y su disponibilidad para todo lo que nos afecta y nos conviene no tiene límites. Catedrático del Instituto en el que fuimos condiscípulos y profesor de la Escuela de Ingenieros, su arte y habilidades no se han limitado a los lienzos. Además han activado la sensibilidad de una inmensa cantidad de aspirantes a ser más de lo que eran antes de beneficiarse de sus enseñanzas y de su ejemplo.

Crescencio

Torés es el guardián insustituible de nuestra cultura taurina. La Fiesta de los toros está intensamente arraigada en nuestra historia. Tres plazas de toros se han sucedido en el entramado del escenario de nuestras vivencias. Con una singularidad, la Constancia y la Perseverancia fueron proyectadas, realizadas y mantenidas por el pueblo llano y nacidas al calor de los frailes Mercedarios de la calle del Convento. No creo que haya un caso comparable al de Algeciras.

En La Perseverancia se vistieron de luces 15 veces Joselito el Gallo, 17 veces Pepe Luis Vázquez y 20 veces Juan Belmonte, entre tantas otras de todas las figuras importantes de la tauromaquia.

Las abuelas maternas de Antonio y de Crescencio eran hermanas. Pues bien, ahí están los dos, dispuestos para la inmortalidad porque los dos pertenecen a la intrahistoria de Algeciras, de la que forman parte ineludible. Crescencio fue una pieza fundamental en el engranaje de las pesquerías, cuando eran en Algeciras una fuente generosa para la creación de riqueza y para el bienestar de muchísimas familias. Contribuyó con su trabajo y dedicación a la notoriedad del Puerto cuando ésta dependía en gran parte de su importancia como puerto pesquero. La lonja de Algeciras, que ahora está siendo demolida en más de la mitad de su estructura, era un edificio industrial notable, con unas características técnicas no muy distantes de las que han hecho del mercado Ingeniero Torroja una referencia mundial. Crescencio trabajó toda su vida activa en la Cofradía de Pescadores, aunque hubiera querido ser militar, como lo fue su padre, capitán de la Guardia Civil, muerto en acto de servicio. La lonja algecireña llegó a concentrar la intervención de cerca de dos mil barcos pesqueros.

Los Gaditanos

López Canales y Torés compartieron de pequeños –son casi de la misma edad− curiosidades y juegos. De mayores pertenecieron a las dos más brillantes promociones del Instituto. En el patio de la casa de la calle Ancha, subidos en donde buenamente podían, se asomaban al interior del Piñero, mientras la abuela de Antonio les conminaba a no ver “esas cosas”. Por entonces, este paradigma de café cantante, en el que se forjó el trío Los Gaditanos, montaba espectáculos los sábados en la tarde-noche, cuando aún la llamada entonces semana inglesa, para la que el sábado no era laborable, no había sido implantada en España.

Debo recordar que Los Gaditanos fue el primer conjunto de corte flamenco que se subió a los escenarios españoles. Estaba formado por Manuel Molina, cuyo hijo sería años más tarde, el Manuel de Lole y Manuel; Chiquetete, padre de Isabel Pantoja; ambos gitanos; y Florencio Ruiz Lara, el inolvidable “Flores”, de cuya creatividad e ingenio tanto hemos disfrutado sus paisanos y los que tuvimos el privilegio de ser amigos suyos.

El padre de Crescencio aparece pronto ligado a los grupos artísticos algecireños; concretamente, figura con poco más de dieciséis años como vicesecretario de un grupo llamado “Hacia el Arte”, como he podido comprobar en una noticia aparecida en el semanario El Cronista fechada el día 2 de diciembre de 1915. El Cronista había sido fundado en 1912 por Juan Pérez Arriete, una de las grandes figuras del ámbito cultural algecireño.

Cuando un toro mató a Manolete

Cuenta Crescencio, en un artículo publicado por estas fechas, pero en 1988, en Europa Sur (De las barberías al telediario), que en su niñez La Deportiva era una fuente de noticias. De hecho, las barberías siempre fueron el lugar de elección para la lectura de la prensa, generalista o especializada, y para el diálogo. Mi amigo Jose, un peluquero de Aldeasoña, en Segovia, cerca de Cuéllar y de Peñafiel, con el que compartí muchas horas, solía decir que el sillón del barbero es una sede parlamentaria.

Precisamente hoy, hace exactamente setenta y cinco años, sufrió el legendario diestro cordobés, Manuel Rodríguez Manolete, la cogida mortal que le asestó un toro de Miura, Islero, al entrar a matar. Crescencio cuenta que la noticia le llegó en la barbería de la calle Ancha, donde con diez años recién cumplidos, ya leía El Ruedo, la revista de toros por excelencia de su época. El corresponsal en el Campo de Gibraltar era entonces Tomás Herrera Poveda, una importante personalidad de la sociedad algecireña de los cincuenta y sesenta, autor de De la calle Munición a la Perseverancia, y padre del que sería alcalde de Algeciras entre 2003 y 2007.

Manolete, la cogida (Canito, 28.08.1947). Manolete, la cogida (Canito, 28.08.1947).

Manolete, la cogida (Canito, 28.08.1947).

El maestro Juanito Sevilla y su leal oficial, Ricardo, eran las almas de aquella barbería frecuentada por uno de los ídolos del deporte algecireño, el gran Andrés Mateo. Me contaba Crescencio que vio a Andrés jugar con su inseparable boina puesta. A la espalda norte del Casino Cinema, entre el edificio y el campo de fútbol del Calvario había una amplia explanada que era como una cancha rústica para satisfacción de los muchachos que acudíamos allí a jugar a la pelota. Un tío de Crescencio, Butrón, dejaba en los espectadores y aficionados la misma sensación que el gran Pilín, aquel pequeño y velocísimo extremo del Algeciras que era algo así como el Gento de nuestro pueblo.

Luis Marquijano, Bernal y Garzón

Crescencio coincidió en la Cofradía de Pescadores con Luis Marquijano Gallardo, una persona excepcional que Dios nos regaló en un esplendido gesto de generosidad. Luis había nacido en Tánger y recaló finalmente en Algeciras donde intentó ser torero. Apuntaba maneras y muchos recuerdan la novillada que el Día del Corpus de 1950 tuvo lugar en San Roque, en la que él cortó dos orejas y sus compañeros de paseíllo, una cada uno. Estos eran Manolo Bernal, que también era de Tánger, y Juanito Garzón, sevillano afincado en Algeciras, donde casó con una hija del más que bien recordado Joaquín Benedicto. Garzón mantuvo durante años una papelería estanco en la calle Ancha, que antes fue Ango, un acrónimo derivado de su creador, Antonio Gómez. La hija de Antonio, Dolores, era una guapísima muchacha de mi pandilla. Tuve la dicha de recuperar el contacto con ella, muchos años después, en el legendario Mesón Algeciras de Madrid, cuando ella trabajaba en el Tribunal Constitucional. Apareció en una de las primeras erizadas que allí se celebraron en los años ochenta y noventa, gracias a Juan Guerrero Soriano y a Ignacio Villaverde Valencia.

El Pasaje Andaluz y el Royalty

Juanito Garzón era el mayor de los tres hijos de Juan Garzón y de su esposa Teresa, dos personas encantadoras que pronto se hicieron clientes de Los Rosales y amigos de Ignacio. Procedían de Sevilla y se dedicaban a la promoción inmobiliaria, muy activa en la Algeciras de esos tiempos. Tenían un precioso chalet en el Hotel Garrido, que por entonces, como ocurría con la banda izquierda del Secano, subiendo hacia el noroeste, eran en parte, una especie de zona residencial.

El Secano era la componente urbana de la carretera de Cádiz a Málaga o viceversa, discurría por detrás de la Plaza y se adentraba en curva por el Hotel Garrido, más allá de la Bajadilla, en dirección a los Pinos y a la inolvidable Venta del Oro con su permanente y luminosa buganvilla. Antes de la curva, estaba el Pasaje Andaluz, un cabaret propiedad de los hermanos Lobato, dueños del Royalty, uno de nuestros grandes bares, en el corazón de la calle Ancha. El Royalty está hoy travestido en una tienda de juguetes regentada por los descendientes de uno de los hermanos Lobato.

A la derecha, el Royalty. A la derecha, el Royalty.

A la derecha, el Royalty.

Un poco más allá de la Plaza, a la derecha, y junto a una cruz de piedra, residía la majestuosidad del Instituto, un edificio con mucha solera acumulada y mucha historia en el que desde su concepción arquitectónica a su discurrir histórico se ha derrochado cantidad de inteligencia.

La palmera imperial

Frente al Piñero, al otro lado de la calle, en el número 2, el noble edificio de ladrillo rojo que ha sufrido los atentados estéticos derivados de los alquileres de sus bajos, desde que estuvo en ellos la Tintorería Amaya, parece contemplar con indiferencia el cambiante paisaje urbano que lo rodea.

Era el edificio de los Ramos, una de esas familias pioneras en la recuperación del Algeciras de la posguerra. Tengo la impresión de que siendo como es una joya arquitectónica, no está lo suficientemente valorado a efectos oficiales. La puerta que da a la calle Ancha merece ser contemplada con detenimiento. Es de una madera tallada de gran calidad, probablemente en Filipinas y en la época colonial.

Edificio de la Calle Ancha. Edificio de la Calle Ancha.

Edificio de la Calle Ancha.

Me llamó la atención sobre ello Manuel Gutiérrez Alonso, mi querido Manolín. Como lo hizo con una palmera “imperial” que está en la zona de aparcamiento del (ex) Paseo Marítimo, cercana al cruce con Trafalgar. No he ido a verla desde hace algún tiempo, pero me temo que esté desatendida. Sin embargo, se trata de un ejemplar extraordinario. Le viene el nombre de haber despertado la curiosidad de la Emperatriz Isabel (Sissi) en el Huerto del Cura del palmeral de Elche, durante una visita que tuvo lugar en el otoño de 1895.

A raíz de un comentario

La palmera imperial Paseo Marítimo. La palmera imperial Paseo Marítimo.

La palmera imperial Paseo Marítimo.

Un comentario mío en Europa Sur al que fue generosamente receptivo el entonces presidente de la Autoridad Portuaria, Manuel Morón Ledro, propició una limpieza necesaria de la palmera. El Puerto es el responsable del cuidado de ese recinto y Morón se ocupó de dar las órdenes oportunas, pero mucho me temo que sin un cuidado programado y constante, la palmera vaya extinguiéndose entre detritus depositados por viandantes e indigentes que la utilizan con frecuencia como armario.

Ignoro los detalles de nuestra palmera, pero la de Elche está bien estudiada, datada y cuidada. Se sitúa su germinación hacia 1830 y la aparición de sus hijuelos –múltiples brotes alrededor de su tronco− se produjo unos treinta y cinco años más tarde. Un sacerdote, el capellán Castaño –de ahí el Huerto del Cura− observó en los primeros años del siglo XX, la necesidad de fortalecer la estructura corporal de la planta, para evitar que el peso pudiera dañar su crecimiento. Hoy día, la palmera imperial está fortalecida con unos poderosos soportes. Me pregunto qué será de la nuestra con el paso del tiempo y el desdén endémico con que tratamos todo lo nuestro.

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