De la política al corcho (I)

Historias de Algeciras

Tras Manuel Navarrete Campos, varios regidores municipales se sucedieron en corto espacio de tiempo al frente de la Alcaldía de Algeciras

Algunos de estos políticos y miembros de la burguesía local acabaron asociados en una explotación corchera

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El alcalde y la Sra. Besson (I)

El alcalde y la Sra. Besson (y II)

La calle Alfonso XI de Algeciras.
La calle Alfonso XI de Algeciras.
Manuel Tapia Ledesma

02 de junio 2023 - 03:00

Aquel asunto que levantó a toda la opinión pública sevillana y que fue seguido por las policías de tres naciones europeas, generando además de ríos de tinta y la burla general en la ciudad de la Giralda, concluyó de la mano del algecireño alcalde. En representación del Gobierno español, procedió a la entrega de Madame Besson o Fontaine a las autoridades de Gibraltar.

Un año más tarde de tan singular episodio que tuvo como escenario un pequeño vapor parado -y llamado Elvira-, en aguas de la bahía, Manuel Navarrete Campos sería sustituido -tras una buena gestión en el consistorio local-, por José Sagrario Fernández.

Este próspero propietario que sustituyó a Navarrete en la algecireña alcaldía, ejercía -entre otras actividades- como administrador de la excelentísima señora Baronesa viuda de Areyzaga, doña Romualda de Cortazar y Muribe. Los bienes y propiedades de tan excelsa dama, estaban situados en el término de la cercana villa de Los Barrios. Sagrario tenía su despacho en el bajo del número 4 de la calle Sagasta, siendo su hombre de confianza en aquella ordenada oficina el fiel escribiente Francisco Ardaya.

A partir del cese del alcalde que puso fin al asunto madame Besson, los siguientes corregidores que presidieron la corporación local fueron, tras breve paso por el consistorio, presentando unos tras otros su dimisión o forzada marcha, a saber...

Quizás por el fruto de la complejidad de la época en aquella última década del para entonces viejo siglo XIX, a la que habría que sumar la llegada de las inversiones británicas unido al más que sensible aumento de la población. Sin olvidar, en tono contrario, la amenaza yankee sobre las costas de la comarca con motivo del conflicto de Ultramar. O tal vez, la simple lucha interna por el poder en el seno de los partidos...

Tras el mencionado representante de la Casa de Areyzaga le siguió Félix Flores, ex Contador de la Armada Nacional y propietario de la suerte El Retozadero, situada en la dehesa del Novillero. Al ex miembro de la Armada, le sustituyó Rafael de Muro y Joaristy, reconocido banquero que durante su mandato inauguró la nueva Casa Consistorial.

Posteriormente, ocupó la presidencia del cabildo algecireño José Santacana y Mensayas, también renombrado propietario, quién, junto a su hermano y ex alcalde Emilio, eran titulares de la firma Hijos de Francisco Santacana con domicilio social en el número 29 de la calle Cristóbal Colón o Larga. Al industrial Santacana y Mensayas, le siguió en el cargo Manuel Pérez Santos, también importante propietario, casado con Amparo Pardillo, con domicilio en el número 29 de la calle Alfonso XI esquina Plaza de la Constitución o Alta. Aquel periodo de “inestabilidad” finalizó en el sillón principal de la Casa Consistorial algecireña con Manuel Sanguinety Sambucety, industrial y propietario, avecindado en el número 2 de la calle Bailén o De las Damas.

En cuanto a Manuel Navarrete Campos, tras su buen y provechoso paso por la Alcaldía, incluido su anecdótico papel en la entrega a las autoridades británicas de Madame Besson o Fontaine, volvió a su despacho donde su fiel empleado Salvador Valenzuela le esperaría, muy posiblemente, para retomar un buen número de atrasados expedientes. Una vez puesto al día, comenzó otra actividad sobre la que fijó sus esfuerzos, siendo esta su regreso a la vida social local -necesario portazgo para su empresaria proyección personal-, ingresando para ello en la siempre exclusiva Junta directiva de la Sociedad Casino de Algeciras. Aquella junta que estrenaría el nuevo siglo estaba conformada entre otros por Ricardo Rodríguez España como presidente; Emilio Santacana y Mensayas, vicepresidente; Francisco Coterillo Ojeda, como tesorero; y por último, y como secretario de la sociedad recreativa y cultura, el reincorporado Manuel Navarrete Campos.

Aquella amplia actividad social no le impedía atender a sus negocios y propiedades, como así lo hizo al vender a José Santacana el cortijo heredado de su padre y situado en el término de Los Barrios de nombre “Grande”. Aquella gran propiedad, paradojas de la vida, surgió del Estado y en un corto futuro volvería de algún u otro modo a la Administración central, tal y como expresa la documentación consultada: "Este predio perteneció a la Beneficencia de Madrid y habiéndose incautado de él el Estado, con arreglo a lo dispuesto en las leyes desamortizadoras la enajenan en subasta pública en cuyo acto la adquirió el Sr. Manuel Navarrete y García, y que otorgó el Juez de primera Instancia del Distrito de Madrid [...] en 11 de Junio de 1887".

La propiedad, una vez fallecido el padre de Navarrete Campos, pasó a la que fuera su viuda y madre de éste, doña Catalina Campos Muñoz. Posteriormente, tras el fallecimiento de doña Campos Muñoz -en 1894-, la propiedad quedó en manos de su hijo, quién la vendió a José Santacana en la cantidad de 60.000 pesetas. Y es precisamente José Santacana, y su sentido de patriotismo, el que facilita que recalen nuevamente los intereses del Estado sobre aquella propiedad. En 1901, el ramo de Guerra a través del excelentísimo señor Capitán General de Andalucía, había comisionado a su ayudante de campo, el capitán de infantería Antonio Meulener Verdeguer para que "observase en las cercanías del fondeadero algecireño los terrenos apropiados para albergar un importante contingente de tropas". El resultado del trabajo del capitán Meulener fue el de informar a su superior de que el lugar más idóneo para albergar a los soldados se encontraba en las afueras de nuestra ciudad, ubicado en el término municipal de la vecina villa de Los Barrios, y del cual era propietario el vecino de Algeciras José Santacana y Mensayas.

Obtenido el permiso para proseguir con la gestión, el capitán Meulener procedió a entrevistarse con José Santacana al objeto de formalizar el posible acuerdo sobre los terrenos necesarios. Santacana, según afirmó documentalmente el capitán actuante "accedió gustoso y movido por su patriotismo ofreció la cesión graciosamente y por todo el tiempo que el Ramo de Guerra lo necesitase para el objeto indicado".

Rápidamente, Meulener procedió a informar mediante telegrama a la Capitanía General de Andalucía, cuyo responsable reenvió el mismo texto al Ministro de la Guerra, expresando el telegrama original: "Terminada satisfactoriamente gestión que V. E. me confió terrenos en Los Barrios, para emplazamiento barracones propietario Santacana, inspirado alto patriotismo hace prestación gratuita dichos terrenos Ramo Guerra por todo tiempo que lo necesite para tropa". Coincidente con tan patriótico gesto José Santacana recibiría formalmente, y a partir de entonces el tratamiento de Excelentísimo Señor.

Y mientras la propiedad que pasó de mano de un ex alcalde a otro ex alcalde sirve a los intereses estratégicos del Ramo de Guerra en el norte de Marruecos, aparece localmente por aquellos días la referencia que se hace sobre Algeciras en un texto impreso y editado en los Estados Unidos, expresando el susodicho: "Hace pocos días tropezamos con un libro norteamericano en el cual un caballero de nombre Noah ciudadano de la joven República de los Estados Unidos, en ocasión de relatar un viaje que hizo por España, describe la situación y costumbres de nuestra tierra. Y como en el libro, á vuelta de algunos fragmentos indigestos, hallamos que hablando nuestro viajero de su visita al teatro de Algeciras, dice: que una compañía de cómicos ambulantes, de la clase más baja, representa la pieza Carlos V ó El sitio de Túnez. En los entreactos se permitió hacer una visita al cuarto de vestir, y encontró al rey desprendido de sus reales vestiduras durmiendo sobre un banco, y su reina, con sus atavíos, muy compuesta fumando un cigarrillo. Esto da ocasión al bueno de M. Noah para añadir, por vía de comentario, que es una cosa muy común en las mujeres españolas eso de fumar cuando están a solas".

Extracto del convenio entre Soler y Manuel Navarrete.
Extracto del convenio entre Soler y Manuel Navarrete.

De vuelta a la importante figura como propietario del ex representante del Estado en el asunto de madame o lady Fontaine, recordar que otro municipio del Campo de Gibraltar en el que Navarrete Campos poseía propiedades era Jimena de la Frontera. Suertes de tierras aquellas que bajo las denominaciones de La Goleta, La Potrica y Lora, le dejó pingües beneficios, tras el contrato firmado con el taponero catalán, vecino de Palafrugell, Narciso Soler Gallart. Aquel contrato consistía en "La venta del corcho segundero y de refino que produzcan los árboles de sus majadas, lo lleva á efecto á 10'05 pesetas el quintal de corcho, pesados en fiel en el sitio donde estén montadas las calderas que designarán las partes de común acuerdo".

El citado contrato a su vez recogía entre sus cláusulas "Los actos de extracción, recogida, estiramiento y desbornizamiento de árboles y ramas de árboles señalados por el propietario será por cuenta del Sr. Soler, con arreglo á las mejores prácticas del país. Obligándose el Sr. Soler á que el corcho quede recogido y estirado el mismo día que se extraiga para lo cual tendrá el suficiente número de operarios; así como su entrega y pesos en los sitios y días designados para ello. El corcho reunido en una pila lo recibirá el Sr. Soler, siendo pesado en fiel el que los sacadores extraigan en doce días al siguiente, ó sea, el que haga trece de extraído, obligándose á tener el mismo número de sacadores de esos doce días, ó al menos á no disminuirlos durante ellos, y dando recibo al Sr. Navarrete del corcho que le entreguen cada día de peso. Si al final de la saca del corcho resulte que este no se diera por circunstancias atmosféricas se suspenderá el descorche. Si durante el estiramiento ó peso lloviese, se esperará para este diez días después de haber cesado la lluvia y de los doce estipulados, salvo lo que las partes acuerden sobre este punto".

La relación entre ambos hombres de negocios se mantendría bien entrado el nuevo siglo e invirtiendo ambos grandes sumas de capital, generando a la vez un buen número de puestos de trabajo para la zona como: sacadores, recogedores, arrieros y pesadores, entre otros, y tan necesarios y fundamentales para aquella industrial actividad. Las sucesivas cláusulas del acuerdo proseguían: "Soler se compromete á que empiece el descorche antes del 15 de Junio del próximo año de 1901 y a que termine la entrega en fin de Septiembre del mismo año. Soler podrá cocer, raspar y preparar el corcho dentro de las majadas en los sitios que designe, lo que será respetado por Navarrete, autorizándole este á recoger el corcho bornizo (el que se obtiene de la primera extracción), rodante para cocer el de obra, así como también le permitirá cortar monte bajo y palos para hacer albergues para él y sus operarios, siempre señalando aquellos los guardas de la finca. Navarrete tendrá durante esta operaciones a los encargados que estime oportunos para vigilar e inspeccionar aquellas; obligándose Soler á respetarlos siempre dentro de las condiciones del contrato. Soler entrega en este momento como garantía del contrato la suma de 5.000 pesetas las cuales no producirán intereses y 2.500 pesetas más que producirán un interés del 6% anual que se desquitarán al hacer las liquidaciones total de las sacas".

Aquellas tres majadas situadas en el término de Jimena estaban sujetas a un préstamo de 23.000 pesetas que le otorgaron los también vecinos de Algeciras Rafael de Muro, banquero y ex alcalde; Plácido Santos y Federico de la Torre Cataño, ambos letrados. De este modo, aquellos tres representantes de la burguesía local algecireña entraron en la cada vez más demandada y muy especialmente por los catalanes, industria del corcho. Aquellos oriundos del noreste del país, como el galdosiano personaje llamado Silverio (La loca de la casa, 1892) "pasaba por ser una de las primeras cabezas de Cataluña [...] Vivió poseído de la fiebre de las mejoras y pasión por los adelantos [...] y no vivía más que para visitar exposiciones extranjeras [...] Y traer acá las máquinas más perfectas de agricultura y de industrias agrícolas". Posteriormente y con una aportación de 35.500 pesetas se sumó al grupo el también importante propietario y vecino de Algeciras Francisco España Rojas a quién y cómo a sus locales socios, también le faltó la visión de progreso del catalán Silverio.

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