PERSONAJES HISTÓRICOS DEL CAMPO DE GIBRALTAR (XXV)

Jean de Rye, un cruzado francés en el cerco de Algeciras

  • Preso en el cerco de Algeciras en 1344, el caballero estuvo cautivo en Marruecos a cargo de Balec Agorg durante unos siete años

  • Murió en el transcurso de la batalla de Aljubarrota en 1385 y sus restos quedaron para siempre en los campos de Portugal

El asedio de Algeciras por el rey Alfonso XI (Relieve de Mariano Benlliure. Colección particular).

El asedio de Algeciras por el rey Alfonso XI (Relieve de Mariano Benlliure. Colección particular).

Las empresas militares emprendidas contra los musulmanes por los reinos cristianos de la Península Ibérica (Castilla, Aragón, Navarra y Portugal) desde principios del siglo XIII, cuando ya las Cruzadas de Oriente se hallaban en franca decadencia, fueron frecuentemente apoyadas moral, ideológica y económicamente por el Papado que les otorgaba la condición y el privilegiado estatuto de Santa Cruzada, declaración pontificia que llevaba aparejada una serie de beneficios económicos para sus promotores y la indulgencia plenaria para los cristianos que fallecieran en el transcurso de las campañas emprendidas bajo su paraguas espiritual. Es necesario señalar que, además de los dones espirituales que ganaban los cruzados que participaban en esas empresas militares, también obtenían cuantiosos beneficios materiales -nada desdeñables- por medio de las pagas abonadas por los reyes, la obtención de botín y el reparto de los bienes de los vencidos.

El espíritu caballeresco, el afán de aventura, la sublimación del ideal cristiano y -como se ha referido- la búsqueda de beneficios materiales y de fama, atrajeron a numerosos cruzados franceses, ingleses, italianos, alemanes y navarros hasta la frontera del Estrecho, entre los años 1342 y 1344, para participar en el cerco de la ciudad musulmana de Algeciras que había acometido el rey de Castilla Alfonso XI con el apoyo moral y económico del papa Clemente VI. Este pontífice había declarado la campaña algecireña como Cruzada y otorgado al rey, para su sostenimiento, las décimas y las tercias provenientes de los diezmos que la Iglesia retenía de todo lo producido por los súbditos de su reino durante cuatro años. El número total de caballeros extranjeros que participaron en el cerco de Algeciras fue de unos seiscientos, sin contar a los mesnaderos que los acompañaban.

Muchos de estos caballeros cruzados gozaban ya de gran fama cuando llegaron al cerco de Algeciras, como los condes ingleses de Derby y Salisbury, el rey Felipe de Navarra y el conde de Bearne Gastón II de Foix. Otros muchos son desconocidos para la Historia, y de algunos sólo se sabe que murieron en el transcurso de los combates o fueron hechos prisioneros por los algecireños, como les ocurrió al alemán conde Lous, que acabó decapitado, y al francés Jean de Rye, señor de Balançon, que fue capturado durante una celada preparada por los musulmanes.

Castillo de Balançon, en el Franco-Condado, residencia de Jean de Rye (Acuarela realizada en el siglo XVIII). Castillo de Balançon, en el Franco-Condado, residencia de Jean de Rye (Acuarela realizada en el siglo XVIII).

Castillo de Balançon, en el Franco-Condado, residencia de Jean de Rye (Acuarela realizada en el siglo XVIII).

Este caballero, originario del Franco-Condado, que residía en el castillo de Balançon, que había sido chambelán del rey Felipe VI de Francia, había llegado al cerco al frente de un grupo de caballeros de su región, en el verano del año 1343. A poco de llegar, participó con sus mesnaderos, dando muestras de valentía, en el asalto a una de las puertas de la ciudad sin sufrir ningún daño. Sin embargo, como los cruzados transpirenaicos cabalgaban embutidos en pesadas armaduras -como refiere la Crónica de Alfonso XI- que dificultaban y entorpecían sus movimientos, a diferencia de los caballeros castellanos y aragoneses, que cabalgaban “a la jineta”, es decir, sin armaduras, fue rodeado, en una de las celadas organizadas por los musulmanes cerca de una de las puertas de Algeciras,  no pudiendo retornar al campo cristiano y siendo hecho prisionero por los algecireños. Fue llevado al interior de la ciudad y tomado a su cargo, como parte del botín, por un tal Balec Agorg, que era familiar del sultán de Fez.

Antes de que finalizara el asedio, o, más probablemente, en el transcurso de las diáspora de los musulmanes en dirección a África en el mes de marzo de 1344, Jean de Rye fue conducido a Marruecos como cautivo y propiedad del citado caballero norteafricano. Si, como escribe el cronista Pedro López de Ayala, este cruzado tenía más de setenta años cuando intervino en la batalla de Aljubarrota, que tuvo lugar en el año 1385, debía rondar los treinta cuando fue hecho prisionero por los musulmanes en el cerco de Algeciras.

Una vez firmado el Tratado de Algeciras, el Papa de Avignon se interesó ante el rey de Castilla por la situación del cruzado Jean de Rey a instancias del rey de Francia y del duque de Borgoña. Clemente VI envió una carta a Alfonso XI, firmada el 12 de julio de 1344, a petición del rey francés, Felipe de Valois, y del duque Eudes de Borgoña, señor de Jean de Rye. Entre otras cosas, el Papa le decía lo siguiente al rey castellano en relación con la cautividad del caballero del Franco-Condado: “Os rogamos con todo afecto en razón de la piedad divina y con la seguridad de vuestras oraciones, pongas de tu parte, tan benigna como eficazmente -hijo queridísimo- canjeándolo, si fuera necesario, por uno de los sarracenos cautivos detenidos en tus cárceles.”

No sabemos si Alfonso XI realizó las gestiones solicitadas, lo que sí sabemos es que en 1347 aún no había sido liberado. El 19 de abril del citado año, Clemente VI volvió a escribir al rey de Castilla para solicitar de nuevo su intervención en el asunto. En esta segunda carta, el Papa hacía hincapié en cómo Jean de Rye había sido confiado, en África, a un tal Balec Agorg, familiar del emir de los benimerines, y que los hijos de este Balec se hallaban cautivos en Castilla a cargo de un noble caballero. Clemente VI sugiere a Alfonso XI que Balec sería, sin duda, sensible a la idea de volver a ver a sus hijos y que consentiría —si le eran devueltos— en dejar libre al prisionero del Franco-Condado. Es muy probable que en esta ocasión las conversaciones con los meriníes llegaran a feliz término, pues en el año 1352 Jean de Rye se encontraba ya en su castillo de Balançon. Según el historiador francés Georges Daumet, cabe dentro de lo posible que no fuera Alfonso XI, sino su sucesor, Pedro I, el que tras su ascenso al trono en 1350 realizara las gestiones oportunas para la liberación del cautivo Jean de Rye por mediación de su aliado y amigo el rey Muhammad V de Granada.

Grabado de la batalla de Aljubarrota en la obra Recueil des croniques d’Engleterre, de Jehan de Waurin. Grabado de la batalla de Aljubarrota en la obra  Recueil des croniques d’Engleterre, de Jehan de Waurin.

Grabado de la batalla de Aljubarrota en la obra Recueil des croniques d’Engleterre, de Jehan de Waurin.

Una vez rescatado de los norteafricanos, estando en sus posesiones del Franco-Condado, fue reclamada su presencia por el rey de Francia para que ejerciera de embajador ante la corte castellana, labor que desempeñó en varias ocasiones con la misión de estrechar los lazos de amistad franco-castellana, en plena guerra de los Cien Años, una vez que los Trastámaras ocuparon el trono de Castilla en 1369. El conocimiento de la lengua y las costumbres de los castellanos y el ser considerado persona grata y leal en la corte española, lo convirtieron en el mejor embajador del rey francés cerca de los reyes de la Casa Trastámara, sobre todo de Juan I. En los años 1368, 1369, 1371, 1380, 1382 y 1385 está constatada, por las crónicas francesas, la presencia de Jean de Rye en la corte castellana.

En 1385, cuando contaba con más de setenta años, recibió el encargo del rey Carlos VI de Francia de viajar de nuevo a Castilla como embajador para llevar a cabo ciertos encargos, precisamente cuando el rey Juan I se preparaba para emprender la guerra con Portugal en sus pretensiones por lograr la corona portuguesa a la que alegaba tener derecho. Jean de Rye formó parte, en aquella ocasión, del ejército castellano y acompañó a Juan I hasta Portugal. El caballero francés murió en el transcurso de la batalla de Aljubarrota, el 14 de agosto de 1385. Aunque había dejado ordenado en su testamento que se le enterrara en la abadía cisterciense de Besançon, sus restos quedaron para siempre en los campos de Portugal.

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