Origen e historia de los espacios urbanos de Algeciras: el Secano (II)
Observatorio de la Trocha
El barrio humilde, en su mayoría habitado por agricultores y sectores desfavorecidos, nació cuando la zona entre San Isidro y el mar se vio colmatada de viviendas
Las ruinosas murallas se utilizaron, en la antigua calle del Matadero, como sólido cimiento para edificar
Origen e historia de los espacios urbanos de Algeciras: El Secano (I)

Algeciras/¿Qué pasó con las murallas del Secano? La Algeciras medieval tenía un recinto de murallas al que se calcula un perímetro de casi cinco kilómetros, del cual, para hacernos una idea de su magnitud, solo diremos que, considerado en línea recta y tendido imaginariamente, llegaría desde las actuales ruinas medievales, en la avenida de Blas Infante, hasta la desembocadura del río Palmones.
En nuestra anterior entrega sobre esta vital arteria de la ciudad, hablamos de su situación y límites, de la razón de ser de la denominación histórica y popular, así como de los actuales nombres oficiales, según sectores. Analizamos el entorno geográfico y la morfología por tramos y el origen y evolución por periodos históricos de este espacio urbano. Hemos de recordar la eficacia de las fortificaciones de Algeciras, que para la conquista de la ciudad fue preciso que el Papa organizara una cruzada, como las de Tierra Santa en la cual colaboraron fuerzas de Castilla, Aragón, Navarra, Portugal, Francia, Inglaterra, Génova e incluso cruzados alemanes.

El gran rey Alfonso XI de Castilla lideraba esta conjunción de esfuerzos, motivada porque el Estrecho en manos del Islam, era un gran obstáculo para la conexión marítima comercial entre las grandes potencias económicas tanto del mediterráneo como del norte de Europa. Tras un asedio de dos años, entre 1342 y 1344, la conquista de la ciudad fue celebrada por el conjunto de la cristiandad y todo hacía suponer, que gracias a su excepcional emplazamiento, la importancia geopolítica de Algeciras la hubiera convertido en la gran metrópoli del sur de España.
Un tablero de ajedrez sobre el estrecho
Pero, tras 25 años perteneciendo al mundo cristiano, el destino se torció: en 1369 la ciudad estaba indefensa al haber sido su guarnición habitual trasladada para intervenir en la guerra civil castellana. En la otra orilla del Estrecho, el sultán Meriní supo de la situación, no olvidemos que Gibraltar estaba en su poder, pero no le era posible intentar la recuperación de Algeciras, pues no podía distraer fuerzas, al tener que atender a una rebelión en su reino. Por lo tanto, avisó a Muhammad V, Sultán de Granada de aquella oportunidad, que no se podía desaprovechar. El rey de Granada argumentó no disponer de tropas suficientes, pero el meriní le convenció aportando fondos económicos para la empresa, reclamando solo el mérito de la misma, ante el mundo islámico.
Así reforzado, Muhammad llegó ante Algeciras, que indefensa, capituló ante la desproporción de fuerzas. Pero el granadino se atribuyó el mérito de aquel inesperado éxito, haciendo construir parte de la Alhambra para conmemorarlo, y sobre todo en una famosa carta a la Meca en la que se relataba un asalto tan épico como totalmente falso. El caso es que la repoblación granadina fracasó, al ser Algeciras una plaza alejada y difícil de abastecer. Otro giro histórico benefició al rey de Granada, un personaje que bien podía presumir de baraka o suerte favorable de origen divino, pues, abrumados por sus problemas en África, los meriníes finalizan su aventura europea, abandonando sus posesiones en España.

Por esa razón, Gibraltar pasa en 1374 a manos de Muhammad V que con su débil ejército no podía defender a un tiempo las dos ciudades, Algeciras y Gibraltar y tuvo que elegir entre ellas: a) la extensa Algeciras, prácticamente deshabitada y con un perímetro de murallas de varios kilómetros, muy difícil de cubrir con suficientes defensores y b) el entonces mucho más pequeño Gibraltar, un nido de águilas en una roca sobre el mar, que a lo largo de la historia ha demostrado ser inexpugnable cuando sus fortificaciones cuentan con un número adecuado de tropas.
Metódica destrucción
La elección no podía ser más clara, pero Algeciras no debía ser solo evacuada, dejándola intacta para ser ocupada por Castilla o por alguna otra potencia, como la aventurera y rica Génova. Por lo tanto, los granadinos realizan el mejor ejemplo de tierra quemada, o inutilización de aquello que se abandona. Pero no bastaba con la demolición de edificios, pues en la difícil Edad Media lo que permitía la existencia de una ciudad eran las murallas y las de Algeciras fueron destruidas con una técnica perfectamente estudiada en las excavaciones arqueológicas realizadas sobre el sector norte, en la Avenida de Blas Infante: se extraían unas dos hiladas de las piedras en el revestimiento, profundizando en el núcleo interno, siendo ocupado el hueco con tacos de madera que soportaban provisionalmente la estructura. Al prender fuego a estas piezas, las torres basculaban y caían hacia adelante, derrumbándose de forma grotesca e inútil para uso militar. Con los escombros se rellenaron los fosos, pero quedaba otro elemento, el puerto, principal razón de ser de la ciudad, y en especial su dársena interior. Ésta fue rellenada con escombros de las casas y dio origen a nuestra plaza baja, y existen indicios arqueológicos de que se intentó anular el fondeadero frente a la desembocadura del río con escombros procedentes de la actual villa vieja, pero de este casi desconocido asunto hablaremos en otra ocasión.
Tres siglos de soledad
La destrucción descrita ocurrió exactamente el año 1375, como refleja con toda claridad una fuente, la “Crónica del Arzobispo Jiménez de Rada”, en su continuación. Algeciras permaneció destruida durante más de tres siglos, y aunque se producen intentos de repoblación, a cargo del rey Enrique IV, en el siglo XV, del Conde Duque de Olivares en el XVII o Bartolomé Porro en el XVIII, estos fracasaron por un motivo u otro. Se ha repetido que Algeciras fue repoblada a partir de la pérdida de Gibraltar, en 1704, pero esto no es cierto, ya que los gibraltareños salidos de su ciudad en 1704, se instalaron en su mayoría en el cerro donde estaba la ermita de San Roque y en menor medida, junto a la ermita de Tinoco, alrededor de la cual surgió la villa de Los Barrios.
Los gibraltareños que se instalaron al amparo de algunos cortijos en las ruinas de Algeciras fueron poquísimos y más tarde, el ritmo de instalación en la vieja Algeciras era tan escaso como lento, el caso es que la repoblación no se logró hasta la aparición en escena del ingeniero militar Jorge Próspero de Verboom en 1721, que exploró estas costas buscando un nuevo puerto para abastecer Ceuta. A la citada plaza perjudicó mucho el dejar de ser reabastecida desde Gibraltar, conquistada por los ingleses en 1704, pues Málaga y Cádiz estaban lejos y Tarifa no tenía puerto, sino una simple playa de varada.

El citado Verboom “descubrió” Algeciras y sus grandes posibilidades, convirtiéndose inmediatamente en el mayor defensor de su resurrección, pero no se limitó a hacer proyectos y elevar a la corte sus ideas, sino que su competente equipo topografió cuidadosamente las ruinas y sus alrededores, y lo más importante, mandó iniciar el sondeo del puerto. Con los medios de la época, esta era una operación difícil que duraba meses y al correrse la voz de ello por España, se produjo espontáneamente una avalancha de repobladores, en su mayoría emprendedores que deseaban instalar sus negocios aprovechando el foco de riqueza que significaba un nuevo puerto. Así, la repoblación fue tan rápida que en 1726 se podía considerar que la ciudad había resurgido como un núcleo vivo y dinámico, que, dependiente de San Roque, pronto inició un largo y amargo pleito para obtener su Ayuntamiento propio, aspiración no lograda hasta 1756.
Un tiempo de indiferencia
Durante los siglos de la ciudad destruida, el espacio que estamos estudiando, el “Secano” no varió en absoluto su disposición: Una ladera que bajaba desde la estrecha y alargada meseta que coronaba la Matagorda, una elevación particularmente agreste, que no fue ocupada en un principio por los repobladores hasta el siglo XIX, siendo el centro del hoy entrañable barrio la iglesia cuya advocación, San Isidro, hizo olvidar el antiguo nombre de ese sector urbano. Desde la citada altura, descendía una ladera uniforme hasta las huertas del río, que desde el siglo XIV hasta fines del XVIII mantuvo sin cambios la morfología de espacio libre apto para ganadería y cultivos de secano, de ahí el nombre tradicional de la zona, interrumpida en su mitad por las ruinas del tramo más largo de las viejas murallas de la “Banda de la Sierra, de poniente o del oeste, que en conjunto tenían más de 800 metros de longitud, de los cuales correspondían al Secano unos 600 metros. A ambos lados de esa importante muralla, el campo libre, que en la parte comprendida entre los restos de fortificación y la cúspide del cerro, con toda seguridad presentaba algunas ruinas medievales, que aunque de menos entidad que en otros lugares de Algeciras, fueron más adelante de utilidad para la construcción de las nuevas casas. El único elemento de verdadero interés en el conjunto, era la salida, a la altura del actual edificio de Correos, del camino a Jerez, del cual hablamos en la anterior entrega.

Podemos afirmar, que durante las primeras décadas del siglo XVIII el Secano se mantuvo exactamente igual que en siglos anteriores, ya que los repobladores estaban muy ocupados edificando sobre las abundantes ruinas existentes entre San Isidro y el mar, especialmente en el espacio comprendido entre las dos plazas, alta y baja, y siguiendo los ejes marcados por las antiguas calles medievales, habiendo sobrevivido las más importantes, entre ellas las actuales Convento o Alfonso XI y Tarifa. Otro eje de expansión estaba marcado por la actual Avenida de la Marina y comprendido entre la plaza baja y el río. Este núcleo en la parte baja de la ciudad, inmediato al puerto, se formó, por motivos económicos, antes que el levantado en la meseta de la plaza alta.
El caso es que la elevación de Matagorda-San Isidro sirvió en un principio de barrera a la repoblación, que muy inteligentemente, repitió los pasos primero de la antigüedad, pues independientemente de la ciudad de Julia Traducta en la actual Villa Vieja, se detectan diversos yacimientos romanos en los bordes de la calle Convento, que era una vía romana, eje continuado por la calle Radio Algeciras hasta el antiguo “nodo” o punto neurálgico que hoy conocemos coloquialmente como “monumento a la madre”. Tanto en la ciudad medieval como en la del siglo XVIII, se continuó con la preferencia por ese espacio, ya que todavía hoy supone un lugar plano y estable, muy apto y cómodo para la edificación, al igual que la planicie aluvial hoy conocida oficialmente como Barrio de la Caridad.
La nueva ciudad llega al Secano
Como hemos dicho, todo San Isidro fue ignorado cuando la gran repoblación espontánea de Algeciras y solo cuando el espacio entre San Isidro y el mar fue colmatado de edificación, se fue creando pacientemente el nuevo barrio, marcándose una gran división socio-económica perfectamente delimitada entre el barrio burgués, entre la Calle Convento y la de Sevilla, y entre esta y Secano, el barrio humilde, que en su mayoría estaba habitado por agricultores y sectores algo menos favorecidos económicamente de la población.

Mientras tanto, las ruinosas murallas del Secano habían desaparecido, al reutilizarlas por regla general como material de construcción y también, en la antigua calle del Matadero, hoy Teniente Miranda, como sólido cimiento para edificar. Mientras tanto, el foso había sido colmatado con escombros, por lo que no solo desapareció, sino que fue convertido en una típica “ronda” o vía exterior a las murallas, como en tantas ocasiones. La entrada (o salida, según se mire) de la Trocha o camino de herradura entre Algeciras y Jerez, siguió activo durante el siglo XIX, pero entró en decadencia ante la comodidad de los nuevos caminos “carreteros”, de ahí lo de “carretera” que en el siglo XIX fueron el antecedente de nuestras actuales vías de comunicación, contribuyendo a romper el secular aislamiento de nuestra comarca, debido a su atormentada orografía.
El agua, una revolución a fines del siglo XVIII
Una obra inesperada contribuyó a cambiar la morfología del espacio que aquí estudiamos, y esta fue la traída de aguas a la ciudad desde los montes vecinos, realizada entre 1777 y 1784. Las fechas citadas no son en absoluto banales, pues comprendido en ese espacio de tiempo se registra el “Gran Asedio” que intentó, aplicando todos los medios posibles y entre los años 1779.1783, la recuperación de Gibraltar, para lo cual era necesaria la máxima efectividad de Algeciras como base de apoyo para la marina real. Ello significó el que Algeciras se convirtiera en apostadero naval.
¿Y qué era un apostadero? Se trataba de una bahía o puerto, o bien de un sector concreto dentro de un puerto, utilizado para concentrar y fondear barcos de guerra, realizándose en los mismos las necesarias tareas de mantenimiento, reparación y reabastecimiento, entre ellas la imprescindible aguada o abastecimiento de agua a los buques. Esto nos da una clave sobre el acueducto de Algeciras, pues no solo suministró agua a la población, sino al apostadero de la Marina Real, ya que al final de su recorrido había una fuente en la plaza baja, cerca de la actual marina, un lugar idóneo para las imprescindibles operaciones de aguada.

Pero además, el acueducto fue vital para la historia del Secano, pues al tener que salvar la depresión del río de La Miel, con su vega y huertas, se hizo necesario levantar una espectacular arquería, tan monumental que en algunas guías de turismo de finales del S. XIX y principios de XX, era confundido con un acueducto romano. Pero lo que aquí nos interesa es que la traída aérea se hizo subterránea al encontrarse con las citadas laderas cercanas al Secano, como ya hemos dicho. Ello permitió, en su camino bajo tierra hacia el centro de la ciudad, la creación de la Fuente Nueva, acertadamente reconstruida hace unos años y que fue trascendental, pues desde entonces, la zona dejó de ser un “secano” para convertirse en regadío, que llegaba hasta las huertas del río de la Miel. Pero este cambio no fue el único, pues a finales del siglo XIX, el Secano, ya considerado carretera, fue en su parte regada algo tan atractivo para las clases pudientes, sobre todo extranjeros, que se convirtió durante un tiempo en la frontera entre dos mundos, el castizo de la acera de San Isidro y el del glamour en la acera de enfrente.
Pero de esto trataremos en la próxima entrega…

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