Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

Máquinas de asedio y engeños artilleros utilizados en el cerco de Algeciras entre 1342 y 1344

Bastida o torre de asalto en el asedio a una ciudad musulmana.

Bastida o torre de asalto en el asedio a una ciudad musulmana. / Biblioteca Nacional de Madrid

Para cercar y poder rendir la bien fortificada ciudad de Algeciras, rodeada de cinco kilómetros de murallas, reforzadas con numerosas torres de flanqueo, antemuro, corachas marítimas y un profundo foso defensivo, Alfonso XI tuvo que emplear todos los medios de asedio que le permitían los avances de la técnica militar de la época, a excepción de la artillería pirobalística (cañones), que sí fue empleada por los sitiados, desconocida para los sitiadores, según la Crónica castellana, que denomina a estos primitivos artilugios “truenos”.

Para bloquear por tierra las dos villas, separadas por el río de la Miel, que constituían la ciudad, al mes de haber iniciado la campaña, Alfonso XI mandó que se comenzara a excavar un foso (“cava” lo denomina la Crónica) circunvalando ambas villas para evitar que le pudiera entrar vituallas y armas a los sitiados y para proteger a las tropas cristianas establecidas en torno a la ciudad de ataques por sorpresa (“celadas”) provenientes del interior de Algeciras. Refiere la Crónica que “mandó (el rey) hacer una cava so tierra, que comenzaron al pie de una de las bastidas (torre de asalto) que tenían hechas. Y esa cava era muy honda, más de una lanza de alto, y era muy ancha, y dejaban encima un palmo de tierra en grueso (una escarpa) y una empalizada. Y así quedó la obra terminada sin que los carpinteros y zapadores sufrieran daño alguno”.

Pero, al margen de esta necesaria obra defensiva y de bloqueo, Alfonso XI empleó en aquella campaña diversas máquinas de aproximación y asalto (bastidas o cadahalsos, escalas y mantas) y armas ofensivas (artillería neurobalística) destinadas a batir la ciudad y provocar la desmoralización de los sitiados.

Grabado de varios trabucos lanzando bolaños sobre una ciudad sitiada, probablemente Algeciras. Grabado de varios trabucos lanzando bolaños sobre una ciudad sitiada, probablemente Algeciras.

Grabado de varios trabucos lanzando bolaños sobre una ciudad sitiada, probablemente Algeciras.

Máquinas de aproximación y asalto

En el cerco de Algeciras se emplearon en muy escasas ocasiones las acciones directas de fuerza contra los cercados, dada la casi inexpugnabilidad del recinto defensivo. Las contadas veces en que los asaltantes llegaron hasta el pie del antemuro o a las puertas de la ciudad, fueron más para poner a prueba la capacidad de defensa de los sitiados, que con el objetivo de tomar por asalto la bien fortificada plaza.

Las máquinas de aproximación y asalto utilizadas por los sitiadores fueron las siguientes:

1.- Bastidas o cadahalsos.

Consistían en torres móviles de madera, generalmente de igual o mayor altura que la muralla, y de planta cuadrada, con ruedas en la base para poder acercarla al foso y al antemuro. Estas bastidas eran eficaces en asedios a castillos o fortalezas que no estuvieran defendidas por fosos ni antemuros, como era el caso de Algeciras. Sobre la terraza o plataforma superior de las bastidas se colocaban pequeñas cabritas, balistas o trabucos con los que se arrojaban piedras, proyectiles incendiarios y grandes saetas sobre los defensores que ocupaban el adarve de la muralla.

Reconstrucción de un trabuco medieval. Reconstrucción de un trabuco medieval.

Reconstrucción de un trabuco medieval.

En ocasiones se hacía necesario construir bastidas tan grandes que se asemejaban más a un castillo que a una torre. En el ángulo nordeste de la muralla (cerca de la puerta del Fonsario) se levantó uno de estos castillos, con terrazas y habitaciones en su interior, que podía contener muchos hombres. “Y este castillo supo el rey que le servía tanto o más que las bastidas -refiere la Crónica-; y era muy sutil, pues podían ir dentro y encima muchas compañas, y se podían mover sin gran esfuerzo”.

2.- Escalas

En la Edad Media se utilizaron dos tipos de escalas para ascender desde el pie de la muralla hasta las almenas y el adarve de la ciudad sitiada. Uno, que era conocido con el nombre de “escala real”, consistía en un cajón o arca que podía contener a cinco o seis peones. Una vez arrimada la escala al muro, el arca era elevada por medio de cuerdas y poleas hasta el nivel del adarve, momento que aprovechaban los peones para saltar al interior del castillo o de la ciudad y pelear con los defensores. El otro tipo de escala -la más usada y de más fácil construcción- era la que estaba constituida por un mástil o dos de fuerte madera con travesaños a modo de escalones.

Esta escala era transportada por varios hombres, los cuales la acercaban al muro para apoyarla en él y subir por los peldaños hasta el parapeto, mientras los ballesteros y arqueros situados en las bastidas cercanas hostilizaban a los defensores. En Algeciras, aunque según la Crónica, se intentaron utilizar, su uso se desechó, pues el foso defensivo y el antemuro impedían acercar las escalas a la muralla principal. Utilizando la escalada nocturna Enrique II tomó la ciudad de Carmona en 1371 y se conquistó la fortaleza de Jimena de la Frontera en 1431.

3.- Mantas

Eran ingenios constituidos por una estructura de madera cubierta con un techo de tablas o de pieles frescas, que ponía a cubierto de los tiros de los sitiadores a los que se marchaban debajo de la manta. Así cubiertos, se podían acercar hasta el pie de la muralla para arrancar sillares de su base, rellenar el foso con tierra o incendiar una puerta. En la Edad Antigua este artilugio se denominaba tortuga, y manta al tejado con refuerzo de pieles que lo cubría.

Artillería neurobalística

Las máquinas neurobalísticas -especialmente el ingenio denominado trabuco- desempeñaron un papel fundamental en el asedio de fortalezas y ciudades amuralladas a lo largo de la Plena y Baja Edad Media. Su empleo perseguía un triple objetivo: a) demolición de muros y parapetos; b) destrucción de las máquinas de guerra enemigas, y c) desmoralización de los sitiados mediante el lanzamiento de proyectiles incendiarios, animales en descomposición o piedras (bolaños).

Como los actuales morteros, su utilización sembraba el pánico y el desconcierto entre los sitiados. Según Bruhn de Hoffmeyer, la maquinaria de guerra neuro y pirobalística fue una invención de los hispano-musulmanes de Andalucia. Sin llegar a tal extremo, no cabe duda que fue en Andalucía donde se extendió y mejoró su uso con la adición de determinadas innovaciones (trabuquetes o almajaneques eran utilizados por el ejército califal en el siglo X). Cada máquina estaba servida por un pelotón de artilleros, cuyo número dependía del tamaño y la complejidad de la misma. Se hallaba mandada por un “maestro de los engeños”. Su defensa se asignaba a un destacamento formado por jinetes y peones que se organizaban en cuadrillas que, relevándose, vigilaban el arma las veinticuatro horas del día.

La artillería neurobalística usada por los castellanos en el cerco de Algeciras era de dos tipos: la que aprovechaba la fuerza de torsión o tensión de nervios o sogas (balistas y cabritas) y la que utilizaba la fuerza generada por un sistema de palancas o contrapesos (trabucos).

Bolaños recuperados en la intervención arqueológica realizada en la muralla y el foso en la Prolongación de la Avenida Blas Infante de Algeciras. Bolaños recuperados en la intervención arqueológica realizada en la muralla y el foso en la Prolongación de la Avenida Blas Infante de Algeciras.

Bolaños recuperados en la intervención arqueológica realizada en la muralla y el foso en la Prolongación de la Avenida Blas Infante de Algeciras.

1.-Trabucos

Consistían estas máquinas en una estructura de madera con una viga atravesada por un eje que giraba libremente. Este eje se insertaba en dos mástiles o tablazones verticales paralelas que la elevaban a una altura de cinco o seis metros sobre la plataforma donde se asentaba todo el armazón del arma (véanse las ilustraciones adjuntas). En uno de los extremos de la viga -el más corto- se colocaba un contrapeso, que podía ser fijo o móvil, y en el otro extremo se situaba una gran honda o correaje donde se colocaba el proyectil. Se cargaba atrayendo hacia el suelo, por medio de un torno o jalando los servidores, el brazo más largo de la palanca, para dejarlo libre en el momento del disparo. Marino Sanuto Torsello, en su Liber Secretorum (principios del siglo XIV), refiere que los trabucos se consideraban en 1300 como una gran proeza tecnológica.

De las clases de trabucos, los que tienen un solo contrapeso fijo eran los más antiguos (siglo XIII), mientras que los que estaban provistos de dos contrapesos móviles o arcas -ambos fueron usados en el cerco de Algeciras- datan de mediados del siglo XIV. La primera noticia referida al empleo de trabucos aparece en los Annales Marbacenses, en Alemania, a principios del siglo XIII. Al reino de Castilla debieron llegar a través de los musulmanes o de los genoveses.

Reconstrucción de una balista. Reconstrucción de una balista.

Reconstrucción de una balista.

Los artesanos de Génova eran considerados, a mediados del siglo XIV, los más expertos constructores de trabucos de Europa. Alfonso XI encargó la construcción de una veintena de trabucos de dos arcas o contrapesos móviles a los genoveses de Sevilla. Los proyectiles de piedra labrada y forma esférica que lanzaban los trabucos se conocen con el nombre de bolaños. En el recinto de las murallas y el foso, en la Avenida Blas Infante, se expone una veintena de los cientos que lanzó Alfonso XI sobre Algeciras entre 1342 y 1344. Después de destruida la ciudad, Fernando el Católico, cuando ponía cerco a Málaga, envió a Algeciras hombres para que recogieran los bolaños que Alfonso XI había arrojado contra la ciudad.

2.- Cabritas y balistas

Los castellanos debieron emplear también estas dos armas de tiro más tenso que el de los trabucos, aunque la Crónica no las menciona. Sin embargo, las habían utilizado en 1341 en los asedios de los castillos de Alcalá la Real, Priego y Locovín. Las cabritas lanzaban bolaños de hasta 800 kilos de peso y las balistas, a modo de un gran arco fijado al suelo, podían lanzar dardos de hasta dos metros de longitud.

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