Historias de Algeciras

Un héroe de Trafalgar en Algeciras (y II)

  • El ambiente bélico marcaba la actualidad en Algeciras

  • La venta de inmuebles y barquillas tomó fuerza en la ciudad. El comercio de esclavos creció con la demanda de mano de obra

Gibraltar a finales del siglo XVIII.

Gibraltar a finales del siglo XVIII.

En 1779 Algeciras era una bulliciosa ciudad con una gran vida militar desde la pérdida de Gibraltar y el gran apoyo estratégico que le fue dado a Ceuta para su defensa; situación que comenzó con el gran asedio marroquí que sufrió la ciudad caballa a lo largo de tres décadas. Ambos hechos históricos supusieron un gran desarrollo económico y poblacional para el nuevo término municipal, trasladándose aquella actividad a la rutina de sus habitantes como así ocurrió al vecino Antonio Bernal quién: “Vendió a Ysabel Gatón López, viuda que fue del coronel de Ynfantería Joseph Flores una casa construida en parte de obra nueva y almacén que posee en la calle de la Soledad de esta ciudad y por la parte más inmediata al río de la Miel por permuta que hizo de otra existente en la calle de San Juan y propiedad de Francisco Quintero [...] al precio de 2.550 pesos”. Además de inmuebles, la situación de bonanza económica permitía también la venta de bienes muebles: “Barquilla propiedad de Joseph Maguilón, llamada Ntra. Sra de la Luz, Sor San Joseph y Ánimas Benditas, a Guillermo Fiol, patrón de esta Ciudad [...] en la cantidad de 550 pesos”.

Dada la necesidad de construcción o reparación de embarcaciones originada por la situación bélica, artesanos del mar encuentran fácilmente acomodo o trabajo en nuestra ciudad, como así aconteció a los maestrales: “Andrés Pardo y José Lucena carpinteros de rivera, quienes han contratado con Juan de Lima, concluir calafateado y carenado de un barco y lancha de su propiedad, que estamos trabajando en la otra banda del Río de la Miel, y nombrado Ntra. Sra. Del Carmen y Ánimas Bendita, en precio de 80 escudos que nos entrega, según vayamos pidiéndoselos [...] siendo de su cuenta las maderas, clavazón y demás efectos que sean necesarios”; o por último, la excesiva necesidad de mano de obra -en este caso en el sector servicios o terciario-, se paliaba con el comercio de esclavos: “Joseph Font Bermudez, teniente coronel del Regimiento de Ynfantería Ligera de Cataluña, acampado frente a la ciudad de Gibraltar y residente en la de Algeciras, vende a Juana Costa y Rosillo, vecina de la ciudad de Cádiz, una negra atezada que tengo en esclava de mi propiedad, que será de edad como de 24 a 25 años llamada Rosa y de buen cuerpo [...] Cristiana, Cathólica, Aposthólica y Romana, la que compré á Dn Diego Quatrefages, en la villa de Rota [...] la doy a la venta con todas sus tachas, enfermedades y efectos [...] en precio de 170 pesos”.

Al mismo tiempo que el militar residente en Algeciras enajena en favor de la vecina de Cádiz la que hasta entonces había sido su esclava, el almirante Barceló necesita -al parecer y de modo imperioso-, una embarcación que haga frente a los barcos ingleses de aprovisionamiento de la plaza sitiada. En aguas de la bahía se encuentra anclado con bandera española el jabeque San Luís, y dado que su titular al mando sufre de fiebres, Barceló ordena al segundo de abordo, que resultó ser un joven llamado Federico Gravina, que leve anclas y se enfrente al enemigo. En 1779 el teniente de fragata Federico Gravina se encuentra bajo el mando del almirante Antonio Barceló, con la pretensión de recuperar para la corona de España la ciudad perdida 75 años atrás. Aquel joven teniente al mando del San Luís, al llegar al fondeadero algecireño se encontró con una Algeciras totalmente resurgida de sus antiguas cenizas. Para cuando el hijo del noble Juan Gravina Moncada, siguiendo las instrucciones del primero de abordo, ordena soltar el ancla de su barco en aguas de la bahía, escenario del asedio, la ciudad ubicada al poniente de la roca y que sirve de base para las fuerzas atacantes, poco se parece a la que vieron surgir de sus ruinas aquellos que rezan por el buen fin del bloqueo cuando este comenzó. La situación militar había alterado por completo, social y económicamente a la algecireña ciudad.

Algeciras se había convertido en un importante fondeadero del Mediterráneo como lo demuestra la presencia de los representantes de las naciones más importantes del comercio internacional de la época; como por ejemplo Suecia, país que desde 1762 estaba representada en Algeciras por Juan Ignacio de la Barrera; la Serenísima República de Venecia, de cuyos asuntos se ocupaba Miguel Colety; Dinamarca cuya bandera era defendida por Juan de Lima; o Patricio O ́Mullony, quién se encargaba de la representación de Francia. La mayoría de estos interlocutores eran vecinos de Algeciras, dándose, en no pocos casos, la doble representación, como así le acontecía a Colety quién, además de ocuparse de los asuntos de la veneciana república, también ejercía labores consulares para con el reino de Holanda; de igual modo le ocurría a Juan de Lima, padre del popular sacerdote administrador económico y espiritual del Hospital de la Caridad, quién además de ejercer la representación del pueblo danés también lo hacía con la joven nación llamada Estados Unidos de Norte América, siendo, tal vez la representación consular algecireña una de las primeras que aquel emergente país tuviera en Europa.

Federico Gravina. Federico Gravina.

Federico Gravina.

También pudo observar el joven Federico Gravina, como los algecireños, nada más iniciarse las operaciones del bloqueo, según fue recogido documentalmente: “Se movilizó la Milicia Urbana, engrosando muchos de sus voluntarios el Ejército sitiador y elevando al Rey una notable exposición ofreciendo sus servicios, vidas y haciendas”. Aquella actitud de los naturales de Algeciras, quizá no pasara desapercibida para el joven militar, y para el resto de la tripulación bajo su mando; pero lo cierto fue, según consta, que el San Luís comandado por Gravina y cumpliendo las órdenes de Barceló, levó anclas y se enfrentó a los navíos británicos saldándose tal acción de modo brillante, pues se hizo con el botín de varios buques reseñando la histórica crónica consultada sobre el tamaño de aquellos...Y de mayor porte que el suyo. Lógicamente su comportamiento no pasaría sin la debida valoración de un viejo lobo de mar como era Barceló, tan necesitado de hombres como el joven y vencedor marino. Fue ascendido por su acción en aguas del Estrecho al grado de teniente de navío, siendo destinado al mando superior del llamado: Apostadero de la bahía de Algeciras.

Durante su estancia en nuestra ciudad, Gravina bien pudo observar la construcción del acueducto que suministraba el agua a las diferentes fuentes repartidas por la población; como también pudo caer en la cuenta de que el templo mayor aún carecía de torre campanario; o como en el mismo centro de aquella nueva ciudad existían grandes espacios urbanos aún por urbanizar y que los algecireños llamaban Plaza Baxa y Alta. Por aquellos días, una industria instalada en lo más profundo de su sierra tendrá un importante papel en el asedio que las tropas españolas ejercen en torno a Gibraltar. Según el informe que años más tarde elaboraría el Brigadier de la Real Armada y Subinspector del Real Arsenal de la Carraca, J.R. de A. y que dio a la Junta del Departamento de Cádiz, como vocal de ella en fecha de abril de 1802, y: “Para surtimiento de efectos para los Reales Arsenales de S.M. [...] punto 2º. A estas sabias disposiciones se han debido las excelentes lonas y caballería que se fabrican en los Arsenales; a estas el establecimiento de los obradores de instrumentos náuticos, que antes se compraban de los extranjeros, y llegaron a un punto de perfección de que ellos mismos (he sido testigo) se admiran: a estos en fin los adelantamientos de la fundición de Artillería de fierro en la Cabada; el de un obrador en cada Arsenal para el graneo de los Cañones; el de un horno de reverbero para fundir lingotes para lastrar los buques del Rey¡ el establecimiento de una fábrica de refinar cobre en Puerto Real, y de tirar planchas en Algeciras..." Y de las cuales, las famosas cañoneras de Barceló bien pudieron dar cuenta. Sea como fuere, el ya teniente de navío Federico Carlos Gravina y Nápoli estuvo destinado en nuestra ciudad hasta 1783. Y así, al mismo tiempo que proseguía el bombardeo por parte de las baterías flotantes en el que sería históricamente denominado Gran Sitio de Gibraltar, y siguiendo las órdenes de Barceló, Gravina comandaría la denominada San Cristóbal, la cual, junto a la también llamada Talla de Piedra y Pastora serían incendiadas y hundidas el 13 de septiembre de 1782. Y al igual que le aconteció en aguas americanas a bordo del Santa Clara también y frente a Gibraltar, el aún joven teniente de navío pudo salvar la vida.

Y mientras los valientes marinos españoles luchaban impotentes ante la efectividad de los proyectiles que lanzaban los británicos, en nuestra ciudad y dentro de la propia atmósfera de guerra en la que estaba sumida, se intentaba proseguir la vida con una aparente rutina, como así procedió el vecino de Algeciras Andrés de San Pedro, quién, para solventar la deuda de 10.368 rv que debía al también vecino de Cádiz, Nicolás Vericuso, puso en garantía: “Tres suertes de cuatro fanegas de tierras cada una, con crecida porción de viñas, árboles frutales, su fuente de agua de pie y casa de piedra [...] en el sitio de la Villa Lona, Dehesa de la Punta, de este término, gravadas en dos reales de vellón cada año [...] se paga a fondos públicos de la Ciudad de Gibraltar a quién antes pertenecían [...] y casa con pozo y corral [...] en lo alto de Matagorda, de esta ciudad y calle que llaman de las Ánimas”. Aproximadamente un año más tarde del desastre de las flotantes baterías finalizó el bloqueo sobre Gibraltar, con la firma del tratado de paz entre España e Inglaterra. Gravina marcharía definitivamente de nuestra ciudad, y su esfuerzo demostrado en aguas de la Bahía serían recompensados siendo ascendido a Capitán de Navío. Después vendrían otros destinos, otros ascensos que conformarían un gran expediente y una brillantísima carrera.

Extracto de propiedad de Andrés San Pedro en la dehesa de la Punta. Extracto de propiedad de Andrés San Pedro en la dehesa de la Punta.

Extracto de propiedad de Andrés San Pedro en la dehesa de la Punta.

En 1805, mientras en Algeciras y de la imprenta que Bautista Contilló había instalado en 1798 en la calle Real, sale impreso el primer número del Diario de Algeciras, o se termina de urbanizar el espacio que años atrás Gravina conoció como Plaza Alta; el ya afamado almirante, víctima de la política palaciega, se pone a las órdenes de un inepto almirante francés que comandaba una gran escuadra franco-española. Sin duda al gran almirante español no le pasaría desapercibida la presencia en aquella gran flota de un navío de 74 cañones llamado L’Algesiras ¡y con francesa bandera!. Debiendo estar informado del motivo de tal circunstancia. Estando aquel gran número de barcos anclados en aguas gaditanas, Villeneuve convoca un consejo de guerra a bordo del navío de su bandera Bucentaure, al que asiste como comandante general de la escuadra española, Federico Gravina, siendo acompañado, entre otros, por los también grandes marinos hispanos Álava, Escaño o Cisneros. El 21 de octubre de aquel fatídico año, el gran hombre de mar, que años atrás había estado destinado en el algecireño apostadero, se encontraba en la cumbre de su carrera militar y comandaba la llamada Escuadra de Reserva, encontrándose a bordo del navío de línea Príncipe de Asturias. Antes de que comenzara el combate, ya fuera sobre los planos dispuestos en su cámara o directamente ante su vista, tendría controlada la posición del navío francés L’Algesiras, que el destino había querido que formase parte de la escuadra bajo su mando. Federico Gravina contaba con 49 años y estaba dispuesto, como el resto de los integrantes de la flota, para afrontar su destino. Durante el combate fue herido, siendo trasladado posteriormente a su domicilio en la ciudad de Cádiz.

Meses más tarde y con la imagen del desastre en su mente fallecería a consecuencia de aquellas heridas -concretamente el 9 de mayo de 1806-, siendo sus restos mortales depositados en la gaditana iglesia del Carmen. Al mismo tiempo que los gaditanos se despedían del heroico almirante, en nuestra ciudad, y a pesar de la tristeza por la derrota sufrida en los Bajos de la Aceitera y junto al Cabo de Trafalgar, según informó el Diario de Algeciras -gracias a los partes dados por el torrero de Sierra Carbonera-, el vecino Benito Oliva vendía al también algecireño Juan de Reyes: “Dos viviendas de casas en calle de Jerez, junto a capilla de San Isidro”. Y desde las cuales, dada la altura del lugar, bien se podrían observar las aguas frente a Gibraltar donde tan valientemente había luchado el célebre marino.

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