'Chipi' convierte el Teatro Florida de Algeciras en taberna y el velorio de un amigo, en fiesta de la vida

EL BAR NUESTRO DE CADA DÍA

Antonio Romera regresó a su ciudad natal por una noche para predicar el evangelio del bar como templo del pueblo, entre jazz, ironía y ternura

Entrevista a Antonio Romera, Chipi: "Algeciras tiene un vaciado cultural"

'El bar nuestro de cada día' de Antonio Romera 'Chipi', en Algeciras.
'El bar nuestro de cada día' de Antonio Romera 'Chipi', en Algeciras. / Erasmo Fenoy

Algeciras/Hay personas que nacen para la comedia y otras que nacen para la misa. Antonio Romera ‘Chipi’ ha nacido para oficiar ambas. Pero a su manera. Con irreverencia litúrgica, a ritmo de bolero, chirigota y jazz canalla, el algecireño ha traído al Teatro Florida su espectáculo El bar nuestro de cada día, una especie de exorcismo contra la muerte con guitarra española y caña de lomo. O si lo prefiere, lector, un monólogo musical que se mueve entre el disparate y la lucidez con una elegancia de barra de aluminio y rencor ilustrado.

El teatro se llenó este sábado hasta los topes, y no era para menos. El bar abrió sus puertas —y su ataúd coral— en Algeciras año y medio después de arrasar en Sevilla, con premios, ovaciones y un culto creciente al que uno se apunta con gusto. Y eso que el Florida, nuestro templo mayor, se cae a pedazos por fuera, como un decorado de posguerra. Pero por dentro, durante hora y media, fue un prodigio: convertido en taberna de barrio, los parroquianos (el público, quiero decir) participaron en un velorio que parecía escrito por Valle-Inclán, musicalizado por Javier Krahe y escenificado por los Monty Python si hubieran nacido en El Cobre.

Un féretro, tres músicos y un milagro laico

Chipi, claro, fue el maestro de ceremonias. Y lo fue con esa sabiduría popular que a veces se disfraza de chiste para no parecer tesis doctoral. Vestido de camarero y acompañado de un féretro como pieza central del decorado, nos contó la historia de Malandro, el cliente difunto que, en vez de misa, dejó pagada una fiesta. Eso es tener visión, y sentido de la trascendencia. Desde ahí, y entre copas, canciones y sentencias que deberían grabarse en servilletas de bar, el espectáculo fluye como un vino viejo: con cuerpo, fondo y esa mezcla de melancolía y alegría que solo se da cuando uno se ríe porque ha entendido algo.

Antonio Romera 'Chipi' junto a sus músicos y el ataúd del Malandro, en Algeciras.
Antonio Romera 'Chipi' junto a sus músicos y el ataúd del Malandro, en Algeciras. / Erasmo Fenoy

Todo está bien trenzado, bien hilado, como esas bufandas que hacen las abuelas mientras discuten de política. No hay huecos, ni excesos, ni moralinas. Lo que hay es vida. Y risas. Muchas. Algunas de carcajada limpia y otras de esas que uno suelta con una punzada en el pecho, como si le hubieran contado una verdad incómoda envuelta en papel de regalo. Chipi se ríe, pero sabe. Y eso es lo que marca la diferencia entre un bufón y un artista.

Porque El bar nuestro de cada día no es solo una comedia. Es también una crítica social encubierta, una crónica sentimental y un ensayo disfrazado de verbena. Ahí están sus dardos contra la política municipal, lanzados con gracia pero con intención: la escalinata-parking, el Corte Inglés como bálsamo milagroso, la pasión cofrade por la Legión como placebo identitario. Y por supuesto, la cultura: esa gran olvidada, ese solar vacío al que solo se asoman los valientes y los locos.

No faltaron tampoco reflexiones filosóficas, disfrazadas de chascarrillo pero con poso de Ortega. Por ejemplo: “Como mejor se piensa es con la barriga llena”, dijo Chipi, que no es de Kant pero casi, de un sur no sólo geográfico, sino conceptual. “La filosofía no nace de la miseria, nace del tiempo libre que da el tener resueltas las necesidades básicas”. Lo suscribiría un sociólogo, o un camarero sabio. Y Chipi es ambas cosas.

La música, claro, tiene un peso crucial. José Negro de la Rosa al piano, Bernardo Parrilla a los vientos y David León a la percusión forman un trío virtuoso que no acompaña: levanta el espectáculo, le da alas. Lo eleva. La música aparece y desaparece como un recurso poético que, lejos de entretener, intensifica. Hay copla, hay blues, hay sevillanas, hay carnaval. Hay incluso momentos de pura belleza, como cuando irrumpió en escena Juan José Téllez para recitar un poema con voz de viejo puerto y dignidad de poeta mayor del sur. Aquello no fue un cameo: fue una aparición mariana.

Aparición de Juan José Téllez durante el espectáculo 'El bar nuestro de cada día' de Antonio Romera 'Chipi' en Algeciras.
Aparición de Juan José Téllez durante el espectáculo 'El bar nuestro de cada día' de Antonio Romera 'Chipi' en Algeciras. / Erasmo Fenoy

Aquí yace el Malandro, viva el bar

Y como no podía faltar, hubo anécdota de carretera y féretro: la del día que pincharon en ruta, vaciaron la furgoneta en el arcén y dejaron el ataúd a la vista de la Guardia Civil. El agente preguntó: “¿Está lleno?”, y abrieron el ataúd para demostrar que sólo llevaba arte. Humor negro, pero del bueno, del que no mata. Como el espectáculo: una oda a los muertos que celebran la vida mejor que muchos vivos.

El Malandro ha muerto, pero mientras queden bares con alma, habrá resurrección cada noche

Lo más asombroso es que Chipi no interpreta a nadie. Es él mismo. Su personaje es su persona. O al revés. El mismo que regentó el Café-Teatro de la calle Trafalgar, el que atendía el guardarropas en la desaparecida discoteca Generatriz, el que se fue a Sevilla sin dejar nunca del todo Algeciras. El mismo que ahora regresa como quien vuelve a casa sabiendo que no queda ya cuarto donde dormir, pero sí amigos que lo aplaudan de pie.

Porque lo aplaudimos, claro que sí. No solo por la risa. También por el milagro de hacer teatro en una ciudad donde la cultura se gestiona como si fuera un accidente. Por convertir un funeral en una fiesta. Por reivindicar los bares como santuarios del alma. Y por lograr, por una noche, que todos creamos en algo. Aunque solo sea en el poder redentor de una buena historia, contada con gracia, inteligencia y un piano afinado al fondo.

Gracias, Chipi. El bar sigue abierto.

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