Historias de Algeciras

El carro de don Eladio (II)

  • Un nuevo vehículo se hacía necesario para el abogado y empresario ya que sería una pieza clave en el desarrollo de la actividad de La Infanta, empresa dedicada al negocio de la cal

En aquella época el transporte de mercancias se hacía en carros o animales.

En aquella época el transporte de mercancias se hacía en carros o animales.

Tras bajar del carruaje, don Eladio se dirigió al que consideraba su castillo. Aquella villa se encontraba alejada del mundanal ruido de la calle Imperial, Ancha o plaza de la Constitución. Antes de entrar y apoyado en la cancela miró, como hacía en otras ocasiones, los despejados alrededores de su casa. Pensó. La denominación Solita estaba totalmente fundamentada. Al sur y poniente, tenía el camino a Tarifa; más arriba, el llano conocido por la Toquilla de la Piñera, predio en forma de triángulo -de ahí la denominación de toquilla- que lindaba a lo lejos, más al sur aún, con el Cortijo de La Yesera; todo ello, propiedad de Adelaida de la Torre Cataño hermana del procurador Federico de la Torre Cataño.

Siguiendo con su familiar perspectiva, a su derecha vería Infante -libre de edificaciones- la servidumbre que llevaba al río Ancho o de la Miel (hoy calle Andalucía), hasta las populares pasaderas. Pudiendo optar, una vez llegados hasta allí, por tomar los caminos, entre otros, hacia el arroyo del Tiro y Cobre; molino de Los Tomates (Tomati), propiedad de Manuela Casano. Atravesar las cañadas -izquierda- para marchar hacia la fuente del Piojo; o dirección derecha, dirigir los pasos hacia el sembrado de cereal denominado Bajadilla.

Al norte contemplaría el abogado el camino y puente que dejaría al levante al Matadero Municipal. Situando a poniente la huerta de La Noria, donde tenía su domicilio el jornalero algecireño que había combatido en la guerra de Ultramar, José Méndez Artiaga. Y allá a lo lejos, la recientemente construida estación del ferrocarril Bobadilla-Algeciras. Solo por el levante, y las cercanas calles Los Barreros y Carteia, vería Infante peligrar la tranquilidad y soledad de su casa.

Por detrás de su propiedad y fuera de su visión, comenzaba un camino ascendente que conducía en primer lugar al Cortijo de Los Torres -propiedad también de la reseñada Adelaida de la Torre-; posteriormente, al conocido Molino del Viento, propiedad de Juan José Trujillo; y por último, a la gran finca o terreno del súbdito británico y vecino de Gibraltar, Guillermo Jaime Smith Carlett. Aquel camino años después, llevaría por nombre el de un hotel que aún era un proyecto para el capital inglés afincado en nuestra ciudad.

Tras cerrar la cancela, además de la bienvenida ofrecida por su familia, uno de sus trabajadores, gorra en mano, se dirigió al propietario para comentarle la necesidad de adquirir un nuevo carro con el que poder proseguir la actividad laboral que se llevaba a cabo dentro de la propiedad del letrado. Este jornalero se llamaba Gonzalo Muñoz, era el hombre de confianza de Eladio Infante en su faceta de industrial calero.A partir de aquellos momentos, parafraseando a Miguel Delibes en su obra El Camino, bien se puede decir que: -Los hechos podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.Al parecer, el tal Gonzalo Muñoz, había sido advertido por el carrero Bellido -también trabajador de Infante- del mal estado del vehículo; un vehículo que por otro lado, y dada su pesada función, debía tener unas características muy especiales en cuanto a sus dimensiones y robustez. Ambos empleados -Gonzalo y Bellido-, formaban parte de la corta plantilla que Eladio Infante tenía contratada para atender a su empresa constituida bajo la razón social de Calera La Infanta.

Hombre emprendedor y conocedor de la evolución urbana de la ciudad, Infante sabía que la tal expansión necesitaría de materiales para afrontar la demanda que en un corto futuro se produciría; ya fuese en el ámbito militar, dado el cercano conflicto del Rif; como en el de índole civil, con la constante llegada de forasteros buscando -al amparo del contrabando-, mejores condiciones de vida. Tiempo atrás y coincidente con la presencia de numerosas industrias alfareras al sur de la ciudad, ubicadas en los alrededores de los terrenos que serían comprados en un corto futuro por The Algeciras-Gibraltar, Railway para la construcción del Hotel Cristina, empezó a urbanizarse la zona extramuro conocida por la Villa Vieja. Numerosas familias se asentarían en aquellos terrenos, y trabajarían muchos de aquellos nuevos algecireños en las cercanas industrias que utilizarían como materia prima el barro. La mayor concentración de estas humildes viviendas darán lugar a la calle de Los Barreros.

Restos de Villa Solita, junto a la calle dedicada a su propietario, décadas mas tarde. Restos de Villa Solita, junto a la calle dedicada a su propietario, décadas mas tarde.

Restos de Villa Solita, junto a la calle dedicada a su propietario, décadas mas tarde.

Complementaria con dicha actividad, y junto a la zona donde vivían los alfareros o barreros, comenzaría una industria con otro material tan necesario para la construcción en aquella época como lo era la cal. Los buenos resultados económicos en su producción, haría posible que el industrial y abogado Eladio Infante, arriesgara su patrimonio en la apertura de una fábrica -primeramente comenzó en el mismo lugar con un pequeño tejar- bajo la denominación de La Infanta; piedra de toque para la urbanización del poniente de aquella -por entonces- aislada zona.

Sea como fuere, años atrás, Infante había conseguido del Ayuntamiento de Algeciras la cesión -que previamente habían tenido otro concesionario en la persona del también vecino de Algeciras, Cristóbal Cabrera Gómez-, de aquellos terrenos conocidos popularmente como el barranco de “Los Barreros”. En la decisión municipal, al parecer, tuvo un gran peso el proyecto de instalación industrial al que iban a ir destinados aquellos terrenos. En una ciudad como la Algeciras de finales del XIX, carente de fábricas o industrias relevantes, la propuesta del abogado casareño, sin duda resultó ser muy atractiva para los munícipes de la época. El predio cedido, por las irregularidades y deformaciones del terreno formando terrazas o mesetas, presentó grandes problemas para ser marcado con la certeza debida presentando un desnivel a la espalda y en el citado camino que conducía al Cortijo de Los Torres, hoy Rayos X.

Los carreros eran esenciales al contribuir al desarrollo comercial de las ciudades

No solo Eladio Infante consiguió la cesión de terrenos en la zona de la Villa Vieja; otros vecinos de Algeciras, también pudieron hacerse con la concesión municipal, tal fue el caso de Antonio Cabrera, propietario de un trozo de terreno junto al camino a la batería de San García; José Pariente Pariente, de profesión afilador, que gracias a la cesión estableció su domicilio en la calle Los Barreros. Otros, como Vicente Gamboa con domicilio en calle Sagasta, 6; Nicolás Marset Nogueroles, popular propietario de la posada “Parador de la Luz”; o, José Reberdito, que tenía un negocio en el número 27 de la calle Larga o Cristóbal Colón, edificaron en los terrenos municipales cedidos, ya fuesen patios de vecindad, viviendas o cocheras, con los que dar respuesta a la cada vez mayor de presencia de vecinos en aquella zona.

De vueltas a la incidencia del carro, de seguro que un hombre tan ocupado como Eladio Infante, dejaría en su hombre de confianza el asunto del tan necesario vehículo para el desarrollo de la actividad de La Infanta. Actividad esta, que se concretaba en elaborar: “Cales, yesos, baldosas hidráulicas y piedra artificial”. Aquella fábrica constaba de: “Dependencias de almacenes, hornos, depósitos, molino triturador de yesos, cuadras, pajar, granero, cocheras, talleres y viviendas para operarios”. Sin duda toda una inversión para la Algeciras de su tiempo.

El asunto puesto en manos de Gonzalo Muñoz requirió la opinión del carrero Bellido (Juan Bellido Gómez). En aquella época, el oficio de carrero estaba muy prestigiado, pues eran unos vehículos esenciales para el desarrollo comercial de las ciudades. En Algeciras eran muy populares y requeridos estos profesionales, destacando entre otros: el propio Juan Bellido, que tenía su domicilio en la vecina calle de Los Barreros; Juan García García, que fue soldado en Ultramar; o Pedro Aparicio, que además de conductor tenía un taller de reparaciones de carros en la Villa Vieja. Pero las condiciones especiales que el necesario carro precisaba para la actividad de la fábrica La Infanta, obligaba a confiar el proyecto de construcción del mismo a manos muy expertas; por lo que de seguro, consensuado con el propietario de la calera, Gonzalo y Bellido, decidieron poner la ejecución del vehículo en alguien que, al parecer, les había dado muestras de ser un gran profesional en la construcción de carros “especiales”; siendo este, el también conocido maestro carrero-carpintero Martín Zagua, propietario del taller abierto en la Plazuela de la Caridad.

Ultimados los previos para el inicio de la construcción, Zagua comenzó el trabajo. Tras duras jornadas de ensamblajes de maderas, hierros y atalajes, el carro tomaba forma contemplando las medidas especiales y necesarias para la labor a la cual iba a ser destinado. Tiempo después el carro estuvo finalizado.

Durante la construcción del vehículo, y dadas las exigencias del trabajo de la fábrica, se creyó oportuno solicitar un carro a Zagua, quien aportó entre los que tenía en su taller de la Plazuela de la Caridad el que creyó más idóneo hasta tanto no estuviera terminado el nuevo vehículo. Una vez finalizado el carro encargado por Infante, a través al parecer de sus hombres de confianza, se produjo la entrevista directa entre cliente y carrero-constructor, a partir de la cual se originó la controversia.

Según la documentación consultada, los hechos sucedieron del modo siguiente: “Don Eladio Infantes Salas, manifestó que tenía encargada la construcción para un carro para transportes de materiales á don Martín Zagua de esta vecindad, y que en la noche de ayer a las 9 de la misma llegó á su domicilio el Zagua á cobrar el carro que con arreglo á modelo se comprometió hacer sin ajuste de precio ni condiciones”. En este primer párrafo de la denuncia de los hechos, se precisa la falta de ajuste sobre “precio” y “condiciones”. Deduciéndose de lo reseñado, y en primer lugar, la falta de cierre en el coste final del carro; contemplándose, al parecer, en segundo término: que los empleados de don Eladio, no estuvieron presentes en la evolución del vehículo; aunque aportaran sus conocimientos profesionales al inicio de la obra.

Prosiguiendo la declaración: “Y como le pidiera 300 pesetas por dicho carro, le manifestó – el cliente-, que era caro, pues le habían dicho que solo podrían darse 250 pesetas”. La falta de entendimiento sobre la cantidad previa y supuestamente pactada, demuestra la precaria información que le habían facilitado sus hombres al letrado. Contextualizándose el “trato” –según se deduce de los hechos- en un simple acuerdo verbal; motivo de la desavenencia entre cliente y maestro-carrero. El romanticismo del “apretón de manos” poco a poco estaba quedando atrás en el tiempo; circunstancia que trae a colación las palabras del cura amigo del Caballero de la Triste Figura, cuando para consolar a Sancho Panza, tras un malogrado acuerdo, el mencionado clérigo le dice. -Las libranzas en papel, como era uso y costumbre, porque las que se hacían en libros de memoria jamás se aceptaban ni cumplían. Dicho de otra manera, según expresión propia y antigua de esta zona: Mejor lápiz corta que memoria Larga.

(Continuará)

Manuel Tapia Ledesma. Ex director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

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