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El Capitán Antonio Ontañón y Rodríguez, un caballero de la orden de Santiago en Algeciras

Plano de la Serie Verboom, con la posición de la casa de Ontañón en 1724.

Plano de la Serie Verboom, con la posición de la casa de Ontañón en 1724.

Algeciras tiene dos vías relacionadas con la figura del capitán Ontañón. En el casco antiguo la que en su época se llamó calle Imperial y hoy Alfonso XI, aunque para la gran mayoría siempre ha sido la calle Convento, por la fundación mercedaria a la que él dio origen y la otra, tras la intersección con la avenida Blas Infante, la avenida capitán Ontañón.

Antonio de Ontañón y Rodríguez (Valladolid, 1674 - Algeciras, 1730) fue hijo de Luis de Ontañón y de Isabel Rodríguez, miembros de una familia hidalga de la capital castellana. Melchor Lozano de Guzmán, escribano público de la naciente Algeciras y que también lo fuera de Gibraltar, tuvo trato con él desde 1700, algo que confirma el presbítero gibraltareño Juan Hurtado, vecino de la nueva Algeciras, que tuvo con él amistad “desde antes que se perdiese su plaza”.

Compatibilizó su profesión castrense con los negocios agropecuarios (de los que destacarían las colmenas y una extensa cabaña, en la que figuraban vacas, bueyes y caballos) y los marítimos, una de cuyas facetas fue sin duda la del corso.

Fue padre de cinco hijos habidos fuera de matrimonio, que no hubo hasta poco antes de morir, porque cuando casó con Gregoria de Moctezuma y Loaysa, viuda del marqués de casa de Tavares (hacia 1728), sus hijos ya habían volado del nido. Sí, han leído bien, una descendiente del emperador azteca.

De ellos tres fueron varones. El mayor, Luis Antonio, fue presbítero y abogado y tuvo una vida tan peregrina como la de su progenitor, ya que vivió entre Sevilla, Madrid, Granada, Algeciras y Estepona. Le seguiría Francisco Javier, al que le fundó una capellanía en San Roque, a la que renunció al casarse, en favor del más pequeño, Antonio María, que podría ser el capitán corsario que actuó en Algeciras en la década de 1740. Le seguirían dos hijas que profesaron en el convento de clarisas de Santa Isabel de Ronda: Isabel María de Santa Rosa y Sebastiana José. Fue un padre soltero que diríamos hoy. Que rechazara el compromiso marital no fue óbice para que fuera un moderno padre responsable.

Capilla del convento sevillano de Santiago de la Espada, hoy de la Asunción. Capilla del convento sevillano de Santiago de la Espada, hoy de la Asunción.

Capilla del convento sevillano de Santiago de la Espada, hoy de la Asunción.

Pero ¿lo tenía todo? Creía que no. Ambicionaba convertirse en caballero de Santiago y eso sólo lo pudo conseguir el 16 de octubre de 1725, cuando el Consejo de Órdenes Militares le dio por buena su petición de ser nombrado caballero de la Orden de Santiago.

1725 fue un año especialmente significativo en su vida ya que amén de tomar el hábito santiaguista en el convento sevillano de Santiago de la Espada (hoy de la Asunción), se estableció en Algeciras procedente de Tarifa, y de esa misma fecha data su proyecto de fundación de un convento-escuela, con la orden mercedaria, para la recién repoblada ciudad de Algeciras, con una dotación de varios bienes.

Provenía de una familia hidalga y todos sus antecesores procedían de tierras con fama de tradición hidalga. Es más en las pesquisas que se llevaron a cabo en 1725 en el terruño de sus ancestros se dice que ninguno de ellos era pechero, es decir estaban libres de pagar impuestos y otro tanto podría decirse de los del apellido Rodríguez, por lo que no le fue difícil conseguir su objetivo. La consecución del hábito le supuso alcanzar una meta y entrar en la gloria imperecedera de la fama local, máxime en una nueva ciudad donde los hidalgos de sangre, como él, no serían muy abundantes. Al fin y al cabo, si las distinciones existen son por y para algo y la obtención del hábito santiaguista se inscribe en la base de este tipo de distinciones en la escala social de la época, en la que la adquisición de este galardón suponía consolidar el deseado prestigio de clase.

Al ser capitán del ejército, un oficio militar reservado a los hidalgos, pudo beneficiarse de la preferencia que el rey Felipe V tuvo hacia ellos. Se calcula que, en la concesión de hábitos de Órdenes militares, los miembros de la institución militar se beneficiaron en un 60% de los casos.

Boceto del escudo de armas de Ontañón. Boceto del escudo de armas de Ontañón.

Boceto del escudo de armas de Ontañón.

El 10 de octubre de 1709 el rey Felipe V le concedió la posibilidad de que pudiera usar el hábito de cualquiera de las tres órdenes militares (Calatrava, Alcántara y Montesa), sin excluir la de Santiago, pero no fue hasta el 10 de octubre de 1722, cuando decidió iniciar el proceso, que llegaría a su tramo final el 30 de enero 1725 cuando el rey firmó la cédula por la que se le abrió el camino para tomar el hábito de Santiago, “atendiendo a los servicios prestados”. ¿Cuáles fueron? El tiempo los descubrirá.

Esta cédula es la que desencadena todas las averiguaciones que culminarán con la autorización para que pudiera tomar el hábito santiaguista a partir del 18 de octubre de 1725. De ellas se deducía que era natural de Valladolid, hijo legítimo de legítimo matrimonio, al igual que todos sus ancestros; que tenía en torno a 50 años, que los que lo conocían a él y a sus padres afirmaban que todos ellos vivieron en el barrio de San Juan y que tanto él como sus ancestros hasta el cuarto grado, eran hijosdalgo de sangre y por tanto cristianos viejos, “limpios de toda raza e infección” de moros, judíos o conversos y que ni él ni sus antepasados habían sido penitenciados, “ni en público ni secreto”, por delito de herejía en el Santo Oficio.

Se reconocía también que ni él ni sus padres habían sido mercaderes, cambiadores, ni tenido ni ejercido oficio vil, ni mecánico y en cuanto a su calidad no se le consideraba pendenciero ya que “no había sido retado, ni infamado”, ya que siempre se había portado “con grande punto y honra”, que podía andar a caballo, - caballero significa literalmente eso, que poseía caballo, con posibles, por tanto-.

Como se ve se pretendía conocer tanto la calidad hidalga del pretendiente, como su calidad económica, su comportamiento social y su ortodoxia religiosa, de él y de sus antepasados, entre los que no debía haber ninguna tacha religiosa, ni étnica (antecedentes de judío moro o converso).

Escudo de la orden de Santiago. Escudo de la orden de Santiago.

Escudo de la orden de Santiago.

El primero de la familia en trasladarse a Valladolid fue el bisabuelo Andrés Ontañón (Hontañón o Antañón), que emigró desde Castillo “jurisdicción de las Cuatro Villas de la costa en las Montañas de Burgos”, junto a Castro Urdiales y Laredo (Cantabria). Llegó a Valladolid para estudiar en su universidad. El tatarabuelo Antonio, “se gastó en el más de trescientos ducados, que es más de su legítima paterna y materna”. Queda claro que era ya era una familia acaudalada.

Su vinculación con el terruño familiar paterno de Castillo, se mantenía a pesar de la distancia, por lo que pudo ejercer, por delegación, el oficio de regidor en 1718 y de mayordomo de la cofradía del Santísimo Sacramento en 1721 y justo en el año de 1725 fue nombrado para el siguiente, secretario general de la Junta de la Siete Villas. Nunca se desvinculó por tanto de la tierra de sus mayores.

La familia materna cuando llegó a Valladolid se radicó en la parroquia de San Martín, donde es bautizada la madre del pretendiente, Isabel Rodríguez, pero si en el caso de la familia Ontañón ésta llevaba en la ciudad del Pisuerga tres generaciones, la familia Rodríguez sólo tenía dos, porque el abuelo, Alonso, padre de Isabel llegó desde Cerezal de la Guzpeña (León) a la capital castellana, donde fue regidor teniente. Las relaciones entre los hidalgos siempre dan sus frutos y esto sin duda le benefició.

Resuelto el problema de la limpieza étnico-religiosa y social, podía darse por aceptado el proceso de la toma de hábito, que fue el lunes 19 de noviembre de 1725 en la iglesia del convento sevillano de Santiago de la Espada, hoy convento mercedario de la Asunción, en el que:

“El señor don Lorenzo Ignacio de Ibarburu, caballero profeso del orden del señor Santiago, en presencia de otros caballeros de dicha orden, todos vestidos con sus mantos blancos y en forma de capítulo en virtud de real título de S.M. de este otra parte, con que fue requerido armó caballero a don Antonio de Ontañón, capitán por S. Mg., natural de la ciudad de Valladolid; siendo su padrino don Pedro Manuel Colarte y Rojas, habiéndole calzado dos espuelas doradas, de brida, don Juan Eusebio García Príncipe y don Adrián Delgado y Ayala, caballeros de la misma orden, habiendo precedido ciertas preguntas y respuestas, actos y ceremonias, que disponen las definiciones del orden y caballería del orden del señor Santiago.

Otro sí doy fe que ante mí y dichos testigos en este día luego incontinente que fue armado caballero, estando en dicha iglesia el licenciado fray don Alonso Benegas [..] y Parada, presbítero superior de dicho convento de señor Santiago de la Espada en virtud de este real título fecho en San Lorenzo el Real en 21 de octubre de este presente año, con que fue requerido, dio el hábito e insignia de la Orden de señor San Tiago a dicho don Antonio de Ontañón con las bendiciones y solemnidades que as definiciones de la orden disponen”.

Una ceremonia en toda regla de las que hemos visto en los manuales de la caballería. En el caso de la orden santiaguista los conventos que ostentaban el apellido de la Espada, como el sevillano, tenían como presidente de la ceremonia un Cristo articulado con una espada, con la que se tocaba el hombro del aspirante al hábito.

Firma de Ontañón. Firma de Ontañón.

Firma de Ontañón.

El eco de la figura del Capitán Ontañón está íntimamente ligado a su fundación, el convento-escuela mercedario que hubo en la calle Convento y ello le facilitó el traspasó de las barreras del tiempo, de tal modo que en 1926 se pudo oír en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de Algeciras la propuesta “a la Junta Provincial de Beneficencia [y] al letrado en ejercicio de esta ciudad y secretario de este Excmo. Ayto. D. Manuel Pérez-Petinto y Costa, para la instrucción del expediente “ad perpetuam memoria” relativo a la fundación en esta ciudad de D. Antonio de Ontañón, como interesa […]”.

Continuará en la próxima entrega...

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