Algeciras brinda por sí misma en la caseta municipal
Tradicional recepción a autoridades y medios de comunicación en la Feria Real
La política se quita la chaqueta por unas horas: entre sonrisas, saludos y croquetas, el Ayuntamiento celebra su ritual más costumbrista
Gas pimienta en una caseta y cuatro atracciones precintadas marcan el arranque de la Feria Real de Algeciras
La Feria Real de Algeciras, ese inmenso latido de farolillos, traje corto y rebujito, tiene sus liturgias. Una de ellas es la recepción que, cada lunes de feria, ofrece el Ayuntamiento a las autoridades y medios de comunicación. Es como si el poder municipal se quitara por un rato la corbata, cambiara el pleno por el brindis y se entregara, sonriente, a la pantomima amable del saludo, la foto, el chiste entre aceitunas y un fondo de palmas y rumbas.
Este lunes, 23 de junio, en plena canícula meridiana, esa liturgia volvió a celebrarse. Y hubo algo de autoafirmación en el gesto: Algeciras, esa criatura contradictoria que lo mismo asoma al Estrecho que se hunde en su laberinto de barriadas, se brindó a sí misma. El alcalde, José Ignacio Landaluce, ejerció de anfitrión. A su alrededor, un ramillete de concejales del gobierno y también de la oposición, con representantes del PSOE y de Vox. No faltó nadie de los que deben estar.
La caseta municipal, este año bajo la batuta de José Luis Lara, se convirtió por un rato en ágora templada gracias al aire acondicionado; ese lujo estratégico que algunos otros recintos todavía envidian. Dentro, el gentío. Fuera, el sol como un látigo.
El invitado de honor fue Arturo Bernal, consejero de Turismo y Andalucía Exterior de la Junta de Andalucía. Primera vez en la Feria de Algeciras. Lo recibieron con la pompa correspondiente en la portada del recinto ferial. Hubo corte oficial a su paso: el alcalde como escudero, Javier Ros y Eva Pajares cerrando la comitiva, sonrisas amplias, apretones de manos, flashes y hasta una cierta reverencia invisible, como si la política andaluza tuviera también sus pasodobles ensayados.
A Bernal le rodeaban los suyos y los nuestros. Porque si algo refleja esta recepción es el caleidoscopio de Algeciras, ese monstruo de muchas cabezas: la ciudad urbana, el Puerto y sus Aduanas, la Universidad con sus campus, las fuerzas del orden, la Cámara de Comercio, la Mancomunidad, las empresas logísticas, las cofradías, la ONCE, los juzgados, los periodistas, los alcaldes vecinos de La Línea de la Concepción y Tarifa... y hasta un cónsul, el de Marruecos, Driss Soussi. Cada uno, en realidad, simboliza una pieza del puzle local.
La ceremonia tuvo algo de desfile, pero también de pausa. Al fin y al cabo, se trata de eso: de olvidar durante un rato los rigores del trabajo y las asperezas del debate. Así lo anunciaba el propio Ayuntamiento a primera hora por redes sociales: “Para nosotros será un placer compartir con todos vosotros un tiempo de convivencia, fuera del rigor del trabajo, y poder brindar para que vivamos la mejor Feria Real de nuestras vidas”.
Y brindaron, efectivamente. Con cerveza, con rebujito, con salmorejo, con croquetas (de las buenas), con anécdotas y chascarrillos. Había políticos que se refugiaban en el aire fresco del interior, periodistas que buscaban sombra con disimulo, y otros que parecían salir solo para saludar y regresar a su rincón con una sonrisa profesional, de esas que no dicen mucho pero lo significan todo.
Cuando no había mucho que decir, se hablaba del calor. Como quien se cruza con un vecino incómodo en el ascensor. Y entre el murmullo general, uno podía distinguir algún comentario de pasillo sobre elecciones, una conversación entre mandos policiales, o el saludo entre dos viejos conocidos que no se ven desde la recepción del año pasado.
Porque la recepción municipal también es eso: una Feria dentro de la Feria, un encuentro entre los que nunca tienen tiempo para encontrarse, una tregua pactada entre el protocolo y la alegría.
Como escribió Lorca: “La feria es una rueda. Una rueda de luces sobre la noche”. Solo que este mediodía, la rueda giró bajo el sol —y en una caseta con aire acondicionado—.
Y por un instante, Algeciras, con sus miles de nombres, sus contradicciones y sus poderes superpuestos, alzó el vaso y se celebró a sí misma.
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