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D os temáticas están sobresaliendo mucho en este verano de poniente de 2017, una es la novedosa turismofóbia y la otra es la emigración, tema más manido y de mayor recorrido, pero presente también este verano como en los últimos veinte.
Los dos asuntos se presentan a la opinión pública de una manera que genera una imagen diferente pero si nos fijamos, ambos tienen un denominador común; los dos flujos de personas se gestionan de manera cada vez más desorganizada y las zonas donde éstos tiene incidencia desata opiniones contrapuestas que están siendo subrayadas ahora por los medios.
En España hay claramente una saturación de la aplicación de un modelo económico que está repercutiendo en determinadas zonas del país, haciendo de ellas un modelo insostenible y claramente perjudicial para las personas que allí viven. Todo ello genera la opinión negativa de cómo gestionamos esta industria y afecta a nuestra imagen de país.
Por otro lado, por ser frontera de la UE, tenemos casi semanalmente noticias de llegadas de emigrantes que tiene que ver con el flujo internacional de refugiados, donde ahí tampoco España cumple, y por tanto, donde España no es de fiar.
La falta de regulación en éstas nuevas realidades, donde los apartamentos turísticos son quizás el ejemplo más llamativo, así como la llegada de manera irregular de los refugiados a nuestro país, sin que haya ni canales, ni vías seguras para poder hacerlo, desata claramente opiniones contra estos colectivos, aún siendo ambos paradójicamente absolutamente necesarios para nuestro crecimiento económico.
La imagen descontrolada de llegada y la gestión caótica de la incidencia de dichos flujos, deja claramente entrever en el fondo una cuestión, una ausencia normativa en estas nuevas realidades emergentes y por tanto una dejadez en ambos temas que generan opiniones muy vehementes ante su presencia. La muerte en el mediterráneo o las llegadas de pateras mientras los bañistas de nuestras costas se desayunan estupefactos la imagen de los problemas de un continente desconocido en las propias sombras de sus sombrilla, nos indigna y nos posiciona ya sea a favor o en contra.
Los argumentos para defender nuestra primera industria son claros y están relacionados con el empleo. Sin embargo la emigración queda un poco más desdibujada en este sentido ya que no se valora la importancia demográfica que tiene para nuestro envejecido país. Los asaltos a la valla de Ceuta o los desembarcos como el de playa de Zahara de los Atunes no vienen relacionados con la imagen posterior de esas mismas personas contribuyendo a las pensiones de lo que ahora estamos trabajando o simplemente a la necesidad de su aportación para seguir siendo el país que más crece de la UE.
Realmente la llegada de personas para aportar económicamente a las arcas de nuestro país no debería ser tan contestada sino fuera por la sensación de asalto, masificación, y presión que trasmite la imagen de su llegada.
Y es ahí donde la administración tiene responsabilidad, y por tanto también en el rechazo hacia ambos colectivos. Dos temas ante los cuales nuestros gestores no están solo de vacaciones este verano, sino el resto del año.
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