No había sitio para ellos en la posada! Así refleja lacónicamente el evangelista Lucas la primera Nochebuena de la historia. Los principales protagonistas de lo que será una fiesta universal se vieron relegados a pasar la noche al raso. Nadie abrió su puerta para que aquella mujer recibiera el consuelo de un hogar que pudiera permitirle dar a luz de una forma segura. Pero Dios no se resistió a la dureza del corazón de los betlemitas, y el justo José encontró un establo donde su mujer iluminó el orbe con el primer llanto humano de Dios.
Es un relato que nos conmueve a todos los cristianos en esta noche, pero sucede a menudo. No hay sitio. Más todavía, en algunos lugares hay una programación organizada para que no haya sitio alguno donde la esperanza del grito de este niño pueda ser escuchada. Después de muchos siglos, sigue habiendo lugares donde la Navidad está cancelada. No se puede hablar de ella, porque simplemente está perseguida. Según el Informe de Libertad Religiosa de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, 413 millones de cristianos viven en países donde la libertad religiosa está gravemente violada (uno de cada seis cristianos), de los cuales 220 millones de cristianos están expuestos a la persecución (uno de cada diez cristianos). El mismo informe habla de que no es sólo el Cristianismo el que está perseguido, las otras expresiones religiosas también lo están a causa del autoritarismo, el extremismo religioso o el nacionalismo etnorreligioso. Como si repugnara que la persona humana pudiera hallar consuelo por la práctica de la fe o la propia conciencia.
La historia se repite, es demasiado actual. Detrás de aquella cerrazón a la acogida, estuvo la amenaza de Herodes, la huida a Egipto o la matanza de los inocentes. Parece que nada ha cambiado. Me pregunto cuál es el motivo de esta hostilidad a la fe, y lo que alcanzo a comprender con mi pobre conocimiento es que la conciencia, sagrario de la persona, o la fe, hace al hombre más libre. Quizá sea el miedo a la libertad de la persona y de las comunidades lo que haga que otras personas traten de cancelar y exterminar esa fe o la libertad de creer. Algo tan propiamente humano como el miedo, miedo a verse amenazado, como le sucedió al rey de Judea.
Las naciones liberales dicen haber combatido el miedo con la información, la cultura y la educación, pero basta comprobar cómo en nuestro país, ese mismo informe destaca que el reconocimiento del derecho de asilo (vinculado especialmente a la fiesta que nos ocupa) y/o la protección subsidiaria esgrimida por los creyentes perseguidos sigue siendo una asignatura pendiente, porque ni la práctica administrativa del Ministerio del Interior, ni tampoco la jurisprudencia suelen ser protectores de la libertad religiosa.
El pasado 7 de diciembre celebrábamos el sexagésimo aniversario de la Declaración Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa. Un pronunciamiento que, aún hoy, sigue perturbando a muchos por considerarlo contrario a la doctrina tradicional porque, a fuer de la defensa de la libertad religiosa para proteger a los adeptos de los lugares minoritarios, se diluía la doctrina sobre la verdad católica, relativizando su mensaje. Sin embargo, el Concilio no rebajó la pretensión de la verdad de Cristo, sino que la razón y la voluntad libre necesitan la inmunidad de coacción para que la fe y la conciencia puedan adherirse a la verdad propuesta. Una inmunidad de coacción que hoy seguimos viendo lesionada en tantos lugares.
Desde nuestro rincón, esta Nochebuena, pediremos al Niño que, aunque haya lugares donde no sea acogido, ni amado, ni creído, siga buscando un rinconcito, aunque sea un nuevo pesebre, donde llorar; llorar con fuerza, para consolar a nuestra humanidad herida por el miedo, para que la Navidad no sea cancelada.