Campo Chico

Manuel Benítez Santos: el artista

  • Acudía por temporadas a Algeciras, en donde se hizo un estudio a espaldas de la casa familiar

  • Un domingo nos dejó para siempre, sin que en su pueblo, donde descansa frente al mar, se notara

Retratos de Miriam de la Sierra (i) y la Princesa Sandra, ambos de Manuel Benítez.

Retratos de Miriam de la Sierra (i) y la Princesa Sandra, ambos de Manuel Benítez. / E. S.

Manuel Benítez pertenece a esa clase de artistas que se hacen a sí mismos. Frecuentan lugares en los que se hace pintura o escultura, aprenden observando a otros artistas y se alimentan de su propia curiosidad e interés. José Antonio (Noni), su hermano, ya el único superviviente de aquella casa de José Antonio 5, en Algeciras, víctima, como tantas otras, del desorden urbanístico y la especulación que asolaron la ciudad en los años setenta, me decía al hablarme de Manuel, que no había antecedentes de pintores en su familia. Yo creo que la capacidad artística y sobre todo la habilidad para expresarse a través del arte son dones de Dios, si bien el ambiente familiar y social y la experiencia contribuyen a mejorarlos. Manuel encontró, primero en el dibujo, después en la pintura al pastel, la forma de desarrollar su creatividad, pero lo cierto es que también se interesó por la danza y el teatro. En el año 1970, obtuvo un accésit al premio de teatro “Lope de Vega” con su comedia La última presencia. Cuando la familia de Manuel se trasladó a Madrid, él era un adolescente y su vocación por la pintura aún mayor que en su infancia, cuando acudía a las clases de dibujo de sor Carmen en el colegio de la Inmaculada.

Como ya escribí, José Carlos de Luna sería el primer mentor de Manuel. Amigo de su padre, Pepe Carlos, como le llamaban familiarmente, fue un extraordinario poeta y ensayista malagueño muy unido al Campo de Gibraltar, concretamente a Algeciras y a San Roque, donde tenía una finca, Los Chaparrales. En la casa de la finca, la Venta de Gámez, se cuenta que escribió El Piyayo, su popularísimo poema sobre “un viejecillo renegro, reseco y chicuelo” de El Perchel. En Algeciras le gustaba sentarse junto a alguno de los veladores de Los Rosales. Ingeniero industrial, cuando serlo suponía un gran reconocimiento social y cuando para serlo hacía falta inteligencia y esfuerzo, su poema El Piyayo llegó a inspirar una legendaria película de Luis Lucia (1956), protagonizada por el gran actor Valeriano León. Su Gitanos de la Bética, es un magistral ensayo sobre la etnia gitana en Andalucía.

Pepe Carlos era una persona muy bien relacionada. Fue él quien puso a Manuel en contacto con el escultor Juan Cristóbal. La estatua del Cid en Burgos y el monumento a Julio Romero de Torres en Córdoba, tal vez sean sus más señalados trabajos, pero nos resultará más próximo el león que en San Roque, parece contemplar vigilante la realidad del peñón desde la verticalidad de su columna. Manuel frecuentaba a diario el estudio del escultor, pero no se sentía atendido. Parece que su preceptor prefería dejarle encontrar su sitio y evitar que se convirtiera, por mor del aprendizaje dirigido, en un pintor sin personalidad. Fueron momentos complicados para nuestro paisano.

Superada esa etapa y su temporada de copista en el Museo del Prado, y después de hacer una primera exposición en Gibraltar con gran acogida, el propio Juan Cristóbal le señaló una serie de artistas que le podían ayudar a familiarizarse con las técnicas y recursos cromáticos. Maroussia Valero, fue la elegida. Una pintora ruso-española, nacida en San Petersburgo en 1885, hija del tenor astigitano (ecijano), Fernando Valero, y de la soprano Raia Kotovich, que se había instalado en Madrid, en 1934, después de largas estancias en Rusia y Estados Unidos de América. Se trataba de una retratista extraordinaria, cultivadora de la figura y el ambiente flamenco, ilustradora, cuya ascendencia sobre Manuel fue decisiva para su formación y su futuro. Nuestro pintor llegó a instalarse en su estudio madrileño del número 50 de la calle Don Ramón de la Cruz, en el corazón del barrio Salamanca, en donde viviría algunos años.

Nando Ramos-Argüelles Baños, me ha facilitado generosa y amablemente unas reproducciones de retratos hechos por Manuel a miembros de su familia, en los que se puede percibir la extraordinaria maestría del gran artista algecireño. Miriam de la Sierra, hija de los Marqueses de Urquijo, la princesa Alejandra (o Sandra) de Torlonia y Borbón, duquesa consorte de Lequio, o doña María de las Mercedes, esposa de don Juan de Borbón, fueron algunas de sus innumerables modelos. Posar para Benítez Santos llegó a ser un lujo sólo al alcance de figuras de gran relieve social. El estudio de fotografía encargado de hacer una copia fotográfica de sus obras era el Amer-Ventosa, uno de los más prestigiosos en los años de mayor actividad de Manuel. En su Historia de la fotografía en España (1997), Publio López Mondejar escribe: “Amer era ya un conocido retratista en los años de la República, en los que llegó a mantener abiertos hasta cuatro estudios diferentes en Madrid. En 1944 destruyó su archivo, traspasando el negocio a su ayudante Francisco Ventosa, con el que creó un nuevo estudio, que llegó a convertirse en el más concurrido de la capital”.

Benítez acudía por temporadas, sobre todo en verano, a Algeciras, en donde se hizo un estudio a espaldas de la casa familiar de José Antonio 5. En la salida del edificio al callejón del muro, que es el nombre de la callejuela hoy llamada equívocamente Muro. Alfonso Natera, el dueño de La Taurina, le alquiló un local que Manuel utilizó como estudio, aunque aquel Hotel Cristina del gran Mr. Lieb, acabó convirtiéndose durante un tiempo, en su lugar de recogimiento y de trabajo. El histórico director, de origen austriaco, convirtió al Cristina en una referencia para el turismo. Haber trabajado en el Cristina en esa época, era una carta de presentación y garantía de oficio bien aprendido. Mr. Lieb fundió la ciudad con su hotel, dando a Algeciras la posibilidad de proyectarse hacia el exterior. El pintor fue acogido en esa institución con entusiasmo, trabajó en sus dependencias y creó un panorama abierto de relaciones que lo consagraron para siempre. Viajó y mantuvo largas estancia en varias ciudades de Europa y América, convirtiéndose de hecho en el pintor de la familia real española y de la nobleza que la rodeaba. A su vuelta a Madrid compró un caserón en el número 14 de la calle del Olmo, que convirtió en un hogar de las artes; fue escenario de interiores del rodaje de Lola espejo oscuro (Merino y Sáenz de Heredia, 1966), del de Alta Tensión (Julio Buchs, 1972) y de otras iniciativas semejantes. Un domingo, el 21 de julio del 2002, cuando su cotización era altísima, nos dejó para siempre, en silencio, sin que ni siquiera en su pueblo se notara. Desde entonces descansa frente al mar, en el viejo cementerio del camino a El Rinconcillo.

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