Historias de Algeciras

Lady Maclean y el señor Ceruti

  • Una misteriosa mujer se alojó durante semanas en el emblemático Hotel Anglo-Hispánico

  • Tras dejar unas valiosas joyas en depósito, marchó y saldó su cuenta a través de un emisario

Interior de Hotel Anglo-Hispano, escenario de la historia de Lady Maclean.

Interior de Hotel Anglo-Hispano, escenario de la historia de Lady Maclean. / E.S

Aquella mañana, como todas las mañanas, el señor Ceruti salió a la terraza del Hotel Anglo Hispano con la sensación del deber cumplido. Minutos antes había repasado con el jefe de cocina el menú para aquella jornada. Anteriormente, se había preocupado de las incidencias que pudieran existir en recepción, tan solo le quedaba saber las novedades surgidas tras la pertinente visita de las camareras a las habitaciones de los clientes. Todo estaba controlado. Cada mañana Juan Bautista Ceruti, desde que había sido designado director de este célebre hotel algecireño –por quién fuera su dueño don Adolfo Casola Piuri–, gustaba de asomarse a aquella terraza y admirar el magnífico paisaje que desde ella se vislumbraba: los pescadores en sus faenas sobre las embarcaciones de ribera encalladas en el río esperando la pleamar; el tránsito de personas y carruajes por el viejo puente, y todo ello acompañado con el suave aroma del levante que como un regalo de la bahía llegaba dada su intensidad hasta la alejada colina de San Isidro, impregnando la ciudad con sabor a mar. Sencillamente la Algeciras de aquella época olía a mar.

Una vez alimentados los sentidos, el fiel y cumplidor Ceruti, como hombre que admiraba la organización y el buen funcionamiento de las cosas, sacaba de su chaleco su reloj de bolsillo, pausadamente lo miraba y sentía la diaria admiración hacia el mismo personaje: Juan Morrison. El ferrocarril estaba a su hora esperando la salida frente a la calle Catalanes, al mismo tiempo que los vapores llegados de Gibraltar veían alejarse a los viajeros que prontamente se subirían en los vagones que les aguardaba. Toda una obra maestra de organización, elaborada y coordinada por el representante en nuestra ciudad de The Algeciras Gibraltar Railway Company. Sin duda, el artífice de aquel adelanto que para sí hubiesen querido más de alguna gran ciudad. Henderson sabía elegir a sus hombres de confianza.

En estas estaba el estricto director del elegante Anglo Hispano, que en nada –según él– tenía que envidiarle al glamuroso y ostentoso nuevo hotel construido “más arriba” cuando un carruaje paró frente a su respetable hotel.

Tirado por dos caballos, el negro vehículo llamaba la atención por la gran cantidad de equipajes que portaba. Un mozo del establecimiento, no sin dificultad, se hizo cargo de la descarga de maletas, baúles y cajas de sombreros del portaequipaje. Al mismo tiempo que el citado mozo sudaba la gota gorda, el cochero quitándose la gorra y con un gesto ceremonioso impuesto, abrió la portezuela facilitando la bajada de la berlina a su única viajera. A continuación, la elegante dama, con naturales aires aristocráticos, comenzó a subir los peldaños de la terraza del hotel para luego dirigirse hasta el mostrador de la recepción. Al pasar la mujer a la altura del señor Ceruti, emulando este al cochero, inclinó educadamente la cabeza a modo de saludo mientras que la elegante dama sin dejar de mirar al frente hizo lo propio con la suya.

Sin duda, el primer pensamiento del henchido director –tras pasar la mujer dejando un gran aroma– fue para autoalabar su buena gestión al frente del establecimiento, de no ser así, tan elegante clientela se hubiese hospedado en el hotel de “arriba”. La esposa de su jefe –el señor Casola Piuri, doña Adela Bonfiglio Noelli–, estaría encantada de conocer la visita de tan elegante y bella dama. Todo lo cual calibraba, sin dejar de observar el paisaje urbano algecireño que tenía frente a sí.

Un escape de vapor, le obligó a desviar la mirada hacia la gran locomotora que poco a poco emprendía la marcha en dirección a la estación principal situada en la calle Ramón Chíes (popularmente Camino de la Estación, en un futuro avenida Agustín Bálsamo). A Ceruti le vino a la mente, los difíciles momentos por los que pasó el emprendedor matrimonio gibraltareño dueños del hotel, cuando conocedores de los cambios que se iban a producir en Algeciras con la llegada del ferrocarril, comenzaron la aventura del aquel coqueto establecimiento hotelero, al que llamaron fraternalmente Anglo–Hispano. Afortunadamente el proyecto siguió adelante a pesar de las reticencias de uno de los cónyuges, siempre menos aventurero y más conservador que el otro. Sea como fuere, Juan Bautista Ceruti no tardó en informar al matrimonio Casola–Bonfiglio –como también al joven hijo de este y futuro jefe don Adolfo–, de la visita de la solitaria, elegante y enigmática señora.

Al señor Ceruti le gustaba comprobar la puntualidad de los trenes de vapor

Durante los días siguientes, la bella dama –para sorpresa del director–, apenas salió de su habitación. Solo el comedor y la terraza fueron escenarios de la presencia de aquella mujer. Obviamente el curioso empleado de Casola, había ojeado el libro de registros en la recepción para tener una mayor información que compartir con doña Adela Bonfligio la próxima vez que esta visitara el establecimiento. La mujer de su jefe añoraba el peñón que la vio nacer y le resultaba difícil desprenderse de su residencia en Gibraltar. En un corto futuro su único hijo sí establecería su residencia en Algeciras, al hacerse cargo de los negocios de la familia en este lado de la bahía, y contraer matrimonio con una joven perteneciente a la aristocracia algecireña, llamada África Mensayas Rodríguez –a la sazón hija de Eduardo Mensayas, primo hermano de los ex–alcaldes José y Emilio Santacana y Mensayas–, comprando para ello una magnífica vivienda cercana del hotel en la calle Fábrica, 1 (hoy, Montero Ríos) y llamada así por encontrarse en ella una pequeña industria de gaseosas propiedad de José María Caballero y Manuel Patricio. La casa adquirida por el hijo de Adolfa Casola, perteneció a Nicolás Marcet, dueño del Parador de la Luz y de la compañía de carruajes La Madrileña.

Los días fueron pasando y la enigmática imagen de la dama deambulando por el hotel llegó a hacerse familiar. Para entonces, el director Ceruti, ya contaba para sí de una información que le había llegado precisamente desde la fuente menos esperada: su jefa, la señora Bonfiglio. Resultando, según le había comentado taza de thé en mano, recientemente en una corta visita que había realizado a Gibraltar para resolver unos trámites, que la citada dama que tanto había impresionado al personal del hotel y al maduro director el primero, era una señora casada, de nombre Sissi de Maclean –apellido de su esposo– hasta ahí coincidía con lo visto y recogido en el libro de registros del establecimiento. Al parecer esta súbdita británica había tomado “sorpresivamente y en soledad”, uno de los vapores en dirección Algeciras; finalizaba su informe la señora Bonfiglio, con el expresivo gesto del guiño de un ojo.

El marido no la acompañaba, ni tampoco había hecho acto de presencia en el hotel, eso era evidente para el curioso director. Como también era llamativo el continuado hospedaje de la dama que ya alcanzaba un tiempo desacostumbrado; temporalidad tan solo observada en otros pocos clientes habituales del hotel, como por ejemplo: Mr Williams Anthony Rugger de profesión contratista, o el representante de la Liverpool Stare Company Limited, Mr. Harold A. Porter. Parece –sin ánimos de faltar al honor y buen nombre de la dama–, que tal vez estuviese esperando a alguien para emprender un viaje sin billete de retorno; comentaría algún miembro del personal del hotel al paso de esta. Los días pasaban y la cuenta de la distinguida clienta seguía ascendiendo sin que nadie hicieran acto de presencia preguntando por la –para entonces– más antigua clienta del Hotel Anglo Hispano. Para Ceruti, su porte y elegancia le otorgaban el suficiente crédito; pero los días de estancias se habían convertido en semanas.

Aquellos días coincidieron con la apertura de un establecimiento por parte de la familia Casola en la calle Fábrica, poniendo al frente a quién demostraría ser un fiel empleado, llamado Esteban Diosdado Palomo. Los negocios de los Casola –con la gran ayuda de su hijo Adolfo–, iban viento en popa. Lo último consistió en fiar a grandes emprendedores en negocios de pocos riesgos, como por ejemplo, al arrendatario del servicio de Consumos del Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, Ángel Llanos León. El simple arbitrio aplicado a los carros cargados de barriles, aseguraba la ganancia en el negocio. En cuanto al hotel, este iba quedando como una romántica actividad de cuando el matrimonio de don Adolfo y doña Adela eran jóvenes.

De vueltas a la presencia de la enigmática mujer, la situación se volvió insostenible. El hotel tenía sus gastos, la señora en ningún momento había hecho gesto alguno de afrontar la deuda, que para entonces superaba la cifra de 4.000 pesetas, toda una fortuna para la época. Juan Bautista Ceruti con la mayor profesionalidad posible, se plantó ante la elegante dama para hacerla partícipe de la situación. La respuesta de esta fue –como no podía ser menos en una señora–, de aceptación de la realidad. Ambos dialogaron sobre la cuestión, aportando la clienta una posible solución que necesitaría del visto bueno del dueño del hotel el señor Casola.

Uno de los trenes de vapor saliendo de Algeciras. Uno de los trenes de vapor saliendo de Algeciras.

Uno de los trenes de vapor saliendo de Algeciras. / E.S

Una vez que el propietario del Anglo Hispano, dio su beneplácito a la propuesta, la misma quedaría plasmada en un documento en el que se expresaba: “Algeciras a las 14’15 h de la tarde de hoy 30 de Diciembre de 1904 [...], y en el Hotel Anglo Hispano sito en el Sur del Río de la Miel de esta población, presente la Señora Doña Sissi de Maclean, mayor de edad, casada, súbdita británica, residente temporal en esta localidad [...], manifestando que ha estado hospedada en el Hotel Anglo Hispano varias semanas y al liquidar la cuenta con el representante de dicho establecimiento Don Juan Bautista Ceruti, ha resultado adeudarle la suma de 4.789’65 pesetas, importe de las pensiones y otros gastos causados durante su estancia en el Hotel; que careciendo hoy de metálico, ha ofrecido al Señor Ceruti pagarle cuando tenga medios y para garantizarle dicha obligación le ha entregado las alhajas siguientes: Un collar con 91 perlas, otro collar con 90 perlas, una cadena de oro macizo con un guardapelo adornado con turquesas, perlas y brillantes, una pulsera de oro, una cadena fina de oro con dije del mismo metal esmaltado adornado con un brillante y 8 esmeraldas, un anillo con tres brillantes grandes, otro anillo solitario brillante y un anillo con turquesas rodeadas de brillantes pequeños. Cuyas alhajas quedan en poder del Señor Ceruti como garantía del débito á que se ha hecho referencia; haciendo constar así mismo la Señora [...], que si no satisfaciese antes del primero de Enero próximo la suma adeudada al Señor Ceruti, satisfará un interés del 6% anual de la misma. La Señora presenta como testigos de conocimiento a los vecinos de esta ciudad Don Juan Rivas y Gil y Don Eduardo Martínez Herranz”.

La enigmática huésped generó una cuenta de 4.789,65 pesetas, una fortuna en el año 1904

Lady Maclean regresó a Gibraltar. Dos días después y como era de esperar de tan distinguida dama, la deuda fue pagada. Un joven imberbe apuesto y trajeado, claramente enviado por alguien, entregó un sobre sellado dirigido a don Juan Bautista Ceruti. Al mismo tiempo, como acontece entre personas honorables, el fiel director sacó de la caja fuerte del establecimiento un elegante cofre conteniendo las joyas pignoradas y que le fue entregado a quién trajo el sobre sin preguntas u observaciones incomodas. El asunto económico quedaba zanjado y el sobre junto con la nota fueron destruidos. No así el recuerdo en la retina del maduro Ceruti de la elegante dama levitando, más que andar, por los pasillos de “su” hotel en su –al parecer– interminable espera.

El tiempo transcurrió y el cumplidor director seguía saliendo por las mañanas a la terraza para respirar aquel olor a mar, observar a aquellos marineros preparándose para la pesca o disfrutar de aquella maravillosa imagen de la tecnología ferroviaria de comienzos de centuria que tanto le impresionaba. “¿Hasta dónde vamos a llegar en el siglo XX?”, se preguntaba el popular responsable del Hotel Anglo Hispano, al mismo tiempo que seguía admirando la eficacia y eficiencia de aquel viejo zorro escocés afincado en nuestra ciudad. Pocos años después sería reemplazado por Pablo Blanchard otro diligente empleado a las órdenes de la nueva generación de los Casola–Mensayas. Algeciras miraba hacia el futuro y el Hotel Anglo Hispano también.

La serie Historias de Algeciras volverá a Europa Sur en septiembre. 

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