Narcotráfico
Los narcotraficantes recuperan por piezas las lanchas incautadas por la Guardia Civil

José María Bandera, su tiempo, Yazira y Forum2000

Campo chico

La figura de Antonio Sánchez Pecino se agranda en un medio hostil para la gente no cualificada

No podía imaginarse nuestro querido José María que sería guitarrista del Ballet Nacional de España

José María Bandera, acompañando a Sara Baras. / E.S.
Alberto Pérez De Vargas

07 de mayo 2023 - 02:00

José María Bandera Sánchez es un guitarrista algecireño, de esos de los que se sabe sin conocerle y a uno le gustaría conocer de cerca. Iba para ingeniero, incluso llegó a empezar la carrera, pero la dejó en segundo y optó por dedicarse a la guitarra flamenca. Tenía muy a mano a algunos de los mejores guitarristas flamencos de todos los tiempos y el ambiente que envolvía a su familia materna le proporcionaba el mejor de los escenarios para quien desea, como lo deseaba él, ser uno de sus actores. Pepe Bandera, su padre, no estaba por la labor de tener un artista a bote pronto. Es verdad que su mujer, la madre de José María, cantaba como los ángeles, pero no estaba dispuesto a dejarla subirse a un escenario. El caso es que José María, debió encontrarse con dificultades cuando decidió ponerse la guitarra por montera, tenía dieciocho años y ya había aprendido lo necesario para aprender a lo grande.

Por supuesto que en la biografía de José María tiene que ver mucho que su madre María Lucía (o Luzia) fuera hija (la mayor) del matrimonio formado por Luzia Gomes Gonçalves y Antonio Sánchez Pecino.

Que fuera, en fin, nieto de “la portuguesa”, la madre de Paco de Lucía, pero no es eso lo determinante de una personalidad en la que brillantez y sencillez se conjugan para hacerse próximas y proyectarse en todas direcciones. Se es como se es, más allá del genotipo que conforma la herencia biológica. Luego están los factores emergentes, el fenotipo, que termina el diseño de la persona y lo hace único e irrepetible. Esa individualidad es lo que interesa valorar sobre todas las otras cosas.

La Algeciras de los años en los que José María estudiaba en el Instituto pensando en ser ingeniero de sonido, se concentraba los sábados por la tarde y los domingos en los alrededores de la Plaza Alta, en el callejón que daba a la calle Ancha y en el recorrido hasta el Calvario, la gran avenida que transcurría por delante del Parque y llegaba hasta la plaza de toros de la Perseverancia. Hay muy pocos vestigios de una plaza anterior, que casi se reducen a lo que cuentan los más viejos y algunos poetas y soñadores de esos de andar por casa. La Constancia dicen que se llamaba ¡vaya Vd. a saber por qué! Seguramente quería aludirse a la santa paciencia que tenían aquellos pobladores que propiciaron la existencia de la primera Feria Real, la de 1850.

Nadie ha escrito tanto sobre aquella Algeciras romántica, como José Antonio Valdés Escuín, poeta y narrador, pintor, decorador, artista en fin, perteneciente a una familia legendaria, uno de cuyos miembros, abogado, Francisco Javier, fue alcalde de Algeciras sucediendo a Rafael López Correa, que presidió la Corporación a lo largo de casi tres lustros, desde 1956 a 1969. Los alcaldes de entonces debían ser conscientes de su dependencia de los gobernadores, civil y sobre todo militar. El régimen político que nació en 1939, después de una guerra terrible, precedida del caos y seguida de un largo y penoso ajuste de cuentas, era el de una dictadura militar. Nada que ver con tantas y tantas cosas como cuelgan de su capa, ni nada parecido a otras, eso sí, comparables. En la España del siglo XX se vivieron situaciones, algunas de las cuales debiéramos, sin dejar de tenerlas en cuenta, relegar al pasado.

Un alcalde en los años cincuenta y sesenta tenía generalmente, mucho recorrido y mucho que hacer si no se planteaba cuestiones de naturaleza política ni entraba en juicios sobre sus mayores. De hecho, corre por ahí que el general Franco aconsejaba “hacer como él” y “no meterse en política”. Dado que cualquier decisión que atañe a un colectivo, tiene connotaciones políticas, la afirmación suponía una contradicción evidente. Sin duda, el general lo que quería decir es que no había más política que la impuesta por los vencedores. Era una dictadura militar de libro, yo diría que ejemplar, en el sentido de ser un magnífico ejemplo del sistema que supone la salvaguarda de los valores militares.

La comarca dependía del Gobernador Civil de la provincia, pero la máxima autoridad la ostentaba el Gobernador Militar del Campo de Gibraltar. Esa es la clave para hurgar en las peculiaridades del territorio, en el que se recita mucho el “sí pero no” y el “depende” al más puro estilo gallego. La comarca era sólo en parte, parte de la provincia. Zona militar en su conjunto, esta circunstancia ha supuesto una mejor conservación del paisaje y un más equilibrado concierto entre el mar y la tierra, entre la playa y el campo o la montaña. Y al mismo tiempo ha compactado los intercambios sociales y las relaciones interurbanas, dando al territorio un carácter de megápolis desligada de hecho, aunque no de derecho, de dependencias o derivaciones provinciales. La existencia de subdelegaciones de la Junta y del Gobierno de España, es única en el Estado y tiene mucho que ver con derivaciones de las antiguas estructuras territoriales.

La duración de los alcaldes de cualquiera de nuestras ciudades y, en particular, de Algeciras, dependía en gran parte y más allá de la gestión llevada a cabo, de su capacidad de comprensión de su papel en el contexto político del momento. En 1936 y hasta el 18 de julio, fecha del levantamiento cívico-militar que provocó la guerra, hubo tres alcaldes, los tres del Frente Popular, una coalición de corpúsculos y partidos políticos de izquierda muy parecida a la actual. Ocupada la provincia por las tropas sublevadas, el nuevo gobernador civil de Cádiz, Ramón de Carranza y Fernández Reguera, nombró alcalde de Algeciras a José Sotomayor Patiño y, en poco tiempo, lo sustituyó por Miguel Cardona Juliá, ambos de familias destacadas y muy conocidas de la ciudad. Hasta 1940, ya terminada la guerra, no se consolida la figura del primer edil de la ciudad, en la persona del celebrado fotógrafo José Gázquez Morales, padre del gran profesional y atleta, subcampeón de España de salto de longitud, cuyo nombre ha sido perpetuado en el de un parque en la zona deportiva de la carretera del Rinconcillo.

Ramón de Carranza fue un hombre de extraordinaria importancia en la sociedad gaditana. Gallego de nacimiento, de El Ferrol, marino, participó en la guerra de Cuba y fue honrado con la Cruz Laureada de San Fernando. Pasó a la situación de retiro siendo contralmirante de la Armada y lo fue todo en la capital, como luego lo sería su hijo. Alcalde en 1927 y hasta 1931 y primer gobernador civil de la provincia en el régimen nacido el 18 de julio de 1936. Moriría en 1937, dejando un recuerdo imborrable que se personificaría en su hijo, José León de Carranza Gómez, alcalde de la capital entre 1948 y 1969. Ramón, su padre, estuvo muy vinculado a Algeciras, por cuya circunscripción fu diputado nacional en 1903.

Las fotografías antiguas de la Plaza Alta sobre el fondo norte, muestran un caserón de madera sobre la azotea del edifico de la esquina izquierda del acceso a la calle Convento. En ese edificio nació el poeta y erudito algecireño, creador del prestigioso Premio Adonais de poesía y cofundador de la revista Ínsula, José Luis Cano; no en la calle Ancha como erróneamente se cree. La entrada a la casa estaba por la calle Convento, pero el piso tenía los balcones hacia la plaza. En los bajos, en los años cincuenta, estuvo la confitería Miranda, una de las más populares de la ciudad. El alcalde José Gázquez tuvo allí su estudio durante muchos años. La esquina de la derecha estuvo siempre ocupada por el Casino si bien en ella se ubicó La Plata, una cafetería que de hecho funcionaba como si fuera la de la entidad. Nicolás era su animador, un gran barman, elegante y cordial, muy de la excelente escuela de hostelería que fue el Hotel Cristina de Mr. Lieb, cuya calidad irradiaba a toda la ciudad. Esa bocana de la calle Convento era muy popular. Un guardia municipal dirigía en su centro, la circulación y era una estampa de la Navidad verle rodeado de regalos cuando llegaba la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret.

José Gázquez fue alcalde en los primeros años de la posguerra. Se le puede recordar por muchos motivos, pero yo prefiero hacerlo destacando su empeño logrado en la construcción del Instituto Nacional de Enseñanza Media (hoy Kursaal), una institución que los algecireños que disfrutamos de él, llevamos en el corazón. Los alcaldes que sucedieron a Gázquez siguieron su labor en la consolidación de la sociedad algecireña que no alcanzaría hasta los años sesenta un nivel de vida homologable al de otros lugares de España. Manuel Baleriola Soler, el alcalde que sucedió a Gázquez, en 1946, no se mantuvo mucho tiempo al frente de la Corporación algecireña, poco más de un año. Dimitió y marchó pronto a Sevilla, de donde era su mujer, Isabel, ligada a una extensa familia de la burguesía de la capital hispalense con nombres de gran relevancia.

Un descendiente del matrimonio se casaría con una Salvo, de la conocida familia algecireña en cuyo seno nació la Escuela de Artes. De esta unión nacería una mujer cuya trayectoria vital, breve, murió joven, fue importante. Me refiero a Rosa Baleriola Salvo, una de las pioneras en la presencia activa de la mujer en estancias hasta entonces reservadas a hombres. Fue la primera mujer que formó parte de la Directiva del Real Betis, en 1988, a los treinta y cuatro años. Militante del PSOE con apenas veintiuno, en 1975, Rosa fue un elemento clave en la organización del socialismo andaluz. Muy ligada al presidente Rodríguez de la Borbolla, junto a quien fue jefa de Gabinete, desempeñó además el cargo de directora general de Relaciones con el Parlamento Andaluz del Gobierno de la Junta y fue concejala del ayuntamiento sevillano entre 1995 y 1999. Murió poco antes de cumplir los cincuenta años, en 2004.

Desde aquel 23 de diciembre, víspera de la Nochebuena, de 1947, en que tomó posesión de la Alcaldía, Ángel Silva Cernuda, los sucesivos alcaldes debieron enfrentarse con un crecimiento desmesurado e incontrolable. La extinción del protectorado de España en Marruecos, en la segunda mitad de los años cincuenta, provocó la inmersión masiva de una población de clase media en una ciudad que sobrevivía gracias a los servicios, al turismo de paso, a la pesca y a la industria del corcho, amén de las actividades ligadas al estraperlo que atenuaban la considerable brecha social existente.

Ángel Silva, a la izquierda, en la Ballenera de Algeciras hacia 1950.

La figura de Antonio Sánchez Pecino se agranda en un medio hostil para la gente no cualificada, que debía trampear con toda clase de recursos para salir adelante. Mientras vendía verduras en la Plaza o comerciaba con telas, iba haciéndose con la guitarra, el instrumento que no sólo se constituiría en su sustento, sino que además le daría la oportunidad de dar cancha a sus hijos y a su nieto José María, que ya fue uno de los que llevó el féretro de su abuela. No podía imaginarse nuestro querido José María que no sólo tocaría al lado de sus tíos Ramón y Paco, sino que también sería guitarrista del Ballet Nacional de España y músico de élite en la compañía de Sara Baras, entre otros muchos prestigiosos destinos, recorriendo las salas más celebradas del panorama musical del mundo. Nuestro grupo madrileño, Yazira, lo tiene incorporado, y hace unos días ha aceptado la invitación de Forum2000, para participar en un encuentro en el que él ha sido el protagonista. Yazira es cosa nuestra, de la gente que tenemos a Algeciras como nexo permanente de unión y de comunicación. Forum2000 es otra cosa, cálida también pero no tan propia como aquella. Es un foro con sede en el Hotel Wellington Madrid, que los últimos viernes de cada mes se reúne e invita a participar en la comida y en la sobremesa a un personaje que merece ser escuchado y con el que conversar de su vida y de su obra. Está formado por personalidades de gran relevancia, expertas en unas cuantas cosas y capaces de hablar de cualquiera otra. Así que me serví de mi paisanaje para pedir a José María que nos hiciera el honor de compartir mesa y mantel con nosotros. Y así lo hizo, y quedó la mar de bien.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último