Historias de Algeciras

La importancia de una llave

  • Un curioso incidente llevó al prestigioso Domingo Vázquez Lerdo de Tejada y a su hermano Eduardo a afianzar posiciones dentro de la logia algecireña

Vista de la Algeciras de la época.

Vista de la Algeciras de la época.

El desencuentro en la reunión anterior tuvo que ser mayúsculo. Había que restablecer el orden en el grupo y el máximo responsable del mismo no iba a dudar ni un momento en tomar las medidas oportunas. Domingo Vázquez era un hombre resolutivo con grandes responsabilidades y profundas convicciones sobre la realidad de la sociedad de su tiempo, lo cual le empujó a implicarse en el tejido mundano que le tocó en suerte.

Domingo Vázquez Lerdo de Tejada era un hombre intelectual, maestro de profesión en aquella Algeciras, y dirigía con gran prestigio su reconocida academia en el número 5 de la calle Correo Viejo. También había ejercido como procurador en San Roque, desde donde asumió la representación de importantes personajes de la zona, como por ejemplo Carolina Larios Fashara, quien a la muerte de su hermano Ricardo puso toda su confianza en Domingo Vázquez –y otros personajes de la vida judicial sanroqueña– para defender sus derechos hereditarios.

En aquel comienzo de la última década del siglo XIX, Carolina Larios había quedado viuda tras el óbito de su esposo Fernando Schott, y como única responsable de su discapacitado hijo Arturo Schott, encontrando por tanto en Domingo Vázquez –entre otros– una figura donde apoyarse para afrontar el difícil futuro para una mujer sin marido – y además a cargo de su hijo con características especiales– en aquella compleja sociedad decimonónica. Pocos años después, Domingo Vázquez establecería su despacho en nuestra ciudad y, dada su buena reputación profesional, asumiría la representación de importantes figuras físicas o jurídicas, destacando entre las primeras al industrial José Soto, y entre las segundas, a la prestigiosa firma Hijos de Francisco Forgas. Y todo ello sin dejar de lado su faceta docente.

A comienzos de aquella última década de la funesta centuria para los intereses de España que estaba a punto de concluir, Domingo Vázquez contó con la confianza para liderar un grupo –de carácter filantrópico y de filosofía racionalista– de importantes figuras representativas de la sociedad algecireña y del resto del Campo de Gibraltar, como por ejemplo Juan Furest Pons, copropietario –junto a su socio Carlos Plá– de una gran huerta y de una fábrica de tapones en el sitio conocido de Varela, junto a la popular calle Alameda.

El del también importante taponero Pedro Matas Picaperas, quien estaba casado con Baltasara Panero; así como del maestro albañil Fernando Pacheco Camacho, quien tenía su domicilio en el número 41 de la calle de Las Huertas; o Antonio Pacheco Aragón, sobrino por parte de madre de José Aragón, quien fuera en el pasado importante propietario de la huerta sita junto al arroyo del Lobo, y conocida por todos por el apellido familiar. Formando también parte de aquel grupo, los vecinos de la citada huerta de Aragón Antonio Pedrajas y Cándido Vázquez Martínez, éste último protagonista de cierto e importante “desencuentro” en el hermanado grupo que será comentado más adelante.

Contaba también Domingo en su particular liderazgo con el apoyo de su hermano Eduardo, procurador como él, quien gozaba de un gran crédito social en nuestra ciudad; prestigio que se ganó al representar judicialmente, entre otros, al director del Hospital de la Caridad, Ventura Morón, o al popular industrial Nicolás Marset Nogueroles. En el caso concreto del último, cuando representó al copropietario de La Madrileña en la subasta del servicio de correos y transporte de correspondencia que se celebró en la capital de la provincia a comienzos de la década de los noventa. Eduardo Vázquez Lerdo de Tejada triunfó económicamente cuando en aplicación de la R. O. de 7 de mayo de 1890 arrendó su gran casa, sita en Palmones, a la institución de Aduanas del Estado. Para lo cual, según la documentación consultada: “La Dirección General de Contribuciones Indirectas trasladó el Administrador principal de Aduanas de esta provincia la Real Orden comunicada por el Ministerio de Hacienda en 20 de Febrero, aprobando el expediente instruido para dicho arrendamiento […], la duración será de 6 años prorrogables […], el precio del arriendo será el de 360 pesetas anuales […] representando a la administración aduanera [...] José Del Rey Balugera, fiel de Aduana en Palmones, donde tiene su domicilio”. Domingo, sin duda, estaba sobradamente respaldado por su hermano Eduardo.

Y así, con aquellos importantes apoyos Domingo Vázquez se puso a la tarea de solucionar el “desencuentro” aludido anteriormente y que había “desordenado” al grupo. Siendo hombre resolutivo y a pesar del intenso calor: “A las 14 horas del mediodía –según se recoge documentalmente– de aquel 7 de Agosto de la recién comenzada última década del siglo XIX, Domingo Vázquez Lerdo de Tejada como presidente de la sociedad logia “Algeciras”, con domicilio en los números 5 y 10 de la calle Correo Viejo, acompañado, entre otros: “Por el sargento de los Municipales con una pareja de este Cuerpo y Don Juan Vázquez Millán, individuo de aquella Sociedad, y desempeñando en el acto las funciones Secretario interino de la misma […] Y estando todos en el zaguán o portal y subiendo dos tramos de escalera que hay sobre la izquierda, encontramos una puerta al parecer cerrada con llave, sin que ésta estuviera en la cerradura, y dando el Sr. Vázquez varios golpes con la mano nadie contestó y miramos por la cerradura, tampoco se vio hubiera en la habitación persona alguna, dando orden al sargento antes dicho para que mandara colocar uno de los agentes que acompañaban para que no dejara entrar ni salir en dicha habitación á nadie absolutamente como así se verificó”. Llegados a estas primeras líneas del documento, el mismo no especifica si la presencia de los agentes de la autoridad estaba respaldada por una orden judicial o bien con la preceptiva autorización de la Alcaldía, dada la vinculación del presidente de la logia “Algeciras” con el cabildo local dada su condición de munícipe.

Extracto documental del incidente en la logia algecireña. Extracto documental del incidente en la logia algecireña.

Extracto documental del incidente en la logia algecireña.

Prosiguiendo el texto consultado: “Enseguida, bajando los dos tramos de escalera atravesamos el patio-jardín de la indicada casa y subimos por una escalera que dan acceso á otra habitación y que dijeron se comunicaba con la otra antes citada, cuya puerta se encontró asimismo cerrada por dentro, pues al exterior no se vé cerradura, y dando varios golpes en ella con la mano el mismo Sr. Vázquez, nadie contestó tampoco ni se notó ruido ni señales que indicaran hubiera alguien dentro”.

Se ha de suponer que todo aquel ajetreo de presencia policial e ir y venir de gentes no pasaría desapercibido para los vecinos de la céntrica y popular calle Correo Viejo, por lo que vecinos como Juan Delicado y su esposa en segundas nupcias Rafaela Gómez –primeramente estuvo casado con Juana Santos, con quien tuvo dos hijos: José y Joaquín– estarían sorprendidos ante aquel pequeño revuelo al mediodía de aquel caluroso agosto algecireño. De igual modo, la sorpresa también alcanzaría al importante industrial y propietario Claudio Baglietto y a su esposa Lucrecia Muñoz, ambos domiciliados en el número 2 de la citada calle. O qué decir de los parroquianos que a hora tan propicia –recordemos dos de la tarde– se encontraban tomándose el popular culito o chato de vino en el conocido establecimiento de bebidas de Enrique Izquiano, situado en la nombrada calle haciendo esquina a la calle Torrecilla o Prim.

Personalidades de la sociedad comarcal formaron parte de este grupo filantrópico

Algún que otro vecino o parroquiano de los señalados, testigo presencial: ya sea tras la ventana, cortina o apoyado –vaso en mano– en el quicio de la taberna, bien pudo no caerle de sorpresa aquel revuelo, pues el rutinario movimiento de aquellos señores en aquella casa no pasaría desapercibido. Algunos, los más leídos, bien pudieron parafrasear a un personaje de la célebre obra de Galdós, titulada Ángel Guerra, quien se expresaba en los siguientes términos pertinentes a la situación: “Y dicen que son de esos que son más herejes que Calvino, de los que quieren traernos más libertad, más pueblo soberano y más himno de Riego”. Mientras que los que carecían del don de la lectura –por propia culpa o ajena– se quedarían con el escueto pensamiento... “¡Qué aburridos están los señoritos!”.

Prosiguiendo la razón documental: “Hecho lo cual el repetido Sr. Vásquez dio igual orden al sargento para que dejara allí al otro agente con la misma consigna como lo hizo. Inmediatamente ordenó también al Secretario interino actuante, ante expresado, citara a los señores socios para Junta general y hora de las 6 de esta tarde quedando así en hacerlo”. Es decir, si bien no se pudo acceder al interior del habitáculo, con la presencia policial se impediría hasta la resolución del asunto el acceso durante las cuatro horas que faltaban para la celebración de la Junta General de la sociedad.

En aquel día de primeros de agosto, día de San Cayetano, sin duda caluroso, durante aquellas cuatro horas de espera, los agentes municipales vigilantes serían victimas del tedio y la somnolencia resultante de aquellas horas más apropiadas para la siesta que para el servicio; pero el deber es el deber. Aquellos servidores del orden público bien pudieron ser, entre otros, por ejemplo: Ricardo Madera, quien años después se convertiría en Jefe del Cuerpo al conseguir los galones de sargento; o tal vez, el vecino del número 60 de la calle Gloria, Juan Espinosa, quien accedió al uniforme de la Guardia Municipal algecireña tras su paso por la guerra de Ultramar estando destinado en el Batallón denominado Cazadores de Puerto Rico. Fueran o no estos servidores municipales los que en tan intempestiva hora hicieran aquella vigilancia, lo cierto fue que llegada la hora fijada de las 6 de la tarde la misión se dio por terminada. Cumplimiento que bien pudo ser acompañado por la castrense y popular expresión: “Sin novedad”, con la que cierto general, varias décadas después, en pleno siglo XX, y durante la guerra incivil acompañaría con la también expresión: “¡Benditas palabras!”.

Y llegada la hora, se dieron cita en la puerta de la logia todos los convocados para la citada Junta, recogiéndose documentalmente la siguiente circunstancia: “Siendo las seis de la tarde del propio día […] hallándose en el portal interior de la misma los señores: Don Juan Furest y Pons, Don Pedro Matas Picaperas, Don Eduardo Vázquez Lerdo de Tejada, Don Fernando Pacheco y Camacho, Don Francisco Mena y Marquez, Don Juan Vázquez y Millán, Don Antonio Pacheco y Aragón, Don Antonio Pedrajas y Castillo, Don Domingo Vázquez y Lerdo de Tejada, individuos de la indicada sociedad y reunidos en virtud de la citación que se les ha hecho para celebrar la Junta en el local destinado al efecto, al cual no han podido entrar por no haber concurrido el Secretario Don Cándido Vázquez, ni mandado la llave para abrirlo, por lo que los señores anteriormente expresados acordaron por unanimidad autorizar al presidente Don Domingo Vázquez y Lerdo de Tejada”.

El documento no especifica si la tal autorización era para comenzar en el propio portal la reseñada Junta, o para simplemente echar la puerta abajo y llevarla a cabo dentro del recinto de la logia. En ese debate estaban los presentes cuando: “Y en este acto comparece Don Cándido Vázquez y Martínez, y requerido por Don Juan Furest y Pons, para que hiciera entrega de la llave antes citada, le hizo entrega de ella inmediatamente, y en seguida, abriendo el local […] y constituida en Junta, bajo la presidencia de Don Juan Furest, acordaron destituir del empleo de Secretario á Don Cándido Vázquez Martínez (paradojas del destino, precisamente el día de San Cayetano patrón de los desempleados), nombrando en su lugar a Don Eduardo Vázquez y Lerdo de Tejada, en cuyo poder queda la llave del local”.

Por fin se restableció el orden de la logia “Algecireña”, y por fin pudieron sus miembros entrar en la sede para celebrar sus periódicas reuniones. Siendo confiada la llave de acceso al nuevo secretario –y hermano del Presidente– Eduardo Vázquez, quien, cuando sus múltiples responsabilidades se lo permitían –incluida la de ser depositario de tan importante artilugio–, contactaba con el súbdito marroquí Hach Messos Ben-Alí, vecino y comerciante de Mazagán, para realizar negocios de productos nacionales y extranjeros “donde y a quien convenga”, pues así era su particular filosofía empresarial.

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