Algeciras

El Cuartel de Transeúntes de Algeciras, el remedio demolido

  • El Ejército mantuvo durante décadas en Algeciras un lugar con prestaciones similares a las que ahora se reclaman para personas sin hogar

Cuartel de Transeúntes de Algeciras, con dos Seat Panda aparcados en la puerta

Cuartel de Transeúntes de Algeciras, con dos Seat Panda aparcados en la puerta / E.S

La muerte de una persona en la calle hace días en Algeciras reavivó en esta ciudad el debate sobre la necesidad de un albergue de transeúntes. El alcalde de la localidad, José Ignacio Landaluce, reaccionó horas después de ese luctuoso suceso anunciando un centro de atención para personas sin hogar. El munícipe precisó que se tratará de un lugar en el que pasar las horas de más frío en invierno, que se pagará con fondos europeos y que estaría en el entorno de la Plaza de Abastos (que el Ayuntamiento llama el barrio de La Caridad en los últimos años). La palabra transeúnte, no obstante, tiene en Algeciras un referente claro en el imaginario colectivo para quienes son más que cuarentones: el Cuartel de Transeúntes

Era una instalación militar que el Ejército mantuvo abierta durante décadas junto a la estación de autobuses de San Bernardo. Y en una calle a la que los algecireños, acostumbrados, no le damos la relevancia que le otorga ser el nudo de conexión de transportes (bus, barco y tren) entre Europa y África. No muy lejos, a espaldas del Parque Smith, la Cruz Blanca dispone de una residencia para personas sin hogar en esta ciudad. Y tiene 17 plazas, que siempre están completas. Aquel cuartel de transeúntes contaba con más del cuádruple, 90.

Los problemas que conlleva quedarse a la intemperie por perder un tren o un barco, entre otros contratiempos, los tuvo el Ejército perfectamente resueltos para sus integrantes durante muchas décadas. Pero Algeciras fue progresivamente desmilitarizada. Y aquel cuartel, lejos sus instalaciones de ser traspasadas al ámbito civil para una tarea similar a la que ejercía y con la que ahora podría cumplir, cerró sus puertas. Poco después fue demolido. 

El cuartel de transeúntes era un lugar peculiar. Esas noventa plazas que tenía se correspondían con la capacidad para alojar a una compañía entera. Constaba de una nave con las literas, una oficina que ocupaban un sargento y un cabo de la Legión Española y un comedor para cuando la estancia de los alojados se prolongaba porque un temporal impidiese cruzar el Estrecho o cualquier otra circunstancia. Funcionaba en todas direcciones. Quienes llegaban a Algeciras desde Ceuta u otro destino y ya no podían embarcar o subir al tren expreso también podían pernoctar en él. 

El sargento al mando tenía dos misiones: gestionar el cuartel y, además, intentar captar a soldados de otras armas (Regulares, Infantería o Artillería, entre otros) para que se alistasen en la Legión. Esta última faceta  -de un militar que tenía especial habilidad para ello- es menos conocida para los algecireños que no han tenido relación con el Ejército. Pero así era. El sargento, que pertenecía al banderín de enganche (encargado de estas labores), entrevistaba a los candidatos y trataba de reclutarlos para el Tercio Duque de Alba, con sede en la ciudad norteafricana. 

Los regimientos con mayor peso en la ciudad, el Extremadura 15 (Infantería), cuyo acuartelamiento estaba justo encima del actual yacimiento de las murallas meriníes, y el de Artillería de Costa del Estrecho (Racta 5), frente al parque María Cristina en la avenida Capitán Ontañón, se turnaban tanto en la responsabilidad sobre el cuartel de Transeúntes en coordinación con ese sargento como en suministrarle desde sus respectivas cocinas la comida, que era transportada en vehículos militares a esa otra punta de aquella Algeciras

En resumen: el Ejército tenía estas contingencias previstas y organizadas. Ninguna de las corporaciones municipales algecireñas ha sido capaz, en cambio, de preparar un emplazamiento, siquiera, con prestaciones parecidas para que, quienes no tienen un techo bajo el que guarecerse, dispongan de una cama en la que descansar un tiempo y algo caliente que echarse al estómago. 

Las coincidencias de la historia cierran ahora un círculo. A pocos metros de donde estaba aquel cuartel fue encontrada muerta y en la calle una persona para la que ya no hay futuro. 

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