Campo Chico

Ignacio y el primo Blas

  • Junto al Término había una explanada que precedía a unas viviendas en una de las cuales vivió la familia de Ignacio

  • Su hermano Alberto sería el padre del conocido pintor "Vargas", uno de nuestros grandes artistas

La Africana, hacia 1930, con Isabelita Luque en la caja.

La Africana, hacia 1930, con Isabelita Luque en la caja.

Mario Acevedo tuvo el privilegio de mantener una rica amistad tanto con Juanito Márquez como con el gran pintor Felipe Gayubo, siendo empero mucho más joven que ellos. Mario ha tenido la gentileza de sugerirme una precisión respecto a nuestro común amigo Juan. Y eso me ha hecho recordar una anécdota que puede hacernos pensar en tanto como hemos dado de sí los que compartimos, de un modo u otro, nuestra pertenencia a Algeciras. También otro de nuestros más ilustres paisanos, Antonio González Clavijo, ha insistido en esa precisión. Antonio ya está jubilado de su destino como alto funcionario (jefe de servicio) del Ministerio de Economía, en el que durante muchos años ha servido como especialista en competitividad, ámbito en el que ha publicado algunos trabajos de importancia. Su familia –González Troyano− es una de esas sagas emprendedoras que, como los De Las Rivas, los Ortega, los Patricio o los Acevedo, entre otras, han generado riqueza y prosperidad en nuestra ciudad. Como Mario, Antonio pertenece a una generación más joven que no ha dejado de estar vinculada a la nuestra, la inmediatamente anterior, la del cronista Luis Alberto del Castillo, nuestro referente principal, santo y seña.

Los tres éramos de Algeciras

Es cierto que tiene su importancia, como es el caso, citar el nombre de la empresa en la que trabajaba Márquez. Se trataba de Robertson, una prestigiosa multinacional dedicada fundamentalmente a la fabricación de paneles para la industria y la construcción. El despacho de Antonio en el Ministerio de Economía estaba al otro lado de la Castellana, en la Plaza de Cuzco, respecto al de Juan. Fue en la época en que éste gestionó personalmente el revestimiento de la Torre Picasso, un monumental y carismático edifico de 43 plantas y 157 metros de altura, situado en el complejo Azca, muy cerca del estadio Santiago Bernabéu. Un éxito comercial que no sólo mejoró la valoración que la compañía Robertson tenía de nuestro paisano sino que, como premio, le regaló un viaje a Japón corriendo con todos los gastos. No mucho después, de ahí la anécdota a la que me refería al principio, llegué yo a un acuerdo con la empresa que crearía una de las primeras universidades privadas. Me convertí en Director del Centro Europeo de Estudios Superiores (CEES), una institución tutelada por la Universidad Complutense que progresaría hasta convertirse en la Universidad Europea de Madrid. Ello me permitió facilitar el acceso a la Universidad a numerosos estudiantes de la comarca que encontraron alguna dificultad, por las limitaciones de plazas de entonces, para seguir una carrera superior. Juan Guerrero, cuyo historial laboral en hostelería, era impecable, se hizo cargo del servicio de restauración y bares del CEES y allí empezó una brillante carrera como cocinero, su hijo Francisco, que terminaría por ser jefe de cocina en el Corte Inglés. Sin que yo tuviera que ver en ello, un día me encontré en el hall con Juan Márquez, estaba allí porque Robertson había sido contratada para la colocación de una serie de paneles en el edificio central del CEES. Hubo un momento en que, además de un buen número de alumnos, tres personajes con gran responsabilidad en aquella incipiente universidad éramos de Algeciras.

Los mañaneos algecireños

Me recordaba Antonio la asistencia frecuente de Juanito Márquez a una de las tertulias del Café Comercial, de la que aquel era también asiduo. El famoso y conocido establecimiento está en el tramo que une Fuencarral con Sagasta, en la madrileña Glorieta de Bilbao y a un paso del popular barrio de Malasaña. Ante él hay un quiosco de periódicos que vende de casi todo. La zona es una de las de más variopinto paisanaje y concentraba en su día una numerosa oferta de cines y de lugares de tapeo. Hace unos años que los propietarios decidieron cerrar y los escaparates y accesos se llenaron de mensajes nostálgicos. Hoy vuelve a estar abierto, pero ya tiene otra dimensión y es otra cosa. En el Comercial de antes, al atardecer abundaban las tertulias de todo tipo y condición. Fui por allí bastantes veces, pero yo era más del Café Gijón donde me reunía con escritores y gente de teatro sobre todo. Juan Márquez, no era un hombre de formación académica y, como ya escribí, estuvo a punto de hacer una carrera brillante en el fútbol, eso hacía más sorprendente la riqueza de su conversación y su actitud de permanente atención e interés por todo lo que podía aportarle conocimientos y experiencias intelectuales. Cuando ya jubilado se volvió a Algeciras, acabó por ser uno de los principales animadores de las interesantes tertulias que se organizaban en El Libro Técnico, el refugio del inolvidable anarcolibrero, Carlos Prieto, que vino desde su Linares natal a hacer la mili y se quedó en Algeciras −en la calle Convento, por más señas− para siempre. Allí ha quedado también su espíritu y se le intuye aunque ya no pueda vérsele. Carlos era un entusiasta del nervio de Algeciras, del dinamismo callejero, de lo que Marisa Mínguez, la secretaria por excelencia de la Dirección de Relaciones Institucionales de la cadena SER, llama los mañaneos algecireños.

La calle de la Aduana y la Banda del Río

En la noche del Eurobuilding, Juan Márquez nos descubrió la existencia en Madrid de un bar que se llamaba Mesón Algeciras y cuando se refirió a Juan Guerrero, su creador, fue Santiago Sarmiento el que antes identificó al que fue nuestro compañero cuando empezábamos en el Instituto. Guerrero abandonaría los estudios a los trece o catorce años, nada más empezar tercero. Había nacido en la calle de la Aduana (José Santacana), en un patio de vecinos pegado al formidable edificio de los González Gaggero, que fue hotel, aduana y juzgado y es también llamado de la Transmediterránea. El fantástico inmueble, uno de los escasos ejemplos de arquitectura modernista que hay en Andalucía, presidía majestuosamente el último tramo de la margen izquierda del Río La Miel, dejando el de la derecha, la llamada Banda del Río, al Hotel Termino y al Hotel Anglo-Hispano, éste último convertido hoy en Consulado de Marruecos. Junto al Término había una explanada que precedía a unas viviendas de planta de calle en una de las cuales vivió la familia de Ignacio Pérez de Vargas Mena, el del Bar Los Rosales, cuando llegaron a Algeciras procedentes de Casares. Ignacio había nacido, como su primo hermano Blas Infante Pérez de Vargas en el número 51 de la calle Carreras, ambos bajo el amparo del patriarca Ignacio, que llegó a Casares como administrador de la Casa Ducal de Osuna, procedente de Buitrago de Lozoya, al norte de Madrid y en la ladera de la sierra de Guadarrama. Ignacio, en su destino, conoció a una casareña llamada María Nicolasa Romo Vera y pronto fue, por muchos años, alcalde de la ciudad. El matrimonio tuvo diez hijos, varios de los cuales recalaron con sus familias en Algeciras, en la segunda década del siglo XX. Ginesa, la segunda casó con un joven, Luis Infante Andrade, que había accedido a la plaza de secretario del juzgado de Casares. El día 5 de julio de 1885, Ginesa daría luz en esa casa al que sería unas décadas después, el ideólogo por excelencia del andalucismo político. Precisamente fue Blas el que inscribiría a su primo Ignacio en el Registro; Ignacio nació alguno de los últimos días de julio de 1905, pero fue inscrito el 31, día de San Ignacio, pues el nombre de este santo navarro ya era el de no pocos miembros de la familia, entre ellos el del patriarca. Hacía poco que Infante había cumplido veinte años y, estudiante de Derecho, ya se preparaba para opositar a notaría mientras echaba una mano como escribano en el juzgado. La familia de Blas sufría, como tantas otras, las consecuencias de las crisis derivadas del mal estado de España en los últimos años del siglo XIX.

Ignacio, de La Corchera a Los Rosales

Alberto Pérez de Vargas Romo, era el menor de los hermanos de Ginesa. Se había casado con una casareña de buen ver, Isabel Mena, y con la ayuda de su padre, montó una fábrica de luz del mismo tipo que la que crearon los Patricio en Algeciras. La fábrica de los Pérez de Vargas proporcionó energía a Casares y a una buena parte de los asentamientos urbanos de la baja serranía de Ronda. Pero, Alberto era más bien gastoso y aquello no marchaba como debía. Cayó enfermo y su hijo mayor, Ignacio, tuvo que tirar de toda la familia –eran siete hermanos− y aceptar el puesto que se le ofrecía, de gerente, en La Corchera Española. Gracias al gran Héctor Pelegrín, por el que Ignacio siempre guardó un entrañable afecto, consiguió un cómodo puesto para su padre en Consumo y después de unos años apostó por independizarse en la hostelería, oficio en el que no tenía ni precedentes familiares ni experiencia alguna. Abrió un pequeño bar en la Plaza, en el muy comercial recodo entre la embocadura de las calles Sacramento y Tarifa, en el mismo edificio en el que nacieron los Rovira. Pero pronto se trasladaría a La Marina. Cuando se casó, en 1936, con Isabelita Luque, que era cajera de La Africana aunque había estudiado Enfermería, se fueron a vivir al número 10 de la calle Real y poco después abriría Los Rosales. Su familia siguió en la Banda del Río. Su hermano Alberto, que murió muy joven, sería el padre del conocido pintor José Antonio Pérez de Vargas Saldaña, que firma habitualmente como "Vargas" y es uno de nuestros grandes artistas. No pocas veces me lo encuentro con su cuidado aspecto de siempre, precisamente en la calle Mayor, en los aledaños de la Puerta del Sol, donde estaba el restaurante de autoservicio Blanco y Negro, que tanto gustaba a Sarmiento.

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