Campo Chico

Amanecer a un tiempo nuevo

  • No faltaron reacciones en Algeciras y en otros lugares contra una bandera, que debiera haber sido conocida

  • La Arbonaida (de la patria chica) fue adoptada como bandera de la Andalucía que se pretendía autonómica, en 1918

Largo Caballero, Besteiro y Saborit en el Penal de Cartagena (1917).

Largo Caballero, Besteiro y Saborit en el Penal de Cartagena (1917).

Una Corporación como la que se constituyó en Algeciras el 19 de abril de 1979, a resultas de las elecciones municipales del día 3, habría dejado estupefactos a los gobernadores civiles y militares de los años anteriores a la llegada de la democracia. Sin embargo no era para tanto. Aquellos que formaban la lista que había ganado, eran gente conocida y estimada; no cabían supuestos, por imaginativos que fueran. El Partido Comunista de España (PCE) ya no daba miedo. Hacía casi exactamente dos años de su legalización, fue el día 9 de abril de 1977, sábado santo, y habían pasado muchas cosas en la buena marcha de los acontecimientos. El día 15 de junio siguiente, se celebraron las primeras elecciones generales libres después de un largo período de casi cuarenta años. Poco antes de ese miércoles de junio de aquel año esperanzador de 1977, el también miércoles 25 de mayo, el PCE adoptaría –en su primera comparecencia pública– a instancias de su secretario general, Santiago Carrillo Solares, la iconografía más representativa del tiempo nuevo, la bandera roja y gualda de toda la vida, incluso de la Primera República (febrero de 1873 a octubre de 1874), y la Monarquía constitucional en la figura del Rey Juan Carlos I.

Carrillo, Saborit y algunos más

Santiago Carrillo diría, en aquellas fechas, lo siguiente: "La opción hoy no está entre monarquía o república, sino entre dictadura o democracia". Pilar Brabo Castells, compañera mía de Facultad y una de las figuras más importantes de la activa militancia comunista en los años sesenta y primeros setenta, escribiría: "El Partido ha contribuido con una aportación decisiva a lo que yo llamaría la transformación de la reforma, tal y como fue concebida por Suárez, en un proceso viable hacia la democracia". En las elecciones generales, el PCE obtuvo 20 escaños en el Congreso de los Diputados, con un respaldo de más de un millón setecientos mil votos, algo más del 9% de los emitidos. No mucho para lo que cabía esperar de la opción en torno a la cual se organizó toda la oposición clandestina al régimen presidido por el general Franco, en la cual el PSOE no era mucho más que un cartel testimonial del pasado.

Conocí personalmente en Ginebra –en los primeros años setenta, cuando yo trabajaba en el Instituto de Matemáticas de aquella Universidad– a Andrés Saborit Colomer, no mucho después de que presidiera, en agosto (del 13 al 16) de 1970, en Toulouse (Francia), el XXIV Congreso del PSOE, el undécimo en el exilio. En ese congreso saldría elegido secretario general, el histórico Rodolfo Llopis Ferrándiz. Exactamente dos años después, en el XXV Congreso y en la misma ciudad, irrumpiría la figura de Felipe González Márquez cuya elección como secretario general provocaría la escisión del partido en dos formaciones, el Partido de Acción Socialista (PASOC), en torno a Llopis, y el PSOE –llamado del interior– en torno a González. Un resultado que estuvo muy bien visto por los avezados del antiguo régimen, que sentían la llegada inminente del nuevo y tenían mucho interés en que se ofreciera una alterativa al PCE, a los votantes de izquierdas.

Saborit fue una importantísima figura del PSOE durante la Segunda República y en el exilio. Secretario General del Partido y Vicepresidente de la UGT, durante la etapa republicana desempeñó cargos tan relevantes como la Dirección General de Aduanas y la presidencia del Banco de Crédito Industrial. Fue un hombre de bien y de paz que no pudo evitar el radicalismo de izquierdas de su partido, que a semejanza del histórico Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano, ofrecía a sus simpatizantes un ala izquierda cuasicomunista, alrededor de Francisco Largo Caballero, un ala derecha, en torno a Julián Besteiro Fernández, y un sector deambulante entre ambos, liderado por Indalecio Prieto Tuero. Saborit, biógrafo, amigo e ideológicamente próximo a Julián Besteiro, regresó a España en 1977 y murió en Valencia en 1980. Fue enterrado en Madrid, en medio de una ceremonia multitudinaria. También andaba en Ginebra, en esos años, Julio Álvarez del Vayo, un extremista de filiación socialista al que se debe la salida de España de un contingente incalculable de obras de arte y la creación del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), la tristemente célebre formación terrorista. Viví pues una provechosa etapa, que no me permitió presumir ni de lejos que, en algo menos de una década, el PSOE alcanzaría el poder en España y el PCE se iría disolviendo en la nada.

El Sindicato Español Universitario

En esos primeros años setenta a los que me vengo refiriendo, el régimen se había quedado atrás frente a la sociedad. La inercia, en política y no sólo en política es, por lo general, más fuerte que el progreso, sobre todo en un país como el nuestro que había tenido la terrible experiencia del desgobierno republicano y su trágica consecuencia, el golpe de Estado militar y la guerra fratricida que propició la intransigencia de unos y otros. En la Universidad se vivía desde hacía una década, una relativa libertad ideológica. El Sindicato Español Universitario (SEU) era una organización que siendo de hecho, un apéndice de la Falange, se regía en el ámbito universitario por reglas de funcionamiento completamente democráticas. Una rica actividad cultural de gran calidad alcanzaba a todas las artes y a la literatura, en sentido amplio. Se leía a escritores y se hacía teatro de autores nada bien vistos por el sistema y se conocía el cine de vanguardia francés e italiano, todo en un ambiente en el que los debates sobre política y sociedad en los colegios mayores eran frecuentes.

La numerosa inmigración española en Suiza y, sobre todo, su notable contenido de exiliados, obligados o voluntarios, me había permitido frecuentar círculos y espacios en los que bullía la disidencia con el régimen político de aquellos tiempos, últimos sesenta y primeros setenta, en España. Como valor añadido hice amistad con Oscar René Vargas, nicaragüense, entonces estudiante de Sociología, marxista ligado a la oposición sandinista al régimen de la dinastía de los Somoza. José Alberto Gonzalo Platero que, como yo, cursó doctorado en Ginebra –él en Medicina y yo en Matemáticas– también fue amigo de Oscar. Los sandinistas llegaron a pensar en dos algecireños, en nosotros, en Alberto Platero y en mí para ayudarles, como técnicos, en sus propósitos políticos. Las cosas han rodado de tal modo que no hace mucho Oscar Vargas fue perseguido por el régimen sandinista del dictador Daniel Ortega, como un enemigo a eliminar. Vargas, reconocido intelectual nicaragüense, ideólogo y militante sandinista, es ahora perseguido por aquel al que ayudó a alcanzar el poder.

El Ayuntamiento comunista y la Arbonaida

Mi trayectoria personal, mi estancia en Suiza y el conocimiento cercano del exilio y de la numerosa inmigración española, me facilitaba ver con mayor naturalidad que la mayoría de mis paisanos, la llegada a la Alcaldía de Algeciras del PCE. Pero sobre todo, me permitía corroborar la importancia que tenía la calidad de la oferta por encima de la marca que lo cobijaba. Ese fue el gran acierto, la lista. Bien que las siglas no eran, probablemente, la mejor elección, al fin y al cabo suponían una orientación política que podía ser tenida por anacrónica. Pero los algecireños debieron pensar que las siglas no importaban demasiado, que las personas estaban por encima de cualquier sesgo, de cualquier radicalización. Además había algunos casos como el del propio Francisco Esteban Bautista o el de Francisco Acevedo Toledo o el de Luis Soler Guevara cuya militancia comunista era de dominio público. Ya estaban en ello cuando era sumamente arriesgado, de modo que las siglas, en este caso, podían resultar un añadido de honestidad y de lealtad a las propias ideas y a lo que podía esperarse de ellas.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) era entonces una institución fiable y respetada, dirigida por un científico de prestigio, Juan Díez Nicolás. Antes, entre octubre de 1967 y enero de 1971 fue su director, nada menos que el gran sociólogo linense Salustiano del Campo Urbano, un gran maestro y una de las personalidades más brillantes de la sociología española de todos los tiempos. En una encuesta preelectoral del CIS en Algeciras, orientada hacia los comicios municipales que se celebrarían en 1979, para más de un 36% de la muestra el primer problema de la ciudad era el de la limpieza pública y para casi el 22% el segundo. Globalmente, para casi el 75 % de los encuestados, la limpieza constituía uno de los problemas más importantes. Le seguía el orden público con más del 50%, que era el primero de los problemas para más del 18%. Casi el 66% aseguraba que iría a votar y casi el 34% que probablemente iría. Según ello, prácticamente nadie se abstendría, de hecho sólo un 0,3% había decidido no ir a votar y otro tanto no contestaba.

Pues bien, nada más lejos de la realidad. En lo que a la participación respecta, hubo una abstención de más del 50%. En cuanto a valoraciones de los partidos, en la encuesta del CIS, aparecía la Unión de Centro Democrático (UCD), encabezada por José Ángel Cadelo Rivera, con casi el 18% de apoyo, seguida por el PSOE, liderada por Manuel Aguilar Olivencia, con más del 12% y, a mucha distancia, el Partido Comunista de España (PCE), liderado por Francisco Esteban Bautista, con poco más del 1%. El Partido Socialista de Andalucía, cuyo líder era Angel Luis Jiménez Rodríguez, aparecía en la encuesta con un respaldo de algo más del 8%. Una baja participación, como la que realmente hubo en Algeciras produce siempre una distorsión notable. En franca discrepancia con la encuesta, que daba al PCE en Algeciras un respaldo del 1%, los resultados electorales supusieron para el PCE el 31% de los votos emitidos. Para hacerse una idea de lo que distorsiona la abstención, véase un ejemplo: una abstención del 51% traduce un respaldo real al PCE de menos del 16% de los potenciales electores, pues 0,31×0,51=0,1581 (15,81%). Con seguridad, al PCE le favoreció mucho en Algeciras, aparte del acierto de la lista presentada, la indiferencia de un amplio sector de la sociedad, nada motivado por la nueva realidad política que se estaba viviendo en España.

También es 1977 el año de aquel 4 de diciembre en el que se produjeron manifestaciones masivas en toda Andalucía ondeando la bandera blanquiverde. No faltaron las reacciones en Algeciras y en otros muchos sitios contra un símbolo que, sin embargo, debiera haber sido conocido por cualquiera que se hubiera interesado por la historia política de Andalucía. La Arbonaida (de la patria chica) fue adoptada como bandera de la Andalucía que habría sido región autónoma, bastante antes de la proclamación de la Segunda República. Su diseño y su carácter de bandera regional fueron fruto de un acuerdo tenido en Ronda (Asamblea de Ronda) casi exactamente en estas fechas de hace más de un siglo, en 1918. Sesenta años después, implicados en un proyecto semejante, los españoles de 1978 tendrían que haber repasado su historia. El movimiento del andalucismo político de los primeros años de la Transición, recuperaba el viejo propósito de un notable grupo de andaluces, que simplemente pretendían asumir los presupuestos del Estado de las Autonomías y acomodar Andalucía a la realidad política de España. Cuando en la Transición se adoptó para España una configuración autonómica, el trabajo estaba básicamente hecho: el andalucismo político estaba inventado y toda la iconografía regional definida y diseñada desde hacía seis décadas.

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