Algecireños en la Guerra de Cuba (XVI)
HISTORIAS DE ALGECIRAS
El Casino de Algeciras se adelantó a su tiempo instalando el servicio telegráfico, lo que permitió conocer en la ciudad los importantes cambios de gobierno que provocó el conflicto
Ciertamente, aquellos excombatientes que empezarían a deambular por las calles de las ciudades y pueblos de España, impulsaran a través de sus justas reivindicaciones el movimiento obrero, utilizando para ello, el fenómeno del asociacionismo, que como se ha visto en el capítulo anterior (Historias de Algeciras: Algecireños en la guerra de Cuba XV, publicado en Europa Sur el 8 de octubre de 2017), también tendría una gran repercusión en nuestra ciudad.
Pero de regreso a la cruda realidad del conflicto, volvamos a la temporalidad anterior a la recta final de la contienda, cuando genialmente, como era habitual, el popular escritor algecireño José Román, volvió a plasmar algunas de las realidades que vivieron aquellos soldados, que como sus paisanos algecireños, estaban destinados en el frente de ultramar: "Allá desde Cuba, contando las horas que le faltaban para el embarque, allá desde los espesos matorrales de la Manigua, desde las tristes salas del hospital á donde fue a parar por último, se le venía metiendo por los ojos, con el ansia de verlo el paisaje de su tierra. Algunas veces, durante la campaña, en acecho del enemigo, en la lejanía de la llanura abrasada por el sol, vio recortarse un grupo de palmeras […], que le recordaron la huerta, aquella huerta que tanto quería, dónde su madre rezaba por él, dónde le esperaba Dolores, como él la llamaba, que ya estaría muy alta, echa una real moza, de seguro […], el médico le dijo cuando lo embarcaron en La Habana, á este tuberculoso ponerlos con los graves...El no entendió muy bien aquello, pero el caso es que se veía malo y comprendía que no era ni pensamiento de cuándo salió de su casa. Él nombre de la enfermedad importaba poco. Él se lo temía. Estaba enfermo como dice la gente cuando se trata de un tísico. Pero él se curaría ¡ya lo creo que se curaría!. Se le quitaría aquel ahogo del pecho, se le bajarían los hombros, se les pondría coloradas las orejas y los carrillos, cuándo los tuviera y...gracias a Dios se veía camino de casa". Román, que para entonces estaba destinado en la región levantina, recoge en este magnífico relato, cargado del romanticismo propio de la época, la visión de la realidad del regreso del excombatiente, pero visto desde otro punto de la geografía española, aunque el resultado final de la historia, desde la lógica del estilo literario escogido por el autor, fuese común para cualquier región: "Fue mucho golpe para el pobrecillo. Él creyó encontrarla […], que ya el señor Cura le había echado su bendición cogida de la mano...de otro; de Tano, de su amigo de la niñez ¡No era posible!".
Dejando atrás la literatura que generó el conflicto, la guerra, que como se ha recogido en otros capítulos amenazaba con desplazarse hasta nuestras costas, vuelve a hacerse realidad en nuestra comarca a través de un artículo publicado en el diario londinense Morning Post, que recogía: "La necesidad que tendría Inglaterra de extender tierra á dentro los límites de Gibraltar". Sobre el citado artículo, un antiguo diplomático español llamado Juan Mañé y Flaquer, que vivía retirado en Florencia, manifestó: "No me extraña. Por mi parte confieso […], no debemos ayudar a los ingleses á consolidar su dominio en una plaza que la naturaleza hizo nuestra […], esto no podría suceder, sino en el caso poco probable de que los ingleses mismos nos obligasen á ello, usando con nosotros una conducta violenta. Pero ¿no habrá un medio de evitar que todo esto suceda? ¿Sería posible que dos naciones como España e Inglaterra […], estén fatalmente condenadas á esgrimir de nuevo sus armas en esos combates eternos? A mí me parece que habría un medio muy fácil de evitarlo, y sería que Inglaterra cediese Gibraltar á España, y que España le diese en cambio todas sus posesiones de Marruecos, que de nada nos sirven".
El retirado diplomático español, finaliza su reflexión, con una opinión visionaria sobre el quebranto de la paz en el viejo continente, que se haría realidad años mas tarde, entre 1914 y 1918, incluido el papel de España en el conflicto: "La adquisición de Gibraltar, además de ser para nosotros una satisfacción moral y nacional, nos aseguraría la neutralidad, y quizás la protección de Inglaterra en caso de un conflicto europeo".
Mientras todo esto ocurre, teniendo como telón de fondo la guerra de Ultramar, el Ayuntamiento de nuestra ciudad, siguiendo con el procedimiento administrativo de costumbre aplicado a los quintos, sigue haciéndose eco de los dictámenes de la comisión mixta de reclutamiento de la provincia, que en su caso consideró apto para el servicio al algecireño: Manuel Granado Clavijo, quién esperaría ser trasladado a Ultramar. Por aquellos días marcharía para ocupar su destino en Filipinas, el también algecireño y voluntario: "Segundo Teniente de la Escala de Reserva, Máximo Fernández Valentín". Las malas nuevas, que amenazan a las costas de la comarca con una intervención yankée, amparada por una cobertura británica, impulsan al Gobierno Militar a realizar nuevos desplazamientos de las tropas y de sus oficiales al mando: "De la Línea de la Concepción llegaron los Segundos Tenientes con destino al Regimiento de Infantería de la Reina, D. José Medina y D. Salvador Moreno. De San Fernando, á dónde fue en comisión de servicio, volvió urgentemente el Jefe de esta Comandancia de Marina, el Capitán de Navío de 1ª Clase D. Manuel Montero Rapallo; mientras que para Madrid, marchó el Coronel de la Guardia Civil, D. José Enrique Patiño".
Los posibles acontecimientos bélicos que podrían darse en la zona, serían muy comentados en nuestra ciudad; por ejemplo, y dada la cercanía de las baterías de costa, por los obreros picapedreros de la cantera de la Dehesa de la Punta, ubicada en la popular Viña de Morales, junto a la Carretera del Faro; o, entre los clientes del estanco de la Plaza de la Constitución, y también entre los habituales de la posada de Mourelle, situada en la calle Imperial o Convento. Para agravar, aún más la situación, llegó hasta la bahía un navío estadounidense que buscó refugio en la vecina colonia: "Desde ayer se encuentra anclado en el puerto de Gibraltar, el transporte de guerra norteamericano Sheridan, que lleva una expedición de tropa con destino a Manila. Dicho buque fue puesto en cuarentena por tener á bordo un caso de viruelas. Tan pronto se haya repostado de víveres y carbón se hará a la mar con dirección al canal de Suez".
Si la sola presencia del buque enemigo en aguas de la bahía, motiva que el contingente destinado en la comarca se ponga alerta, también el caso de viruela dado entre las tropas norteamericanas, motiva la urgente reunión de la Junta de Sanidad algecireña, que desde el año anterior estaba compuesta por los llamados Profesores en Medicina: "D. Laureano Cumbre Caballero y D. Buenaventura Morón González; suplente D. Melchor Moreno. Profesores en Farmacia: D. José Cumbre Castillo; suplente D. Cristóbal Medina. Profesores de Veterinaria: D. Manuel Alba; suplente D. Eduardo González Alfarache. Vecinos: D. Francisco España, D. José Santacana y D. Antonio Quero; suplentes: D. Francisco Coterillo Ojeda, D. Eduardo Fernández Fontecha y Gerónimo Caballero Romero".
En aquel final del siglo, si bien las tropas apostadas en el Campo de Gibraltar contaban con los medios idóneos de comunicación, en el orden civil, el Casino de Algeciras se adelantó a su tiempo instalando el servicio telegráfico, conociendo por tanto la población algecireña -gracias a esta institución privada-, los importantes cambios de gobiernos que el conflicto estaba propiciando: "Según telegrama recibido en el Casino, el nuevo gabinete ha quedado constituido de la forma siguiente: Presidencia y Estado, Silvela; Gobernación, Dato; Marina, Cámara; Guerra, Polavieja; Gracia y Justicia, Durán y Bas; Fomento, Marqués de Pidal y Hacienda, Villaverde". Sobre el envío de los reclutas al frente, surgen todo tipo de historias y leyendas que son recogidas por mendigos y cuenta-cuentos que vagan por los pueblos de la geografía española; siendo una de estas historia, la protagonizada por el soldado Armando López Fon: "Por qué llora Vd. buena mujer -preguntó un soldado que acababa de desembarcar-, porque se me llevan a mi hijo a Cuba y no puedo redimirle ni cambiarle su suerte. No llore Vd más -dijo el joven soldado recién llegado-. ¿Dónde está su hijo? -le preguntó a la pobre mujer-, No lo sé -contestó la desconsolada madre-. Pues que venga á cambiar el rayadillo (uniforme propio de Ultramar), por el uniforme de paño: ¡Yo parto para Cuba por él! Y lo dicho fue puesto por obra. Tan generosa acción, tuvo, aún otro florón no menos hermoso por coronamiento. Rebosando gratitud, la pobre madre buscó 16 duros y corrió en busca del que tan generosamente había enjugado sus lágrimas, y aunque Armando opuso tenaz resistencia, porque no había cambiado su suerte por dinero, sino por no ver llorar á una madre, le hizo aceptar la onza. A los pocos pasos encuentra Armando otra madre angustiada porque á su hijo lo llevan á Cuba -No puedo ir por dos, señora; le dijo el joven, pero tengo 16 duros, y si usted encuentra quién por esa cantidad quiera ir por su hijo, que venga por el dinero, qué a mí no me hace falta. Esta segunda madre también encontró quién cambiase la suerte de su hijo, y Armando López se desprendió del dinero. Cuándo ansiaban ver el regreso de tan noble soldado, supimos que había fallecido en Cuba de enfermedad común el día 4 de Octubre de 1898. ¡Cuanta generosidad y cuantas desgracias!".
Historias o leyendas aparte, lo cierto es que: al soldado llegado al frente de ultramar, con su rayadillo de estreno, se le leía y aplicaba las Reales Ordenanzas, aprobadas durante el reinado de Carlos III en 1769, también llamada por su formato cartilla, de ahí la popular expresión: leer la cartilla. Parte de su deseo de volver vivo, dependía de su rápida integración en la nueva situación. Aunque siempre estaban los listillos, que como comentaba los excombatientes que lograban regresar, aplicaban todo tipo de picaresca para eludir el peligro: "Para tener calentura se pone una cabeza de ajo bajo el sobaco durante toda la noche. Con ortigas machacadas en un rasguño se chorrea pus; también se puede aplicar un sinapismo (cataplasma hecha con polvo de mostaza). También se cogen unos papeles untados de mostaza de los que venden en la botica para los catarros, se hace un tubito y se mete en el caño de la orina dejándolo toda la noche, al día siguiente es un chorro. Te mandan al hospital y para cuando te den de alta, el peligro ha pasado". En definitiva, todo un decálogo para sobrevivir a la guerra, para los que los altisonantes conceptos nacionales, significaban bien poco. Dejando a un lado estas anécdotas, más o menos ciertas, fruto de las vivencias cuarteleras de aquellos soldados; y volviendo a la realidad de la guerra en nuestra comarca, se siguen sucediendo las idas y venidas de los diferentes mandos: "Procedente de Sevilla, llegó D. Isidoro G. Carpintier, Jefe del Parque de Artillería de esta plaza […], salió con dirección a Granada, el 1º Teniente de Artillería, D. Leopoldo Cabrera y Amoz, para incorporarse a su destino en el 12º Montado". Afortunadamente, no todas las visitas castrenses que se reciben en Algeciras, tienen relación directa con la situación del conflicto y la amenaza sobre la zona: "También ha llegado hasta nuestra ciudad para visitar a su familia, el alumno de la Academia de Segovia el 2º Teniente, D. Adolfo Rocafort y Ramos".
Al mismo tiempo que las autoridades militares han de enfrentarse a la realidad de la guerra, tanto en Ultramar, como en la salvaguarda de los archipiélagos, y costas peninsulares -con especial observancia del estrecho, dada la cercana presencia británica, tradicionales aliados de los estadounidenses-, los soldados de regreso que se encontraban aptos para el trabajo, también han de afrontar su difícil futuro, dada la penosa situación social de paro que les aguardaba. Un novelesco personaje, aconsejó a uno de estos excombatientes, lo siguiente: "Escoge un padrino, el que te sea más simpático, te arrimas a él, le das coba, te las arregla para pagarle el vaso del café, y que se entere. Si es de derechas, tú eres de derechas; si es de izquierdas, tú eres de izquierdas. En este país se es de un lado o del otro, derecho ó torcido".
Poco o nada podía ofrecer aquella sociedad española a sus héroes, y cuya hacienda debía hacer frente a un conflicto que estaba muy por encima de sus posibilidades en aquellos momentos. Hasta 16 años más tarde, con el inicio de la I Guerra Mundial, y gracias a la neutralidad, la economía española no remontaría sus bajos índices anteriores; pero esa, es... otra historia.
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