COMO cada año por estas fechas cientos de miles de andaluces se han citado en la aldea del Rocío, la casa de la Blanca Paloma, para participar en la romería más popular y famosa del orbe. Una concentración entre religiosa y folclórica de la que no es ajena el Campo de Gibraltar con la presencia de miles de seguidores y que es capaz de concentrar a un millón de ciudadanos bajo la advocación de la Virgen del lugar, una talla pequeña y coqueta con un poder de convocatoria y de crear pasiones desbocadas que, para los no creyentes, no deja nunca de sorprender.

Todo está bien bajo mi punto de vista si se lleva como principio el respeto a la forma y manera que tienen de afrontar parte de sus vidas un montón de mortales, como es el caso, sin hacer daño a los demás, aunque las manifestaciones callejeras cristianas siempre tienden a ocupar los espacios que no son de su exclusividad, aunque bien está si adormece espíritus, sacia los principios de su credo y, de paso, genera riqueza y salva temporadas para aquellos que viven de tanto fervor mariano.

El pasado viernes el comentarista de la Cadena SER Román Orozco conminaba a los verdaderos rocieros a que recobraran el espíritu de sus ancestros, del Rocío de antaño, e hicieran el camino en pie o en mulos, desterrando por simple coherencia las comodidades y hasta lujos con las que ahora viajan los rocieros para su encuentro con la Madre. Dicho de otra manera que no destrozaran el Coto de Doñana, una parque que hay que preservar, con el paso de todoterrenos y de miles de personas y que la administración pública, en este caso la Junta de Andalucía, fuera valiente y pusiera coto al Coto. Un acontecimiento, decía Orozco y que comparto, que obliga a un desembolso económico desorbitante para los tiempos que corren, que no deberían ser precisamente los del despilfarro.

El Coto de Doñana debe cerrarse al paso masivo de las carretas y de los carretones, la Junta debe medir su aportación en medios para una fiesta que no sabe hoy si es cristiana o pagana y, sobre todo, las hermandades deben replantearse la verdad sobre su puesta en escena.

La advocación a la Blanca Paloma está hoy impregnada de excesos y de contradicciones, que bajo ninguna manera puede justificarse por lo bien que se pasa bajo el sol de justicia y los arenales de la aldea. Si ellos se lo guisan que se lo coman, pero por favor que ello no suponga el destrozo sistemático cada año de Doñana o de un excesivo desembolso económico de unas arcas que son de todos.

Dicen que en el término medio está la virtud y en la templanza la forma más correcta de abordar una fiesta que está hoy muy lejos de aquella humilde idea inicial por la que se creó y que lleva a muchos verdaderos devotos a encontrarse con Ella en el silencio y el recogimiento de cualquier día del año, frente a frente y sin jolgorios de por medio, haciendo así profesión de fe que es, precisamente, de lo que se trata.

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