Ad Hoc

Manuel Sánchez Ledesma

El camino de Napoleón

APENAS comienza a esbozarse el amanecer cuando me echo la mochila a la espalda y dejando atrás la Port de St. Jacques, empiezo a descender por la empedrada calle principal del casco antiguo de S. Jean Pied de Port, la cautivadora ciudad medieval del sur de Francia que suele servir de punto de partida a los peregrinos que, en post de una entelequia en el antiguo fin del mundo (finis terrae), emprenden el Camino de Santiago. Antes de cruzar el Vieux Pont sobre el rio Nive, me detengo ante la iglesia gótica de Notre-Dame-du-Bout-du-Pont y compruebo como las marcas dejadas por los canteros en sus sillares delatan el origen románico del primitivo templo mandado construir por Sancho VII el Fuerte, el rey con hechuras de pivot de baloncesto -medía 2,12 m.- que entró a caballo en la tienda del moro Miramamolín en la batalla de las Navas de Tolosa y que, en conmemoración de aquella gesta erigió la iglesia a principios del siglo XIII en un territorio que por aquel entonces pertenecía al reino de Navarra. En el Codex Calixtinus ya se quejaba su autor -el monje Aymeric Picaud- del abuso en los portazgos que debían pagar los peregrinos al paso por esta población, ocho siglos después, pude comprobar por mi mismo que los modernos saint-jeannaises siguen, en cuanto a precios, sin tener misericordia alguna con los caminantes. Transito por la misma ruta que en 1808 recorrió el general D´Armagnac con dos mil soldados para tomar Pamplona: el camino de Napoleón. Comienzo una escalada sin tregua ya que en 20 kms. se asciende desde los 125 m. de altura de S. Jean a los 1.430 del Puerto de Lepoeder que marca la puerta de entrada a tierra española. Los caseríos se alternan con grandes prados y según voy ganando altura aparecen entre ellos manchas de bosquecillos alpinos. A los 7,5 kms. llego a Orisson, la última posibilidad de refugio en la vertiente francesa de los Pirineos. A partir de allí solo grandes extensiones verdes y el espectacular paisaje de las cumbres pirenaicas como telón de fondo de mi caminata. Con la compañía de rebaños de ovejas de cabeza negra y de robustos caballos insensibles -ambos- a los rigores climatológicos del lugar, remonto campo a través hasta llegar a la fuente de Roldán, el sobrino de Carlomagno, que cubriendo la retaguardia de su tío, fue sorprendido en aquellos parajes por los vascones y cuya trágica muerte se convirtió en leyenda en el poema épico La chanson de Roland. Al poco me topo con un monolito de piedra que me anuncia que estoy en territorio navarro. Me recibe un tupido bosque de hayas que me maravilla con sus infinitas tonalidades de rojos. Tras cerca de ocho horas de marcha corono el Col de Lepoeder. Ya solo me queda internarme durante 5kms. en otro impresionante hayedo para alcanzar, en vertiginoso descenso, Roncesvalles.

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