Ad Hoc

Manuel Sánchez Ledesma

Diverciencia

QUIZÁ con la excepción de alguna que otra actividad deportiva, la manera más habitual de encontrarse agrupados a los jóvenes es mientras practican ese fenómeno -de copyright español- que ha venido en llamarse botellón y que básicamente consiste en que, con la anuencia -o incluso el estímulo- de las autoridades, los adolescentes se reúnan en la vía pública con el malsano propósito de castigar sus inocentes hígados mediante la ingestión masiva de bebidas espiritosas y de paso mortificar con su bullicio, su basura, sus orines y sus vómitos a quienes tienen la desdicha de vivir en los alrededores de estos insólitos botellódromos. Con estos antecedentes entenderán los lectores que no pueda calificar sino de prodigio, el hecho de pasar por la Plaza Alta y encontrarme, de repente, inmerso entre una multitud de chavales que sustituían las típicas bolsas de plástico con botellas de ron, ginebra o calimocho por probetas, matraces y mecheros Bunsen.

El motivo de tan inesperada congregación juvenil era la puesta en escena de otra edición más (¡y van ocho!) de Diverciencia un conjunto de presentaciones interactivas, maquetas y experimentos relacionados con la física, la química y otras disciplinas científicas ejecutados todos, bajo la tutela de sus profesores, por grupos de alumnos de diferentes colegios algecireños. En estos tiempos donde los políticos -con la necesaria complicidad de los pedagogos- se han empeñado en que las escuelas sean antes guarderías que centros formativos, no deja de tener un increíble mérito que unos educadores trabajando a contracorriente ya que lo políticamente correcto es centrarse en el multiculturalismo, el buen rollito y la profundización en las esencias andaluzas (pan con aceite para desayunar, flamenco y devoción a nuestro padre don Blas Infante), hayan logrado que sus pupilos se interesen por el apasionante -y sin embargo dificultoso- mundo de la Ciencia. A esto se añade el hecho de que, aun no siendo estos los tiempos en que eruditos como Giordano Bruno o Miguel Servet murieron quemados en la hoguera por defender el uno sus ideas sobre Cosmología y el otro por mostrarse escéptico ante el misterio de la Santísima Trinidad; la de científico no es precisamente una profesión demasiado valorada , alcanzando, por ejemplo, mayor reconocimiento social cualquier espécimen de Sálvame o La Copla que alguien como Javier, un astrofísico algecireño dedicado a estudiar la atmosfera de Venus y al que solo conocen sus amigos y familiares. No obstante, proyectos como Diverciencia esparcen entre los chavales la semilla del método científico que les permitirá hacer frente a las supercherías y quizás, algún día, poder vacilar a los presuntuosos como hizo Laplace con Napoleón al cuestionarle este al autor de la Mecánica Celeste por qué en su obra no mencionaba ni una sola vez al Creador: "No he necesitado esa hipótesis, Sire".

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