Y Jerez se hizo 'Cadizfornia'
El catalán Antonio Orozco ofrece en el patio de San Fernando del Alcázar, un espectáculo total donde hubo espacio para temas clásicos de su repertorio que volvió loco a su legión de seguidores
Vive Antonio Orozco en un mundo que no le gusta. Bueno, tal vez sí, le gusta, pero hay cosas que detesta y ante las que no se calla. Para ello se vale de su voz arrancada, de su voluntad y de su talento. Y quiere cambiar con todo ello, o al menos intentar cambiar, las cosas del mundo, ése mismo que permite la ignominia de los niños muertos, aquéllos que no tienen más sustento que la luz del día y la esperanza moribunda que renace, eso sí, con la ternura que puede dar una canción, las mismas que Orozco convierte en denuncia o en súplica para que su público no olvide a los que sufren.
La noche del jueves fue un canto, tal vez un himno para una patria y una bandera, digamos que se llama Libertad, que puede ser esa Aldea Global donde Antonio Orozco quiere que los más necesitados también vivan. Orozco, aunque no necesariamente en este orden, es compositor, cantante y paladín incombustible, defensor ante las injusticias. Se vale esta vez de 'Cadizfornia' y de sus letras directas y desgarradoras para ponernos en alerta. Su último trabajo, el que nos regaló como generosa ofrenda, fue la columna vertebral del espectáculo, pero el catalán lleva en su mochila una buena carga de éxitos. No son canciones, ni versos con música. Eso sería tópico, una menudencia. Antonio Orozco atesora en las letras una fuerza casi dolorosa; una potencia que espanta lo ñoño, lo superfluo y lo banal para convertir cada tema en un himno de desacuerdo o de nostalgia. Pero no es sólo eso. Antonio al cantar ruega, sale de la trinchera a pecho descubierto para gritar, entre otras cosas, que se callen los que no saben que vivir es algo más que pasar hambre; para hablarle cara a cara a lo que ama y a lo que amó.
Empero, aun con tanta crudeza, por Antonio Orozco corre todavía, aunque él no lo sepa, la sangre de un chiquillo. Aquél que volvía loco a sus abuelos en Hospitalet, éste que sonríe al cantar, enfundado en un hombre, pero que recuerda vagamente al niño que soñó hace tiempo tantas cosas.
Esa frescura, esa espontaneidad que no ha perdido, es otro lingote de oro en su equipaje de artista. Orozco acertó el jueves en todo. Conectó con el público desde el mismo momento que pisó el escenario, y no sólo porque el cantante entusiasme, es que tiene la virtud de conectar con sus seguidores. Carisma lo llaman, creo.
Sobraron las sillas porque la gente no estaba dispuesta a permanecer sentada, se desbordó el entusiasmo y fue muy complicado ver al artista evolucionar por el escenario. Orozco no defraudó, no necesitó dejar sordo al personal con el sonido, pues no hubo exceso de decibelios a pesar de los muchos músicos que acompañaban al cantante.
'Cadizfornia' nos dejó un buen sabor de boca, pero sobre todo la tranquilidad de saber que uno puede irse a ver un espectáculo sin darse de bruces con el detestable universo triunfito, de niñatos guaperas de extraviado talento o escotes de vértigo. Aún quedan artistas, menos mal, que no necesitan la tele ni vestirse de estrellita para demostrar que son artistas con mayúsculas y que además de sentimiento, tienen, como Antonio, sensibilidad para cantar 'Que se callen' o 'Hoy todo va al revés', bálsamo y conciencia de quien, además de ser artista, es hombre que se viste por los pies. Un artista que hace valer su profesinoalidad sin más sonidos que los de esa garganta rota de cantar y de vivir.
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