Diario de una gran hazaña | Capítulo 86 (22 de agosto de 1522)

El anticiclón de las Azores obliga a Elcano a armarse de paciencia

  • La falta de viento fuerza a la nao 'Victoria' a amainar durante varios días mientras el calor asfixiante debilita aún más a una tripulación exhausta que vuelve a pasar hambre

La nao 'Victoria' precisa que se levante el viento de poniente para poner rumbo al sudeste en dirección a la Península Ibérica.

La nao 'Victoria' precisa que se levante el viento de poniente para poner rumbo al sudeste en dirección a la Península Ibérica. / Erasmo Fenoy

Emular al santo Job y armarse de paciencia. A Juan Sebastián de Elcano no le queda otra. Y eso es algo que cuesta, porque la gloria que persigue desde que el pasado 21 de diciembre zarpara en solitario de Tidore para enfrentarse primero al Océano Índico y luego al Atlántico, la tiene más cerca que nunca. Está a pocos días de convertirse en el primer hombre de la historia en dar la vuelta al mundo, de hecho lo ha logrado ya aunque le falta llegar a España para hacerlo público, pero los vientos han dejado de serle propicios.

Hoy, 22 de agosto de 1522, la nave que comanda Elcano, la Victoria, suma varios días amainada en medio del Atlántico norte, a la altura del paralelo 42. Tras lograr sortear las islas Azores, cruzándolas de sur a norte sin ser vistos por los portugueses, Elcano y los otros 17 tripulantes de esta nave española se pusieron a esperar la llegada de los vientos de occidente que son tan habituales en esta zona del Atlántico y en esta época del año. Pero por ahora, nada de nada. Tirada en alta mar, la Victoria aguarda que llegue una pizca de aire para reiniciar la marcha. El objetivo está claro, poner rumbo al sudeste para salvar primero el Cabo de San Vicente y luego llegar a Sanlúcar de Barrameda y a Sevilla remontando el Guadalquivir. Pero sin viento, no hay forma de moverse.

Lo que están conociendo estos días los supervivientes de la Victoria es el anticiclón de las Azores. Y es que la ausencia de vientos ha frenado en seco a la embarcación de Elcano, cierto, pero es que además el intenso calor de agosto en esta zona del planeta no hace sino debilitar aún más a una tripulación que está exhausta, famélica y que vuelve a pasar hambre una vez más.

Hoy se cumplen 40 días desde que la Victoria huyera a toda velocidad del archipiélago portugués de Cabo Verde dejando allí presos a 13 compañeros. Los víveres obtenidos terminaron siendo milagrosos para que la nave llegara hasta donde está ahora. Pero ese sustento casi se ha agotado en su totalidad. Un poco de arroz que cocinan con agua del mar es lo único que pueden echarse a la boca, y además en cantidades ínfimas.

Armado de paciencia, con miedo a que aparezcan en el horizonte las velas de una nave portuguesa y rezando para que aparezca el dichoso viento de poniente, Elcano ya sabe que ni él ni sus hombres podrán tocar tierra española en este mes de agosto. Si todo va bien, los vientos soplan en la dirección deseada y no surgen nuevos inconvenientes, a la Victoria le pueden quedar unas dos semanas para hacer su aparición por Sanlúcar. Así que habrá que esperar a septiembre para ver culminada esta gesta de ámbito mundial.

A bordo de la Victoria, en cuyas bodegas continúan almacenadas como si de un tesoro se tratara las 27 toneladas de especias obtenidas en el Moluco, Elcano contempla con admiración a los pocos efectivos que quedan de su tripulación. De los 47 hombres que zarparon de Tidore sólo siguen 18. Por el camino quedaron dos deserciones en las inmediaciones de Timor, los 13 apresados en Cabo Verde y 14 fallecimientos a bordo. Demasiadas pérdidas, reconoce.

A Elcano le sorprende que la Victoria aún pueda seguir navegando, porque para mover una nave de estas dimensiones es necesaria, como mínimo, una tripulación de unos 45 hombres y a bordo sólo quedan 18. Además, pese al hambre y la sed acumuladas estos marineros tienen que turnarse para mantener activas a todas las horas del día las bombas de achique por las vías de agua surgidas en el casco. Y lo hacen casi sin fuerzas pero sin rechistar. "Merecen llegar a casa convertidos en héroes", reconoce orgulloso su comandante mientras sigue mirando al cielo buscando ese viento de occidente que siguen sin aparecer.

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