Manuel Escribano corre el encierro de los Miura que lidia por la tarde en Pamplona

El torero sevillano se lanza al recorrido de Estafeta junto a los toros que le esperan horas después en la plaza. Es uno de los pocos diestros que encara el rito completo: correr por la mañana y torear por la tarde

Roban las espadas del torero Manuel Escribano en la puerta de su casa

El torero Manuel Escribano, junto a los pastores, tras el encierro de Miura que puso el broche a los Sanfermines de 2025.
G.S.G.

Algeciras, 14 de julio 2025 - 11:53

A las ocho menos cinco de la mañana, con la luna aún sujeta al cielo por un alfiler invisible, el torero Manuel Escribano se ajustaba la camiseta como quien se ajusta el alma. Estaba a punto de correr el encierro con los toros de Miura, esos mismos que, horas más tarde, intentarán arrollarle en el albero de la plaza de Pamplona. Lo decía él mismo, con la naturalidad de quien anuncia que va a por el pan: A por el encierro de la corrida que torearé esta tarde de Miura”. Lo decía y lo hacía.

Los toreros están hechos de otra pasta, sí, pero algunos como Escribano parecen estar hechos además de otra lógica. Corre por Estafeta sabiendo que cada pitón es una premonición, una carta del destino. Si lo atropella un toro por la mañana, ¿qué sentido tendrá la tarde?

El encierro fue tan veloz como limpio: dos minutos y 16 segundos. Un Miura no corre, fulmina el suelo. Pero esta vez, el mito no se cumplió del todo. No hubo cornadas, ni estampidas que parecieran abrir la tierra. Cuatro heridos, sí, pero por caídas o empujones, no por asta. Entre ellos, dos estadounidenses de 63 y 68 años, uno de Missouri, otro de Nueva York, que tal vez vinieron buscando una leyenda y se encontraron con un viaje por la columna vertebral del miedo.

Los toros no se comportaron como se espera de un Miura. Iban juntos, con la nobleza insólita de quien ha leído el guion y no quiere estropear el final. Grandes, sí; bellos, también. Pero menos fieros que sus ancestros. De tanto repetirse, hasta el terror se vuelve educado.

Y en medio de ese recorrido más limpio que de costumbre, reaparece Escribano, sin aspavientos, como quien cumple con un viejo ritual. Al terminar, publicó: “Otro San Fermín, otra carrera inolvidable junto a los pastores”. Como si se tratara de una ofrenda. Como si el ruedo empezara en la cuesta de Santo Domingo.

Por la tarde, el sevillano se vestirá de luces. Le acompañarán Damián Castaño y Jesús Enrique Colombo. Serán seis los toros de Miura que saltarán al ruedo, y él, que ya los ha olido esta mañana a toda velocidad, volverá a enfrentarse a ellos con pausa y con espada. O mejor dicho, con sus espadas. Porque si esta historia tiene un epílogo, está escrito con el acero recuperado.

El día anterior, domingo, el propio Escribano anunciaba que habían aparecido las espadas que le robaron en la puerta de su casa, en Gerena, días antes. No lo dijo como quien recupera un objeto, sino como quien encuentra una parte del cuerpo: “Gracias de corazón. Las espadas han aparecido. No tienen valor para nadie más, pero para mí son herramientas de trabajo fundamentales”. Las mismas que llevaba buscando desde el viernes, con la urgencia de quien sabe que sin ellas, el peligro se duplica.

En esa súplica pública —que algunos llamaron viral y otros llamaron íntima—, pidió que quien las hubiera cogido las dejara en el bar Cantina de Gerena, sin preguntas, sin sermones, como se devuelve una promesa. Y así fue. A veces, el milagro se produce.

Con las espadas de nuevo en su poder y los Miuras ya corridos, a Escribano solo le queda lo más difícil: volver a poner la vida en orden con una faena.

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