Congreso de la Lengua Española

¿Quiénes eran los carajotes? La historia que dejó su huella en Cádiz

Alberto López y Alfonso Sánchez, los Compadres, en el cartel de 'Somos carajotes'

Alberto López y Alfonso Sánchez, los Compadres, en el cartel de 'Somos carajotes'

Si Alberto López y Alfonso Sánchez, los Compadres, reconocen que son carajotes, hay mucho de humor en ese auto-insulto. Somos carajotes es el título del último montaje de estos sevillanos que han aprovechado el calificativo más gaditano para referirse a alguien con pocas entendederas, o alguien que esta muy despistado, o alguien que está muy subidito y habría que bajarlo a tierra.  Todo eso se encierra en "carajote", una palabra gaditana que toma río arriba y que está también asentada en Sevilla. Los carajotes pueden ser frecuentes y es cuestión de detectarlos. Y definirlos. Todos conocemos a más de un carajote o también uno puede llegar a serlo.

Y si uno llega a la conclusión de que ha sido carajote, por metedura de pata, por haber sido débil o no haber aprovechado una oportunidad clamorosa, no hay correctivo más sanador que reconocerse como carajote.  Es una calificación tan sincera y autocorrectiva que realmente es menos hiriente que los insultos más gruesos y explícitos del diccionario.

¿Está incluida la palabra "carajote" en el Diccionario de la RAE? Sí, detalla que es un adjetivo coloquial que se utiliza en Andalucía y Venezuela y que significa "bobo, tonto". Pero la peculiaridad de los carajotes es que son tontos aunque ellos se puedan sentir brillantes, listos. "Qué carajote" es una admiración que tiene un espectro amplio.

De la riqueza lexicográfica de las calles gaditanas, "carajote" es lo más utilizado para desdeñar al otro y como palabra germinada en Cádiz ha llegado por mar y de esa manera también se instaló en la orilla americana.

El carajote nace, como su nombre indica, en el 'carajo'. De hecho es un tripulante del carajo. En el palo mayor del barco, fuste máximo de una embarcación, se colocaba arriba la cesta de vigía donde eran enviados a los que se mandaba, por tano, al carajo. 

Si con cualquier marejadilla cualquier se puede marear en la cubierta de un barco (imaginemos a las cáscaras de nuez pioneras que atravesaban los océanos), arriba del todo, donde la vela se despliega, el vaivén ya era de escala Richter y el mareo no se curaba ni con biodramina. Estamos hablando de tiepos anteriores al señor Richter y a la invención del calmante.

Arriba, en el carajo del barco, estaban los carajotes... Habría que ver cómo bajaban a cubierta y después a tierra esos tripulantes sometidos al mareo continuo. Irían dando tumbos, torpones, tal vez delirando. Se le detectaba a distancia: ese es un carajote, dirían los gaditanos de hace cinco siglos.

Los que navegaban en el carajo, marcados por la traumática experiencia de la travesía, quedaron definidos por su comportamiento. Y del mundo marinero pasó sin muchas dificultades a tierra.

Si Los Compadres se autodefinen como Carajotes en su montaje teatral es porque son conscientes de que esos personajes se les ve a la legua lo que son. 

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