Historia de Tarifa

De río de Tarifa a alcantarilla principal (1890-1892)

Plano de Tarifa hacia 1772, con el río atravesando en dos la población.

Plano de Tarifa hacia 1772, con el río atravesando en dos la población.

El arroyo que dividía la ciudad de Tarifa en dos fue derivado en 1889 hacia La Caleta mediante un túnel excavado a pocos metros de la muralla de Levante. El posterior embovedado y soterramiento del cauce intramuros se ejecutó entre 1890 y 1892 con no pocas incidencias relativas a la calidad de la construcción, a los pagos, etc. Durante ciento treinta años ha venido cumpliendo su inadvertida pero imprescindible función como madrona principal.

Una cloaca descubierta

Hasta no hace tanto, se estilaba hacer del río urbano un vertedero y cloaca general, constituyendo una especie de herida abierta de ciudades y pueblos. Bien saben los algecireños de una cierta edad que el último tramo del río de la Miel era un albañal donde venían a parar las cañerías públicas. Aquellas aguas negras y sus pestilentes tufos se ocultaron al soterrarlo en la década de 1970.

El arroyo de Tarifa no iba a ser menos. Siempre se utilizó como cloaca descubierta en el centro del pueblo, entre la puerta del Retiro y la del Mar; o sea, recorriendo lo que ahora son las calles General Copons y Sancho IV el Bravo. Este trayecto es el punto más bajo del terreno en el que se asienta la población, donde confluyen todas las aguas residuales y pluviales. También recibía escombros, basura y toda clase de desechos orgánicos imaginables.

Por sus costados discurrían cuatro calzadas o vías: la de San Mateo y de Solís por la margen izquierda; y la de los Perdones y del Hospital por la derecha. En unos cuantos tramos no había sitio para calzada, quedando los cimientos de las casas junto al mismo lecho.

Vista de Tarifa en 1879. En primer plano, Calzada de Téllez y entrada del arroyo Angorrilla por la puerta del Retiro Vista de Tarifa en 1879. En primer plano, Calzada de Téllez y entrada del arroyo Angorrilla por la puerta del Retiro

Vista de Tarifa en 1879. En primer plano, Calzada de Téllez y entrada del arroyo Angorrilla por la puerta del Retiro

Los residuos acumulados y su descomposición por el calor terminaban formando un sedimento oscuro y fétido que afectaba muy seriamente a la salud pública. Su limpieza se fiaba mayormente a las riadas en época de lluvias, que arrastraban al mar todos esos materiales sólidos y líquidos. Pero si estos eventuales aluviones eran excesivos para la capacidad de acogida del arroyo, las torrenciales aguas se salían de madre ocasionando importantes destrozos, lo que se daba con relativa frecuencia. A veces, también ocurrían algunas desgracias personales.

Desde comienzos del siglo XIX hubo consenso en favor de eliminar cuanto antes este permanente foco de enfermedades y causa de inundaciones catastróficas. El principal impedimento para materializar este anhelo colectivo era el enorme coste de la obra, sobre todo para un ayuntamiento con las arcas siempre vacías.

El proyecto inicial de alcantarillado

Por fin, en 1882 se formalizaba el proyecto para la desviación del arroyo y el consiguiente alcantarillado, realizado por el arquitecto provincial Juan G. de la Vega. A comienzos de 1883 presentó al Consistorio un completo informe con la descripción, condiciones técnicas, planos, etc. advirtiendo que ambas actuaciones eran inseparables.

La alcantarilla se construiría con bóveda de ladrillos, dividida en dos tramos: uno de 382 metros, desde la iglesia de San Mateo hasta unos 80 m por fuera de Puerta del Mar, con 1 m de ancho por 1 de alto (llamado de 1ª clase); otro de 70 centímetros de ancho por 85 de alto (o de 2ª clase), de 84 m lineales desde la esquina de San Mateo hasta la puerta del Retiro.

La longitud total del embovedado sería de 466 m, de los que 378 correspondientes al trazado interior y el resto desde Puerta del Mar hasta la playa. Este tramo extramuros terminaría en un canal abierto de unos 20 metros en pendiente hasta el nivel de la marea baja, facilitando así su desagüe.

3. Proyecto de alcantarillado del ingeniero Juan G. de la Vega (1883). Secciones y canal abierto para desagüe en la playa 3. Proyecto de alcantarillado del ingeniero Juan G. de la Vega (1883). Secciones y canal abierto para desagüe en la playa

3. Proyecto de alcantarillado del ingeniero Juan G. de la Vega (1883). Secciones y canal abierto para desagüe en la playa

Al suelo se le daba una suave pendiente del 1%, con varios escalones o saltos de unos 90 cm para compensar el mayor desnivel del terreno superficial. Con ello, la obra resultaría higiénica, estable y firme, permitiendo al agua recorrer el trazado urbano en apenas 7 minutos sin causar erosión.

Sin embargo, todo quedó entonces en suspenso por una nueva epidemia de cólera, declarada en 1884, aunque en Tarifa no apareció hasta enero de 1886. Cuando la terrible enfermedad remitió en el mes de abril, el proyecto de desvío se retomó con carácter de urgencia. Y tras dos años de trabajos, el túnel de canalización hacia La Caleta estuvo operativo en el verano de 1889, con lo que ya se podía actuar en el cauce intramuros.

Ejecución de la obra con modificaciones al primer proyecto

Con objeto de reducir gastos, se encargó al arquitecto provincial Amadeo Rodríguez la reforma del anterior proyecto, no construyendo la alcantarilla en forma de arco, sino rectangular, con dos simples muretes cubiertos con una losa o cobija. También se le daría menor capacidad; aunque en las cercanías de Puerta del Mar sus dimensiones aumentarían en previsión de que, con las mareas altas, la arena pudiera obstruir la salida. Las medidas serían aquí de 150 cm de alto por 90 de ancho desde la desembocadura hasta 10 metros en el interior de la muralla.

Durante la ejecución de las obras se hicieron otros diversos reajustes, tanto en los materiales como en la propia construcción. Unas veces eran por parte de Carmen Rojas, viuda del contratista jerezano Manuel Solís, pretendiendo ahorrarse costes; y otras, del Ayuntamiento, por igual razón de economía en el presupuesto.

El 25 de marzo de 1890 se emprendieron los trabajos, a cargo del empresario tarifeño Manuel Pazos, representante de la contratista, con la esperanza de que estarían concluidos para el invierno venidero. Se procedió en primer lugar al derribo de los seis puentes interiores y de las citaras o muros laterales del cauce, recuperando para otros usos los materiales reutilizables, y los que no, sirvieron como relleno.

El alcantarillado comenzó por la puerta del Retiro; y mal que bien, se trabajó hasta el 30 de junio, llegando cerca de la calle San Francisco. En este punto, el gobernador civil provincial ordenó la suspensión de la actividad por desavenencias entre las partes en cuanto a la calidad de la construcción y por desacuerdos en los pagos.

Se apreciaban defectos en los materiales y en la misma obra, de modo que aquella “mísera cañería” se arruinó parcialmente con las primeras lluvias intensas. Su falta de solidez se debía a que en este segundo proyecto “cambia en la madrona la rosca de ladrillo por una cobija de losa, aparte de otras modificaciones menos esenciales que se derivan de la primera”.

Dejando constancia de que lo ejecutado no estaba de recibo, se planteó proseguir por cuenta del municipio, que en cualquier caso ya llevaba a cabo algunos arreglos a fin de prevenir accidentes por los muchos socavones dejados en el tramo cubierto. También se canalizaron hacia el túnel, en septiembre de 1890, las aguas llovedizas que bajaban desde la carretera de Algeciras por la Calzadilla de Téllez, paralela a la muralla.

Interior de la cloaca bajo la calle Sancho IV el Bravo (La Calzada). Vista hacia la iglesia de San Mateo Interior de la cloaca bajo la calle Sancho IV el Bravo (La Calzada). Vista hacia la iglesia de San Mateo

Interior de la cloaca bajo la calle Sancho IV el Bravo (La Calzada). Vista hacia la iglesia de San Mateo

El arquitecto provincial verificó la modificación del proyecto inicial, constatando deficiencias considerables. La profundidad de la madrona era del todo insuficiente, la cimentación y el mortero adolecían de consistencia, las tapas de losa no estaban bien asentadas ni tenían el necesario grosor de tierra encima, de manera que podían hundirse con el peso de los vehículos, etc. La incipiente prensa local denunciaba que todo se hizo a capricho de la contratista y de su delegado, Pazos Laroche: “¿Quién había de decir que en vez de quedar una hermosa calle íbamos a tener un montón de ruinas?”.

La obra estuvo parada nada menos que dieciséis meses, con la contratista reclamando lo que el Ayuntamiento le adeudaba por la liquidación del túnel de desvío. En el verano de 1891 se dio el visto bueno a este pago, reclamándose entonces la continuación de los trabajos del embovedado con arreglo a proyecto. También se obtuvo permiso para abrir una zanja de desagüe próxima a la torre de Guzmán el Bueno, en el camino de ronda, lo que previamente había sido vetado por la autoridad militar. Sin embargo, de momento apenas se avanzaba para eliminar por completo la cloaca descubierta, persistiendo el riesgo para la salud. Según la prensa, “Nadie pudo imaginarse que Tarifa tuviera este año, también, ese foco de infección, de aspecto el más repugnante”.

La obra definitiva

Después de que el gobernador civil provincial levantase la suspensión, las tareas se retomaron en octubre de ese año 1891 con un nuevo proyecto realizado por el ingeniero Enrique Martínez. La contratista reparó los daños en el tramo de la calle General Copons, aunque manteniéndose aquí la forma cuadrangular o de cobija, de 70 cm de ancho por 85 de alto. Sin embargo, no aceptaba reconstruir a su costa lo hecho desde San Mateo en adelante, argumentando que en esta parte procedió según se le ordenó.

El alcantarillado se reanudó construyendo con bóveda de ladrillo desde el desagüe en la playa hacia el interior de la población. Los concejales defendían ahora la calidad de los materiales y las condiciones de la construcción, saliendo al paso de la información aparecida en el semanario El Tarifeño que denunciaba los desperfectos ocasionados por un temporal en la desembocadura en enero de 1892.

Los trabajos se ralentizaron en la zona de Puerta del Mar, si bien en febrero de 1892 ya se faenaba sin interrupciones. Y tras consultar con el arquitecto sobre la diferencia de costes, el Ayuntamiento decidió seguir construyendo intramuros con bóveda de rosca de ladrillos, descartando el desacreditado sistema de cobija. Esta decisión de última hora fue aplaudida por todos, como acredita la prensa: “Vemos con gusto que se vuelve la vista al primitivo proyecto, el más adecuado y conveniente”. También se introdujo otra modificación: en lugar de escalones, tendría trozos de 4 m de longitud con una pendiente superior al 1%.

Cuando en julio de 1892, la alcantarilla se acercaba a la embocadura de la calle San Francisco, el Ayuntamiento prohibió al constructor continuar, no queriendo que esta parte nueva se uniera con la anterior no aceptada como buena. Luego, la Diputación provincial determinó que correspondía al municipio cargar con los gastos de la reforma entre la iglesia de San Mateo y la curva cercana a la calle San Francisco. Así que este tramo fue reconstruido con bóveda de ladrillo, también con 70 cm de ancho por 85 cm de alto; es decir, menor capacidad que la prevista en el proyecto inicial.

5. Cañería construida en 1890 en Calzadilla de Téllez. La cobija o losa superior ha cedido por el peso de los vehículos 5. Cañería construida en 1890 en Calzadilla de Téllez. La cobija o losa superior ha cedido por el peso de los vehículos

5. Cañería construida en 1890 en Calzadilla de Téllez. La cobija o losa superior ha cedido por el peso de los vehículos

El objetivo era que la totalidad del cauce estuviese cubierto para la feria de septiembre de ese año 1892, “que con el nuevo aliciente de la plaza de toros hace que en esa época sea visitada esta población por no escaso gentío”. El soterramiento quedó prácticamente acabado, pero no se consiguió completar la obra según el último replanteo. Además, en marzo de 1893, el Ayuntamiento rescindió el contrato con la constructora por incumplimiento del plazo de entrega, continuándose los trabajos por cuenta municipal.

Tarifa quedó sin su río atravesando la ciudad, pero dispuso de una nueva y ancha calle, para asombro de todos por la falta de espacio dentro de las murallas. No extraña que la llamaran “Gran Vía”; con algo de guasa, claro. Eso sí, en un principio fue prácticamente intransitable, debiendo los vecinos soportar peligrosos socavones y el fastidioso polvo, que se convertía en insufrible lodazal con las lluvias.

Hubo que esperar al año 1900 para tener la céntrica calle de Sancho IV el Bravo, la popular Calzada, plenamente ornamentada e iluminada con el primer foco de luz eléctrica que se instaló en el pueblo. Ya se había convertido en el punto neurálgico de la actividad comercial y festiva tarifeña.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios