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De Cerca | José Manuel Nogueroles

“Sin cambio de conciencia, la realidad social no cambia”

  • El sacerdote salesiano gaditano, que lleva más de tres décadas en las misiones de África entre Togo y Benin, apuesta por trabajar para dignificar la vida humana y promocionar a los jóvenes

El sacerdote José Manuel Nogueroles Fajardo en uno de los patios del colegio Salesiano de Cádiz.

El sacerdote José Manuel Nogueroles Fajardo en uno de los patios del colegio Salesiano de Cádiz. / Lourdes de Vicente

José Manuel Nogueroles nació en Cádiz en 1960.Desde muy pequeño, desde parvulitos, su vida ha estado ligada al ambiente salesiano. Primero, en el antiguo colegio que las monjas tenían en la zona de Drago y después, desde tercero de EGB, en los propios salesianos, donde estuvo hasta COU. Durante su primer año como universitario, en Químicas, emergió una vocación religiosa latente desde mucho antes y que lo llevó a iniciar en 1978 un camino, el del sacerdocio, que desembocó con la ordenación en 1989. Desde entonces, trabaja en las misiones salesianas de África. Una breve estancia en Cádiz ha permitido esta entrevista.

—¿Cómo surge su vocación?

—Yo estaba en el ambiente salesiano y tenía mis inquietudes espirituales y sobre qué hacer con mi vida. Estuve en el movimiento scout, condonErnesto, estaba en formación de salesianos cooperadores, también en el movimiento Cristo Vive... Yo estaba metido en todos esos asuntos, y eso iba madurando en mí, era muy joven y pasé muchas etapas. Al final, me dio muy fuerte y decidí a hablar con los salesianos.

—Fue en la Universidad.

—Sí, pero seguía ligado al colegio.

—Si empezó la Universidad, no tendría claro la vida religiosa.

—Vamos, yo tenía esa idea de fondo, pero fui madurando sobre todo en ese año de Universidad. Fue en una pascua juvenil en el Charco de los Hurones; hasta me acuerdo del momento mismo en que tomé la decisión. Pero esas cosas llevan su camino de antes.

—Del caballo no se cayó, desde luego, como San Pablo.

—No, para nada.

—Y empieza a formarse.

—El noviciado lo hice en Cabeza de Torres, en Murcia. No éramos muchos, unos ocho. Luego vine a Sanlúcar la Mayor para los estudios de Pedagogía, hice el bienio en el colegio de Triana y la Teología en Sevilla. E inmediatamente después de la ordenación, un mes después, me fui para África. Era 1989. Durante el periodo del teologado ya estuve un verano allí.

—¿Las misiones eran su objetivo desde un principio?

—Lo de las misiones me vino más bien durante el noviciado. Ahí es donde yo maduré el tema misionero, aunque después tardé mucho en irme, mientras duró todo el proceso de formación. Pero la ordenación coincidió con que las necesidades de allí crecieron.

—¿A dónde fue?

—A Togo. Allí estaba José Antonio Rodríguez Bejarano, que moriría en 1995. Fueron años muy bonitos porque fueron años de fundación, de poner en marcha las primeras obras. Cuando llegué allí, estábamos en una casa alquilada mientras conseguíamos unos terrenos donde no había nada, y allí empezó la obra de Kara, con los primeros talleres para los chavales del mercado, mientras se ponía en marcha el centro Don Bosco. El primer taller fue de albañilería, de construcción, con ladrillos y con materiales locales.

Trabajábamos con la juventud abandonada, los jóvenes del mercado. De muchos había que preocuparse por su salud.Empezamos también un pequeño hogar... Fueron momentos muy bonitos. Después empezaron a crecer los talleres, los hogares para acoger a los chavales. La parroquia llegó mucho más tarde. Ahora mismo, la obra de Kara es muy compleja, una obra maravillosa. Me acuerdo de estar paseando con José Antonio por el campo cuando solo había cuatro piedras, y él era muy carismático, muy visionario (ríe), y me iba diciendo dónde iban a ir los distintos edificios.

—Ahora está en Benin.

—Siempre he estado entre Togo y Benin, entre los dos países. En Kara, enSincassé, con varios periodos porque volví a Kara cuando José Antonio murió. En Benin estuve primero en el norte, casi en la frontera del Níger.

—¿Había que empezar otra vez?

—No, la obra había empezado, pero era diferente. Teníamos un hogar, era una presencia muy misionera. Después volví a Togo hasta que hace cuatro años me destinaron a Cotonou, en Benin.

—¿Cómo han evolucionado las misiones desde aquel 1989?

—Nosotros los salesianos trabajamos mucho la educación, la evangelización, el desarrollo. Cogemos al joven en el punto en que se encuentra de su vida y entonces intentamos darle los útiles necesarios para abrirse un camino en la vida y desarrollar su vocación humana, cristiana, que tenga los medios educativos. Las obras son múltiples y cada una de ellas tiene varios sectores.El de la formación profesional es uno de los más desarrollados en el África occidental, tenemos muchas obras de tema técnico. Somos conocidos, los salesianos, por eso. Además, son competencias muy necesarias para los países y los jóvenes; cuando adquieren unas buenas competencias técnicas, encuentran trabajo. Se trata de promocionar a la persona.

José Manuel Nogueroles Fajardo. José Manuel Nogueroles Fajardo.

José Manuel Nogueroles Fajardo. / Lourdes de Vicente

—¿Cómo está el sistema educativo?

—Está evolucionando mucho en los últimos años, con muchos contrastes porque hay realidades que van desde las más tradicionales hasta las cosas más modernas. El tema digital avanza mucho y África, además, es un mercado inmenso.

—¿En las misiones está antes la promoción humana que la promoción cristiana?

—Para nosotros todo eso va junto. Tanto los recursos espirituales como los intelectuales, como los del corazón, del alma, de la naturaleza, todo es una unidad. Nuestra educación se dirige al hombre completo, tanto en su dimensión intelectual como en sus dimensiones humana, espiritual, profesional. Trabajamos, evidentemente, desde los valores del Evangelio y luego intentando compartir y trabajar con ellos dando lo mejor que tenemos.

—El objetivo final será darle los recursos para que sea libre.

—Efectivamente, para que pueda encontrar plenamente su dignidad y su vocación humana y cristiana. Aunque nosotros trabajamos con chavales y chavalas de muchas confesiones religiosas. El sur de Benin es más cristiano, con parroquias grandes, muy vivas. La nuestra de Cotonou son miles de personas en una zona muy popular de la ciudad, pero hay hasta 46 grupos, movimientos, asociaciones, corales... En la parroquia, con siete comunidades eclesiales de base en los distintos barrios; una realidad muy viva con 2.000 catecúmenos.

—¿Es como si la Iglesia hubiera nacido allí otra vez, no sé si se está reescribiendo los Hechos de los Apóstoles?

—(Duda). No me gusta hacer muchas comparaciones, porque cada sitio tiene su historia, pero ahora mismo la realidad eclesial allí es muy viva. Hay también mucho cambio generacional, eso se nota.

—Pero hay otras confesiones.

—Sí, está el Islam que conforme vas hacia el norte es más fuerte.

—¿Cómo es la convivencia religiosa?

—Quitando los extremismos como el yihadismo, tradicionalmente la convivencia religiosa es pacífica y buena.

—¿Y hay movimiento migratorio hacia Europa?

—Sí. Por ejemplo, en Benin hay mucha gente que tienen a algún familiar en el extranjero.

—¿Los jóvenes quieren salir?

—A ver, aman su país... Si ellos encontraran los medios, los puestos de trabajo con dignidad, creo que habría menos escape, menos ilusión por salir. El africano ama su tierra y su país, lo prefieren. Si sale, bueno, es porque evidentemente se viven allí unas situaciones de crisis social muy fuertes. Los temas de la salud, de la educación, de la vivienda, del trabajo... son temas difíciles allí. Hablas con cualquiera, empieza a contarte su situación y es para echarse las manos a la cabeza. Con familias donde el que gana algo..., son situaciones muy difíciles. Aquí, uno tiene problemas de salud y puede fácilmente ir a tratarse, a consultar, hay una cobertura social muy distinta. Además, la crisis mundial repercute. El Estado, ahora mismo, está intentando proteger los alimentos de base para regular la inflación y que los comerciantes no se aprovechen.

—Es evidente que si ellos dan el paso de emigrar, de cruzar África, de arriesgar su vida, es que están desesperados. No sé si a veces eso se entiende bien desde Occidente.

—Sí, la mentalidad de mucha gente es como una especie del Dorado, conseguir llegar a Europa de cualquier manera, instalarse, encontrar un trabajo con el que puedan ayudar a su familia. Conozco muchas familias que están sostenidas por gente que tienen fuera. También los que consiguen estudiar buscan oportunidades en el extranjero, porque los sueldos, los puestos de trabajo..., no es lo mismo trabajar en Benin que en otro lado.

—Eso es la mar de humano; y moverse por el mundo ha sido una constante de la humanidad.

—Eso es.

—¿Entonces, por qué en algunos sectores occidentales hay ese rechazo a la emigración? Parece un derecho humano moverse por el mundo.

—Sí. El Papa Francisco tiene una encíclica, unos documentos fantásticos sobre ese tema, Fratelli Tutti, todos hermanos. Ese texto es maravilloso para darnos pistas de cómo enfocar ese tema, el de la fraternidad, la acogida, el diálogo, tender la mano, crear puentes en vez de levantar fronteras, de atrincherarse. Él habla de la amistad social, de la solidaridad, de una fraternidad necesaria y elemental para vivir en el mundo. Y como estamos todos interconectados, no podemos desentendernos de los otros creando un mundo aparte, eso no tiene sentido. Actualmente, siempre está esa tendencia humana, de cada grupo, de defenderse del otro, de enfrentarse; pero es una mala política que engendra mucho sufrimiento.Creo que con sabiduría, con buena política, se pueden gestionar mucho mejor esos temas. Todas las posiciones que son de exclusión, creo, son malas estrategias que no hacen bien a nadie.

—La iglesia, desde luego, está en un primer plano actuando.

—La política de la Iglesia es la del Padrenuestro, como decía San Juan Bosco. Esa es nuestra política, no tenemos otra. Nosotros trabajamos intentando vivir los valores del Evangelio, con nuestros límites porque todos necesitamos convertirnos y ser más auténticos, mejores, más humanos. Ahí estamos, intentando hacer lo que podemos. Y yo creo que ahora mismo la obra salesiana en el África occidental hace mucho bien, estamos presentes en todos los países. Se hace un bien muy grande desde el punto de vista social, humano, espiritual; son presencias muy vivas. Son portadoras de esperanza en momentos como los que se están viviendo.

—Es evidente que el drama migratorio no lo vamos a arreglar en estos 30 minutos de entrevista, pero ese trabajo que se hace dentro de los países, esa promoción de la persona, ¿puede a largo plazo contribuir a que los países sean más prósperos?

—Bueno, sigue habiendo muchísima pobreza y las necesidades son inmensas, con una población que crece mucho.Son países que sufren muchos problemas, políticos, sociales, económicos, pero al mismo tiempo son muy dinámicos.Actualmente hay países africanos muy emergentes, realidades humanas prometedoras. Creo que África tiene mucho futuro, quiero creer eso.

—Y algún día se igualará todo...

—Bueno, no sé... Yo no soy de grandes teorías, creo que hay que trabajar con la gente con la que estás y ahí es donde te toca. Creo que la educación es una palanca de cambio social; si no cambian las conciencias, las realidades sociales no pueden cambiar. Los cambios fundamentales son los de la conciencia, que son los más difíciles. A veces crecemos mucho tecnológicamente, con un sistema que no sé si es muy sostenible, pero la conciencia muchas veces... No solo me refiero al pensamiento, sino al corazón del hombre. Eso es fundamental. Donde hay un hombre que cree que tiene un corazón con visión hacia los otros, las realidades avanzan positivamente; la vida es mucho más humana, y por eso es por lo que hay que trabajar, para que la vida sea más humana, más fraterna.

—¿Cómo se ha vivido la pandemia en África?

—Allí tuvimos un mes de medio confinamiento. Es un continente acostumbrado a las epidemias. El paludismo, por ejemplo, no está erradicado, una enfermedad que debería tener vacuna y que sigue matando a muchísima gente. Y hay otras epidemias, otras enfermedades. Así que el covid se ha vivido como una cosa extraña, con Europa preocupada por una epidemia, como si nos hubieran metido una preocupación desde fuera. Además, gracias a Dios, las estadísticas, aunque no sean muy exactas, demuestran que la pandemia no ha tenido un impacto muy fuerte en Benin. Unos 20.000 casos. Es verdad que está presente en el ambiente, yo lo he vivido, pero la realidad no ha sido tan dramática; hubiera sido horrible porque allí, por ejemplo, el tema de la asistencia respiratoria, las infraestructuras sanitarias... son muy débiles.

—¿Llegó la vacuna?

—Bueno, ha llegado muy tarde y luego la gente no estaba mucho por la vacunación. El porcentaje no llega al 20% en la primera dosis. El Estado, creo, ha gestionado bien la pandemia, iban tomando medidas pertinentes según la situación.

—Y por último: ¿el misionero tiene la sensación de ser un héroe?

—En absoluto (ríe).

—Sabía que me lo iba a decir, pero lo tenía que preguntar.

—En absoluto, no tenemos nada de superhombres. Al contrario, creo que en estas situaciones experimenta uno su propia pobreza, a veces la impotencia, porque delante de tantas situaciones, de tantas cosas, no somos salvadores de nadie. Somos personas que intentamos trabajar y vivir con ellos en esas realidades haciendo lo que nosotros podemos e intentando abrirnos también a lo que Dios puede hacer a través de nosotros. Y ya está. Yo he aprendido mucho allí, y la gente me ha enseñado mucho. Tampoco voy allí como maestro, no voy allí a ayudar; yo voy a vivir, a trabajar con ellos, esperando que mi intervención sea positiva. Y creo que lo será en la medida en que ellos lo vivan de una manera auténtica, fraterna y que yo me integre, con corazón y voluntad, en sus vidas. Intentamos trabajar en las líneas que se consideran más adecuadas para lograr una vida más digna para las personas.

—En todo caso, muchos ven en las misiones lo más auténtico de la Iglesia.

—Bueno, está bien que se piense así porque cuando se habla de la misión, se habla de las fronteras de la Iglesia, de la presencia de la Iglesia en los sitios de la periferia, de las periferias humanas, que, como dice el Papa, están presentes en todos sitios. Antes se hablaba mucho de la misión en términos geográficos y esto ya no es así; la misión está por todos sitios, pero hay periferias por todos sitios, situaciones difíciles. No cabe duda de que estas son las zonas que han estado particularmente castigadas. También hay otras pobrezas, como la digital, la diferencia a esos niveles que produce mucha más exclusión. Hay gente que no tienen acceso y se van quedando atrás.

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