Pequeño retrato de un gigante

La tribuna

Pequeño retrato de un gigante
Pequeño retrato de un gigante

20 de mayo 2025 - 03:05

En el Museo de Bellas Artes de Sevilla acaban de colgar una preciosa y secreta joya. Se trata de la miniatura de un retrato del conde-duque de Olivares pintada por Velázquez y que perteneció al hispanista John Elliott. El historiador donó esta obra a la Asociación Gaspar de Guzmán del pueblo sevillano de Olivares, que antiguamente perteneció al señorío de los Guzmanes y corte chica del famoso valido de Felipe IV. Todo en agradecimiento por las iniciativas culturales impulsadas desde Olivares para recordar la historia de este singular personaje que resume las luces y las sombras del Siglo de Oro.

El Día de los Museos quedó eclipsado por las musiquillas y los brillos de artificio del Festival de Eurovisión y también por la resaca de la procesión de las cofradías andaluzas atravesando la Roma de Adriano. Huyendo del ruido y del pan y circo nos refugiamos en la pinacoteca para disfrutar del Día de los Museos. Es un sincero homenaje a estos lugares en los que está a resguardo lo mejor de nosotros. También ese minúsculo retrato que nos habla del poderoso caballero quintaesenciado en la mínima pintura.

Nos fascina este Velázquez miniaturista que siguió la moda de los “retraticos” en la sociedad cortesana del Seiscientos. Una costumbre de retratos colgantes que se distribuían por las cortes y que los reyes encargaban a sus pintores de cámara. Este retrato de faltriquera, es decir, de bolsillo o incluso colgante, tenía un claro destino: conocer a los personajes importantes, el quién es quién del siglo XVII. Aunque también servía en los enlaces matrimoniales de las casas reales que funcionaban como estrategia diplomática de alianzas. Los “retraticos” eran como la tarjeta de visita de princesas e infantas casaderas. Damitas colocadas en el mercado matrimonial que determinaba el destino de los reinos.

Para la dinastía de los Austria pintaron Antonio Moro y Sofonisba Anguissola, pero también Velázquez, como ha investigado el historiador José Luis Colomer. Y este retrato en miniatura del conde-duque nos muestra la estampa del más poderoso de los señores en la época de su máximo esplendor. Es un retrato al óleo con una sombra de aposentos del pasado que aún huelen a ámbar y a bodegones de frutas a punto de corromperse. Este minúsculo espacio está atravesado por el aire que recorre las pinturas de Velázquez. También se oye el silencio y se siente la tierna suavidad del terciopelo negro que se usaba en la corte.

El mínimo óleo se pintó en la época en la que el valido era el dueño de España. Es el mismo que Velázquez pinta sobre el caballo en posición de corveta, como si el artista sevillano nos hubiera legado una fabulosa fábrica de retratos eufóricos del conde-duque. Luego llegarán las imágenes melancólicas del Gaspar de Guzmán y Pimentel que cae en desgracia. Los versos del soneto de Quevedo nos sirven para ilustrar el retrato ecuestre con un desprecio jocoso: “¿Miras este gigante corpulento/ que con soberbia y gravedad camina?/ Pues por dentro es trapos y fajina/ y un ganapán le sirve de cimiento”.

Olivares representa a nuestros tiranos que pasaron de la gloria al infierno en un abrir y cerrar de ojos. La posteridad lo condenó al cuarto oscuro de la Historia como probable responsable de la decadencia del imperio español. Marañón en la biografía El conde-duque de Olivares: La pasión de mandar lo describió como un personaje con un afán de poder desmesurado. En los últimos años, precisamente el hispanista John Elliott nos descubrió algunos rasgos de gran estadista. Es probable que el conde-duque sea un resumen de todo eso: de las luces y las sombras. Ni tan santo ni tan demonio.

Regresemos a ese pequeño retrato que nos devuelve la mirada recia, desafiante, pero también cálida del hombre que decidía los destinos de España. Pensamos entonces en otros conde-duques que hoy protagonizan la actualidad española, o incluso nuestra realidad local y más cercana. Ahora los vemos con esa apariencia de gigantes airosos, elevándose con sus caballos en corveta, despreciando a los que los contemplan desde abajo, acaso apenas compasivos con el artista que los retrata a cambio de maravedíes y relaciones. ¿Qué serán en unos años? ¿Quién los recordará? ¿Tal vez aparecerán humildes en pequeños “retraticos” cortesanos? ¿Serán sólo un fugaz recuerdo en los depósitos documentales de los que se alimenta la inteligencia artificial del futuro? ¿Colgarán en la posteridad para asomarnos a su minúscula historia en los Días de los Museos que están por venir? ¿O quedarán, como en el verso gongorino, en humo, en polvo, en sombra, en nada?

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