La tribuna

La llamada de la guerra

La llamada de la guerra
Manuel Bustos Rodríguez - Catedrático Emérito De La Universidad Ceu-San Pablo

Cada cierto tiempo, la Humanidad siente la llamada a ofrecer un sacrificio de sangre a una especie de dios Moloc que necesita de ella a cambio de su protección y beneficios. Así ha sido desde que el mundo es mundo. Recorriendo la historia, apenas se ve un período libre de guerras, de carácter universal como en siglo XX, o en forma de conflictos locales y de ámbito regional. El problema es que ahora pueden ser más letales. La guerra parece consustancial al ser humano. Tal vez, por esta causa, no cuajen los proyectos mundialistas, tan fuertemente impulsados hoy por ciertas élites.

La paz universal, anunciada por algunos conspicuos filósofos, es una utopía inalcanzable. Si a veces nos llevamos mal con quienes tenemos cerca, hermanos, amigos o compañeros, ¿qué no sucederá a escala mayor con los miembros de países con intereses distintos? De ahí que, cada cierto tiempo, nos veamos incursos en algún conflicto con la justificación que sea. A veces son respuesta a una agresión, pero otras son como una especie de llamada de la selva o una mera salida a las tensiones internas. Pocas o ninguna generación han quedado al margen de esta realidad. Con esto no quiero decir que no se busque la paz y se pida por ella. Constituye todo un signo de necesaria humanidad en medio de las trincheras que se levantan por un lado y otro.

A nadie mínimamente informado se le escapa que nos hallamos a nivel universal en un tiempo de carácter prebélico. Todo se va configurando para que surjan más enfrentamientos mucho más fuertes que los de ahora, o se expandan los ya existentes. El rearme o el deseo de ampliar y mejorar el arsenal militar se extiende velozmente. Las armas son cada vez más sofisticadas y mortíferas. Como defensa o preservación, real o imaginada, los gobiernos parecen de repente haber sentido una necesidad imperiosa de armarse. Es cierto, que la experiencia de las dos guerras mundiales reaparece como un fantasma.

A Ucrania y Rusia se ha sumado también la humillada, dividida y aislada Unión Europea, con algunos de sus miembros restableciendo el servicio militar, si bien, inicialmente, con carácter voluntario. Se prevé un aumento del gasto en defensa de los países de la OTAN. A las bravuconadas de Trump, se responde con una coalición –ya veremos con qué resultados– de países asiáticos, encabezada por el triunvirato de China, Rusia y Corea del Norte. Ningún desfile militar en la historia de la magnitud del que vimos hace unas semanas en Pekín, con un armamento poderosísimo, incluidos misiles intercontinentales, y un Ejército numeroso y férreamente disciplinado, como no se conocía desde los tiempos de Hitler.

Y así, el llanero solitario de Trump, intentando poner orden a su manera en el mundo, tras darle de lado a la UE, se verá ahora abocado al entendimiento con ella para no quedarse solo ante la unión forjada por dicha coalición. Entretanto, el polvorín de Oriente Medio sigue activo en una guerra interminable, que, como una maldición bíblica, no parece tener fin. A veces, las guerras, como las dictaduras, se eternizan. A mayor abundancia, añadamos la recientemente inaugurada tensión en el Caribe y los viejos y olvidados conflictos tribales dispersos por tierras africanas.

En resumidas cuentas, estamos ante un panorama algo más que inquietante, en donde solo la amenaza y el riesgo nuclear parecen actuar de momento como amortiguadores. Ciertamente, cualquier error o decisión no bien medida podía desembocar en una guerra de carácter general hiperdestructiva. Y desgraciadamente no es esta una época de buenos y sensatos gobernantes, ni tampoco de quienes tienen acceso a ellos. Confiemos en que no pierda alguno la cabeza. Y las masas, aunque temerosas, estarán prestas a secundarlos por obligación o seducción. Las guerras, banales casi siempre, se conoce cómo empiezan, pero no cómo acaban. ¿Quién dijo que el hombre salva al hombre?

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