Izquierda e islamismo
Apoyar el islamismo implica para ellos una forma de rechazar el Cristianismo y su visión del ser humano y del mundo; borrar las raíces de una civilización
Entre las muchas paradojas que nos muestra continuamente el tiempo en que vivimos, hay una en la que me gustaría, gracias a su importancia y actualidad, fijar hoy la atención. Me refiero a la singular alianza y querencia del bloque de la izquierda (socialistas, comunistas y progres sin filiación) con respecto al islamismo, ideologías tan diferentes como inicialmente opuestas entre sí. Porque ya me dirá el lector que tiene que ver, inicialmente insisto, la fe en un Dios único trascendente, en la existencia en un paraíso más allá de la muerte, en la oración diaria, la limosna y la peregrinación a La Meca, como signos de reconocimiento de la grandeza y misericordia de Alá, así como la veneración y respeto a su profeta Mahoma, con el corpus doctrinal de la izquierda y la progresía (al menos cuando lo tenía), de raíces ateas y materialistas, que no cree en la trascendencia, proclama un humanismo sin Dios, y no obedece las costumbres islámicas, entre otras, el sometimiento de la mujer al varón o la persecución del homosexual, ni a sus normas éticas.
Si no tenemos mala memoria, en realidad una alianza de este género no debería de extrañarnos. ¿Acaso no se unieron Hitler y Stalin a comienzos de la Segunda Guerra Mundial (acuerdo de Molotov-Ribbentrop de 1939), cuando tantos rusos habían combatido o aún estaban combatiendo contra los fascistas de toda laña? Tampoco, pues, debería hacerlo que ahora se eche la izquierda en manos de los secesionistas en general, aunque sus reivindicaciones nacionalistas contradigan la por ella tantas veces proclamada igualdad y su carácter de enemigas del universalismo de la izquierda (proletarios de todo el mundo, uníos), así como la necesaria lucha social.
Ciertamente, esta aproximación y defensa del islamismo a ultranza, ayudas económicas de Irán a la extrema izquierda al margen, solo resulta comprensible dentro del giro que ha emprendido la izquierda hace algunas décadas hacia una especie de tierra de nadie, donde los viejos principios, las rígidas normas morales de sus militantes en otros tiempos han pasado a mejor vida, impelidos por unos cambios profundos mal asimilados y contradictorios. Aún recuerdo en contraste la figura del que fuera mi profesor, el socialista Luis Gómez Llorente, con sus normas de austeridad y honradez autoimpuestas.
Eso sí, el bloque de izquierdas, para llenar el vacío, ha conseguido con una gran agudeza y con nulos escrúpulos (todo vale si es favorable para la subsistencia) enarbolar las banderas de grupos minoritarios y contrapuestos que, en otros tiempos, hubiesen horrorizado a la trilogía marxista de Marx, Lénin y Mao. O, en el ámbito socialista más próximo, a León Blum, Largo Caballero o Indalecio Prieto.
Ello explica que hombres y mujeres sin Dios apoyen a los titulares, incluso en su gama más violenta (pensemos en Hamas), de una religión monoteísta que, de conseguir el poder, comenzarían por desquitarse de sus compañeros de viaje, someterían a las mujeres o condenaría a los homosexuales. El caso de Afganistán, a pesar de su carácter extremo, es todo un ejemplo. Eso sí, no todas las culturas de fundamentación religiosa les han merecido el mismo trato. Al Cristianismo y, sobre todo, a su vertiente católica, le niegan el pan y la sal.
Apoyar el islamismo implica para ellos una forma de rechazar el Cristianismo y su visión del ser humano y del mundo; borrar las raíces de una civilización, que habiéndoles permitido surgir y crecer, resulta ya, tal vez, el único obstáculo importante a sus pretensiones de dominio y control absoluto. Lo de Nicaragua, Cuba y Venezuela, la cara hispanoamericana de la izquierda, no es algo azaroso. Ahora lo paradójico –¡de nuevo!– es que lo hagan apoyando a los islamistas, es decir, a quienes están llamados a la larga a segar su propia cabeza. Pero, no lo olvidemos, en el fondo se trata de una apuesta radical, contradictoria, eso sí, para no desaparecer totalmente del ámbito ideológico y cultural, que tan buenos dividendos les sigue procurando.
No sé si alguna vez habrá una profunda reflexión en el seno de la izquierda, tomándose su tiempo, sobre el giro que ha dado en los últimos tiempos y sus resultados. El acceso al poder y su mantenimiento en él parecen soslayar posibles demoras. De momento no es pensable que la izquierda, ni tampoco la progresía, estén dispuestas a dedicarle mucho tiempo al asunto, teniendo como tienen a sus, todavía numerosos, partidarios que les siguen activa o pasivamente y les jalean. Una de las cosas a que nos ha acostumbrado la izquierda es a la superioridad e inexorabilidad de sus tendencias y decisiones.
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