NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Tras la conferencia impartida por la periodista Pepa Bueno el viernes en San Roque, se abrió entre el público un espacio para el diálogo en el que afloró la idea que muchas personas sostienen, acerca de la imposibilidad de ver, oír o leer más desgracias y desastres, cuando nos enfrentamos a la actualidad.
Acostarse todos los días con la mente ofuscada y llena de visiones terribles de estas guerras absurdas que se mantienen, o con las fanfarronadas y las maldades de quienes se suponen que tienen en sus manos la solución para pararlas; o con las estupideces, las mentiras, los insultos y el desprecio al respeto que otros esgrimen produce tristeza y lo que Pepa llamó “deseo de huir”, algo que el periodismo verdadero trata de evitar.
Junto a este sector de quienes no soportan ya más la situación, existe otro grupo que mantienen que, según que cosas, ya no les afectan. Se refieren, obviamente, a asuntos considerados menores si los comparamos con la violencia y los crímenes. Esta gente defiende que han logrado que la retahíla de chorradas, sandeces y hasta payasadas a las que nos tienen acostumbradas algunas estrellas del show mediático les resbalan y no hacen mella en sus sentimientos ni en sus inteligencias. Pero, ojo, podrán parecer imbéciles, pero tienen mucho poder.
Sin embargo, yo, que por criterio cronológico podría estar ya en cualquiera de ambos grupos, los que se evaden o los que no sufren, no consigo renunciar a la queja, a la protesta, a la crítica, a proponer alternativas, a prevenir del mal que nos invade. Lo achaco, en primer lugar, a mi dedicación a la docencia, que ha debido deformarme la mente y, cuando veo algo que está mal, o percibo un peligro o, simplemente, deseo exponer razones y explicaciones, me lanzo sin reparo. No puedo inhibirme y dejar pasar. No logro ahuyentar este impulso a mostrar mi opinión, a advertir de aquello que, como vieja, se me ofrece con claridad. Otra cosa es que esté en lo cierto.
Y, en segundo lugar, creo que esta vocación mía a la expresión y a la implicación que me lleva de charco en charco viene marcada por mi convencimiento de que el ejercicio de la ciudadanía no sólo comporta derechos, también implica deberes. Ser ciudadana, para serlo con conocimiento, para poder aportar tu granito a la mejora de la sociedad, para hacerlo de manera responsable y con criterio, para defender lo que se ha ido logrando con tanto esfuerzo; en definitiva, para estar despierta y, aunque sea doloroso, que la realidad te empape, es algo a lo que no deberíamos renunciar por puro ejercicio de supervivencia. Por eso, también me dedico al cante. Gracias, Europa Sur, por dejarme tu escenario.
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