Imagínate una figura clásica […] un hombre de alta estatura, delgado, de miembros recios, felino en sus actitudes y movimientos, una expresión en el rosto verdaderamente satánica […] Sus ojos tienen el fulgor magnético de los ojos de la pantera”.

Leyendo lo que antecede alguno podrá conjeturar (en este tiempo de elecciones) que la descripción corresponde al Sr. Sánchez. Aunque bien pudiera ser un fiel retrato de nuestro presidente en medio de un mitin, lo cierto es que lo eludido entre corchetes; (“de mandarín chino” y “de su cráneo afeitado pende la coleta tradicional de los hijos del Imperio Celeste”) le descarta como “sospechoso” de ser el personaje descrito. En realidad, se trata de Fu Manchú el protagonista de las novelas policiacas y de misterio escritas a principios del siglo pasado por el inglés Sax Rohmer y, más en concreto el párrafo reseñado corresponde a El demonio amarillo publicada en España en 1935.

Lo curioso es que la semejanza entre el líder del PSOE y Fu Manchú trasciende más allá de los meros rasgos físicos. Si de entre la numerosa filmografía tomamos como fuente la mejor de sus películas: La máscara de Fu Manchú (rodada en 1932 con Boris Karloff en el papel del villano oriental), conoceremos que su intención es destruir la civilización occidental; Sánchez –de menos posibles tecnológicos que el chino– se conforma con destruir España tanto desde dentro (fomentando el independentismo vasco y catalán) como allende las fronteras (enredando, por ejemplo, las relaciones con Marruecos y Argelia). En la película referida, Fu Manchú quiere apoderarse de la máscara y la espada de Gengis-Kan, estimando que, a través de ellas, el espíritu del mítico guerrero le ayudaría a conquistar el mundo.

De la misma manera, Sánchez, recurre a otro muerto, Franco, para que le ayude a reavivar viejas pasiones guerracivilistas con las que disimular su pésima gestión de gobierno. Con el fin de poseer la voluntad de sus secuaces, Fu Manchú les inyecta un suero de su invención compuesto de sangre de araña y veneno de serpiente y no sería de extrañar que Sánchez haya empleado una fórmula parecida para lograr que, a pesar de sus desatinos, sus correligionarios se hayan convertido en sus más abnegados acólitos.

Otra característica que iguala al malvado doctor con nuestro presidente es el gusto por las torturas refinadas: meter a sus enemigos en una campana que no deja de retumbar o suspenderlos sobre un foso con cocodrilos es casi tan sádico como tener que oír los incongruentes discursos de cualquiera de sus esbirros (Yolanda Díaz, Patxi López, las dos Montero…). La única diferencia entre los dos “villanos” es que mientras que Fu Manchú siempre pierde; Sánchez, a lo tonto, ya lleva 5 años utilizándonos en su provecho.

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