Leo que nadie puede morir sin temor y en completa seguridad mientras no haya conocido verdaderamente la naturaleza de la mente. Solo este conocimiento, profundizado a lo largo de años de práctica sostenida, puede mantener estable la mente en el caos tumultuoso del proceso de la muerte.

Quisiera creer que la humanidad está luchando colectivamente por despertar a un modo de conciencia nuevo y más elevado que nos lleve hacia una sabiduría de la igualdad, algo que conquistaremos cuando tengamos muy presente a la muerte en nuestras vidas.

Y una forma práctica de conocer la verdadera naturaleza de tu mente es la meditación. Los maestros en enseñarme esta práctica decían que la meditación es el espacio para salir de la espiral vertiginosa a la que nos lleva el mundo cuando el estrés parece apretarnos el estómago, la garganta, las sienes y el corazón. Cuando nos sentamos en nuestro cojín de meditación no lo hacemos para despegar a otras dimensiones sino para aterrizar. Solo cuando somos capaces de pararnos nos damos cuenta a la velocidad a la que íbamos. La quietud y la inmovilidad que se va adquiriendo con la postura es una respuesta al ajetreo de nuestras vidas. Si dedicamos un tiempo de nuestro día a la práctica meditativa encontraremos un tiempo más vivencial, más propio y más íntimo. En esta estática postura nos crecerán raíces que nos harán tener el coraje de estar luego firmes delante del mundo en nuestra dignidad, en nuestra expresión y en nuestro espacio.

En la práctica de la meditación no es necesario el esfuerzo, es simplemente ir adaptándote naturalmente a ella. Es estar libres de todas las interpretaciones mentales permaneciendo al mismo tiempo plenamente relajado sin distracción ni aferramiento. Al principio será como tener la verdadera naturaleza de nuestra mente abandonada en el campo de batalla de los poderosos pensamientos que surgen. Cuando lleguemos a conseguir no maquinar ni manipular la mente en modo alguno, sino que nos limitemos a reposar en un estado inalterado de pura conciencia, podremos estar más cerca de la verdadera naturaleza de nuestra mente. Cuanto más profundizas, más sutiles serán los engaños de los pensamientos.

Es evidente que haría falta una vida entera de devota práctica para comprender toda la riqueza y la enseñanza que la meditación encierra. Hagamos presente nuestra meditación ahora de manera sencilla ya que todo ese aprendizaje que supone acariciar la verdadera naturaleza de nuestra mente nos será imprescindible en el momento de nuestra muerte.

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