Las siluetas

Más allá de su técnica, lo que da fuerza a los cuadros de Lucian Freud es su concepción del retrato

Una de las historias antiguas que más me gustan transcurre en Corinto. Plinio el Viejo cuenta que allí una muchacha, antes de ver marchar a su amor a la guerra, dibujó su silueta en la pared para poder verlo siempre, para no perderlo jamás. Con un trazo, la joven venció a la muerte.

El arte no sirve para nada, dicen muchos. El arte es, en cambio, indispensable. No tenemos otra forma de conservar lo que no puede conservarse. Nuestra memoria y nuestra mirada habitan en los álbumes de fotos, en las iglesias, en los campos, en la luz y en el aire.

Todo nos habla y nos muestra algo de nosotros mismos si sabemos mirar, y un buen lugar para aprender a hacerlo es la exposición de Lucian Freud en el Thyssen. Yo creía entender su obra: era el nieto de Sigmund Freud, era un obseso de la carne, era un atormentado. No entendía nada, como es obvio.

Más allá de su técnica, lo que da fuerza a los cuadros de Freud es su concepción del retrato. Si la doncella corintia dibujaba para soportar la pérdida, el pintor inglés no quería representar la vida, sino recrearla. Darle aliento y sangre al lienzo muerto. Los rostros y cuerpos de sus obras son extraños y amargos y móviles porque parecen vivos, y no sólo lo son por su técnica obsesiva, sino porque los largos posados eran excusas para establecer intimidad con sus modelos. Lo sórdido conmueve, lo inerte cobra vida. Es fascinante.

Uno de sus últimos retratos, el de su amigo David Hockney, flota en el tiempo. A la manera de los cubistas, que plasmaban un rostro o un objeto bajo tiempos y perspectivas distintas, Hockney aquí nos mira desde un lugar imposible. Si prestamos atención, la luz del sol incide de una vez desde puntos distintos. Es un rostro que no existe, es la vida acumulada. No vemos nada, manchas y texturas, algo concreto que se deshace en posibilidades, como dicen los físicos que funciona la vida en el fondo. También a veces miramos a nuestros padres o a nuestra pareja, a nosotros mismos, y no sabemos qué estamos viendo.

Escribir un artículo es también un modo de mirar, de aunar incertidumbres, de encontrar correspondencias. Ando leyendo Anoxia, de Miguel Ángel Hernández, una novelita de duelo y fotografía que entre otras cosas cuenta que las fotos no muestran un momento, sino un proceso. En ellas el tiempo pasa y deja un poso que observamos.

La exposición y la novela parecen hablar entre sí dentro de mí. El arte es eso: una excusa para ver lo que no podríamos ver de otro modo. Una forma de hacer hablar al tiempo, de pensarnos, de amarnos y conservarnos, de estar vivos. Y de contárselo a ustedes.

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