Una respuesta democrática al populismo

26 de noviembre 2025 - 03:06

Desde una mirada demócrata y humana resulta imprescindible responder con serenidad, rigor y respeto a los discursos económicos simplificados que difunden algunos mensajes. No se trata de combatir personas, sino de desmontar ideas que, presentadas como soluciones fáciles, pueden erosionar los fundamentos mismos de la propia convivencia democrática.

En primer lugar, cuando se afirma que “los impuestos son un expolio”, se intenta despojar a la sociedad de su propia herramienta de solidaridad. Los impuestos no son una penalización al esfuerzo, sino la manera en que cada persona contribuye a que nadie quede atrás. Podemos discutir su gestión, pero nunca que gracias a ellos existe la escuela que iguala oportunidades, el centro de salud que cuida a cualquiera sin preguntar por su cuenta bancaria y la protección social que ampara en los momentos difíciles. La libertad real no nace del sálvese quien pueda, sino de un suelo común que permite a cada cual construir su proyecto de vida.

También se dice que la regulación económica “ahoga” a quienes emprenden. Pero una sociedad democrática se sustenta en reglas que evitan abusos, garantizan competencia leal y protegen a quienes no tienen poder para negociar en igualdad de condiciones. La ausencia de regulación no crea libertad; crea dominios privados donde unos pocos deciden por todos. El derecho, desde una perspectiva de progreso, es una herramienta para equilibrar y humanizar la economía, no para imponer rigideces inútiles.

Otro de los argumentos recurrentes es responsabilizar a la inmigración de problemas laborales o del aumento del gasto público. Ese mensaje, tan emocional como injusto, ignora que las sociedades prosperan gracias a la diversidad y al aporte de quienes llegan buscando un futuro. Y es aún más sorprendente que se defienda en un país con una historia como la nuestra. La inmigración no resta: suma esfuerzo, rejuvenece la población activa y contribuye con trabajo, impuestos y dinamismo cultural. Convertir a estas personas en chivo expiatorio no solo es falso; es inhumano.

Finalmente, la idea de que todo se resuelve con menos Estado, menos impuestos y menos normas reduce cuestiones profundamente complejas a eslóganes huecos, a mero populismo. El progreso colectivo exige políticas públicas bien diseñadas, instituciones fuertes y una ciudadanía consciente de que lo común no es un lastre, sino un patrimonio que debemos cuidar.

Frente al ruido y la simplificación, el discurso quizá deba apostar por una economía al servicio de la dignidad humana. Una economía que no divida, sino que cohesione; que no prometa milagros, sino que construya derechos. Y que recuerde, con formación, calma y firmeza, que una sociedad más justa será siempre una sociedad más libre.

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