
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Desafuero
Aquella tarde, Madrid se abrigaba en exceso para la época del año. Es mayo, hace frío y no sale el maldito sol. Aquí, en la capital, la burlona meteorología ya tan solo le deja a uno tres opciones: resignarse, cagarse en Zeus o resignarse tras cagarse en Zeus, alternativa, esta última, apropiada para quienes huyen de la pachorra del conformismo y la inquina de la frustración. A Umbral, de seguir vivo, se lo llevarían estos días los demonios porque no destacaría entre tanta bufanda extemporánea.
Abrigada estaba Madrid y abrigado iba yo rumbo al Zara de Nuevos Ministerios desatando tempestades de hombre blandengue, aquel al que el Fary detestaba: el de la bolsa de la compra, el del carrito del niño, el que recibe caponazos de la “mujer granujilla”. Olimpia hablaba por teléfono y yo echaba de menos una mula de carga mientras hacía malabares con bolsas de ropa que devolver y los dos cascos de la moto, que solo sabe conducir ella, para mayor esponjosidad de mi hombría mullidita. Con las prendas devueltas, y por fin ligero de equipaje como el poeta, la observé consultar la cuenta bancaria. “Voy a ver cuánto he ganado”, me dijo, antes de esbozar una sonrisa pilla y mirarme de esa manera que soluciona todos los apagones masivos del mundo. “Girl Math”, soltó a continuación. El anglicismo no me era extraño. Ya lo había escuchado en un avión rumbo a Egipto, durante un viaje que hicimos en diciembre de 2023 y para el que soltamos las pelas el febrero anterior. “Tengo la sensación de que este viaje nos ha salido gratis”, me comentó, y yo le contesté que sí, cariño mío, que definitivamente para ti el tiempo todo lo cura.
La expresión hace referencia a un exceso de indulgencia y autoengaño entre las mujeres jóvenes en cuanto al dispendio, y no es que merezca un análisis sociológico, como algunos medios han hecho desde que se popularizó: que si estigmatiza a la mujer, que si provoca que sea vista como una María Antonieta de e-commerce, que si la hace parecer nula en matemáticas… Las razones más simples son siempre las más difíciles de encontrar entre tanto arqueólogo de fundamentos: las mujeres dicen “Girl Math” porque hace gracia. Toma análisis.
Yo rompo una lanza en favor de ellas porque también tengo mi propia Math, una Reader Math: tardo meses en empezar a leer muchos de los libros que compro y, cuando acudo a ellos, es como si se me apareciesen por arte de birlibirloque, sin pitidito de datáfono, invocados por el Dios de la gratuidad como ese viaje a Egipto. Si lo pienso, la no adquisición compulsiva de libros engordaría mi cuenta bancaria. Tal vez no tendría que controlar las cervezas que me pido en las terrazas, tal vez podría comprarme una moto; pero es mayo, hace frío, no sale el maldito sol, soy el gran hombre blandengue y el hogar, lugar seguro y lleno de mantitas, invita a la lectura apasionada.
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