Puerilicracia gamberra

Quousque tandem

05 de mayo 2025 - 03:06

Los primeros cien días del presidente Trump parecen los cien años de soledad de García Márquez. Por intensos y abigarrados. Nos lleva entre zozobras del desasosiego a la congoja con la misma facilidad e idéntica inconsistencia que un amor adolescente. Los que tenemos memoria, vivimos la gerontocracia soviética cuyos líderes más que médicos requerían taxidermistas; la pulcrocracia del continente atractivo de vacuo contenido; la efebocracia de los que buscaban la playa bajo los adoquines medio siglo después de aquel mayo y ahora nos toca sufrir la puerilicracia gamberra y chabacana de a quien nunca hubiéramos comprado un piso de segunda mano ni en estado de embriaguez.

En este mundo al revés, si un nuevo Velázquez pintara unas Meninas para gloria de quien ostenta la hegemonía global, la escena distópica presentaría a Mr. Trump en el lugar de Nicolasito Pertusato y a su vicepresidente de Maribárbola. No parece normal, ni en el más delirante de los escenarios, ver a quien dirige la primera potencia mundial compartir una imagen de él mismo vestido de Papa y que la Casa Blanca le dé publicidad y difusión. A mí no me ofende, me provoca una profunda tristeza. Es cierto que para los católicos, el Papa no es un clérigo más, ni siquiera un líder religioso; es el Vicario de Cristo en la Tierra y el Sucesor de Pedro. Pero pedir exquisiteces a quien no respetó el protocolo del funeral vistiendo de azul –al menos no llevó su sempiterna corbata roja– y se pasó la misa mascando chicle, parece misión imposible.

La civilización surge cuando el ser humano abandona el estado de naturaleza y se convierte en alguien respetuoso de las normas sociales que se han dado para hacer más fluida la convivencia. La elegancia es no hacer sentir mal a nadie. “Ubi societas ibi ius”, donde hay sociedad hay derecho, que decían los romanos. Nunca está de más recordar a Churchill pero hoy viene como anillo –del Pescador– al dedo la respuesta que dio a quienes le criticaron que la Declaración de Guerra al Japón dirigida al Emperador Hirohito acabara con un formalísimo: “Tengo el honor de ser, Señor, Su Obediente Servidor”. Al conocer las airadas quejas, sir Winston contestó: “Incluso cuando hay que matar a un hombre, no cuesta nada ser educado”. Supongo que muy pronto e igual que le ocurrió a Stalin, el presidente Trump comprenderá cuántas divisiones tiene el Papa y por qué dos milenios después la Iglesia sigue en pie.

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