Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Tras un curso político estresante, con tantos casos de corrupción en cascada, ya nada nos asombra. Quizá sea porque llevamos la picaresca en la sangre. Incluso podríamos admitir que tenemos los políticos que tenemos porque los españoles somos como somos, al margen de la condición humana. Si se sumara ésta a nuestra manera de ser, es lo que da el terreno. En este país quien no ha pedido un favor está a punto. Y nos encanta creer que paga España cuando se borra el IVA de alguna chapuza casera. Conste que listillos nacen en todas partes. Ahora que afloran los currículums falsos, nos acordamos de los tres ministros de Merkel que dimitieron porque no tenían estudios. Lo que a casi nadie se le ocurre, salvo a la ministra Diana Morant, es despedir con honores al comisionado del Gobierno para la dana, tras demostrarse que su titulación académica era un cuento. El colmo es que la principal responsable de Ciencia y Universidades debería velar por la legalidad de los títulos. Están tan fuera de la realidad que flotan. Y hoy lo mínimo exigible a los políticos es que den ejemplo.
Sánchez ha leído este nuevo tiempo mejor que nadie. Sabe que la indignación no irá a más mientras no quede una mesa libre para cenar un sábado desde Huelva hasta Almería. Pero lo que ya no toleramos es la sensación de impunidad que exhiben los Koldos de turno, con el descaro del senador que le confesaba al obispo Myriel en Los Miserables, que no atendía ni a la conciencia, ni al deber, ni a la justicia. Como tantos otros, se consideraba buena persona porque hacía cuantos favores podía a sus hijos, yernos y amigos, aprovechando la ocasión que le brindaba el cargo. Puestos a comer o a ser comidos, los políticos comen y la promesa del eterno paraíso, para los de abajo. El espíritu de supervivencia lo adquirimos en casa desde niños, como si nos anestesiaran de antemano: “No te fíes de nadie, tú a lo tuyo”. El español siempre se mueve por impulso del corazón, reacciona frente al dolor ajeno y a la injusticia contra un individuo. Pero no le pidas tanta generosidad y la misma reacción cuando quien está en frente es un conglomerado sin rostro, llámese sociedad civil u organismo público. Entonces, su instinto le lleva a desconfiar y a esperar la ocasión para obtener provecho. También somos líderes en trasplantes, todo hay que decirlo. Por fortuna empezamos a despertar hace tiempo y nuestra tolerancia con la cultura del pelotazo tiende a cero. Vamos dando pasos con permiso de Morant.
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