... y no hubo nada

28 de septiembre 2025 - 03:09

El reciente estreno de la película El Cautivo narra la vida de Miguel de Cervantes durante el tiempo que permaneció encarcelado en Argel; ha servido para que al menos temporalmente nuestro insigne escritor sea también rehabilitado desde los polvorientos anaqueles de las bibliotecas y que su vida y obras despierten el interés de lectores por lo general ajenos a la literatura del Siglo de Oro.

Cervantes, el mejor de nuestros prosistas y autor de la que se considera la novela más destacada de la literatura española y quizás de la universal, reconocía con cierta pesadumbre su falta de dotes poéticas respecto a sus contemporáneos, Quevedo, Góngora y Lope de Vega, llegando incluso a ponerlo por escrito en su obra en verso Viaje al Parnaso: “Yo que siempre me afano y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo”.

Sin embargo, un poema suyo: Al túmulo del Rey Felipe II en Sevilla es de los más relevantes de la poesía española. A la muerte del rey, las principales ciudades españolas honraron al difunto monarca con solemnes funerales. Sevilla haciendo alarde de la imaginería barroca, instaló un aparatoso túmulo funerario, todo un alarde de la más rebuscada imaginería barroca. Cervantes, por entonces recaudador de impuestos, escribió un soneto con estrambote para, con cierta guasa sevillana, dejar en evidencia aquella arquitectura efímera y el gusto español por cuidar las apariencias. “Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ y que diera un doblón por describilla”… empieza el soneto, que ensalza el monumento hasta el punto de que en el segundo terceto se atreve a bordear la blasfemia: “Apostaré que el ánima del muerto/por gozar de este sitio, hoy ha dejado/ la gloria donde vive eternamente”. No obstante, lo que lo hace especial es su irónico estrambote de cierre: “Y luego, incontinente, / caló el chapeo, requirió la espada, / miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.

Con esta formula, en la que un fantoche tras pasar ante el túmulo, alardea de palabra y amaga con la acción, el fino sentido del humor de Cervantes señala lo inútil por desproporcionado. Un grandioso montaje que acabó olvidado por todos y vendido como quincalla. El autor de El Quijote acertó de pleno: España es un país de fantasmas.

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